Hace ya años que conozco a Sònia y a Jordi, de Carlania Celler (Barberà de la Conca, DO Conca de Barberà): ¡mi primera nota de un vino suyo es de la vendimia de 2012! Siempre me ha gustado su actitud y la vinculación de sus vinos con la tierra de la Conca, una de mis tierras queridas. Ellos mismos tienen algo especial, cada uno de ellos por separado y ambos como pareja: Sònia es la energía dulce, la brisa fresca que luce una sonrisa permanente, nadie la desviará de su camino... siempre con esa sonrisa! Jordi es el anclaje con la tierra, la reivindicación, la firmeza y la tozudez sincera: nunca tuerce el gesto ni desvía la mirada, siempre de frente. Ambos... me viene una imagen recurrente: conducen un coche de caballos percherones, fuerza, energía también, sencillez y belleza, trabajo concienzudo, pero parece que van un poco cuesta arriba y con el freno no desbloqueado del todo. El carro avanza, sí, pero a un rimo que, intuyes, no es el suyo...
Las cosas cambian de forma definitiva cuando tras años de cultivo ecológico con sus prácticas correspondientes en la bodega, deciden dar el salto, comenzar con prácticas biodinámicas y, en la vendimia de 2015, hacer ya algunos vinos con los mínimos tratamientos en el campo y ninguno con insumos en la bodega. Los campos están preparados, las uvas responden con su salud, su firmeza y su calidad, y ellos, que han hecho un largo y duro camino para llegar a este momento, deciden que también están listos. Tan sencillo como esta otra imagen: el carro se queda en la cochera y Jordi y Sònia empiezan a cabalgar sus "percherones". Los vinos desbordan energía, los sabores toman el mando y los aromas se apoderan del campo y de la bodega. En la copa, el cambio es evidente: el trote del vino es alegre y confiado.
El sábado de la semana pasada fue un día especial: en la celebración del cumpleaños (5) de La Conca 5.1., algunas bodegas ofrecían sus vinos. Y entre ellas, Carlania Celler. Yo sabía que ellos estaban e intuía que sus "percherones" cabalgarían en esa puesta de sol siempre única. Ellos sabían que yo oba y que, por primera vez, bebería sus nuevos vinos, Sant Pere d'Ambigats 2015 (macabeo y trepat en blanco), El Plantarga 2015 (trepat muy clarete) y Petit Carlania 2015 (trepat con una buena maceración y color más intenso). Era un día ideal para beber vinos con el menor tratamiento posible. Sucedía, además, casi junto a las viñas donde nacen y en el pueblo donde se hacen. Los bebí todos con calma y concentración y sentí, por primera vez en los vinos de Jordi y Sònia, que la promesa de lo que podían ser se había hecho realidad. Les miré, sonreí. Me miraron y una enorme sonrisa se dibujó en sus caras. Su sonrisa sabía a uva y sólo a uva, sabía a alegría y a esfuerzo, sabía a compromiso con sus fincas (Sant Pere d'Ambigats, Els Corrals y El Plantarga en estos vinos) y con su pueblo, sabía a la arcilla que se había compactado con la lluvia del día anterior, sabía a cereales y a rastrojo, a pimienta roja y a hinojo salvaje. Su sonrisa sabía a pacto con la naturaleza y a placer por haber llegado a un lugar soñado, sabía a felicidad. Sus nuevos vinos cabalgan ya libres como ellos. Me hicieron feliz y seguirán haciéndolo por mucho tiempo.
Ps. La fotografía de paisaje de la Conca de Barberà es de Angela Llop.