Carol es la manifestación de esa necesidad de libertad en un mundo cerrado por los convencionalismos, y, que todavía, no estaba preparado para asumir la carga moral que entonces conllevaba aceptar la relación amorosa entre dos mujeres. En este juego soterrado del deseo sin más, Todd Haynes ha adoptado la decisión de mostrárnoslo bajo la omnipresente lupa de los primeros planos de dos actrices que ejecutan muy bien ese doble reflejo que representan, la seductora (Carol), y la exploradora de nuevas sensaciones (Rooney), pues en ningún caso estamos ante un juego de sumisión, sino más bien de necesidad de encontrarse a sí mismas en ambos casos. Para ello, Haynes utiliza el poder de una fotografía granulada y casi obsesiva en los interiores, con la que intenta reflejar esa nebulosa de una luz que se posa sobre los personajes como una manta de papel cebolla. Esa forma opresiva de expresión, se realza todavía más por la contraposición que le supone la intensidad de la luz con la que están rodados de los exteriores, como si Haynes, jugara con el espectador de cara a resaltar las habilidades de un hábil fotógrafo, lo que unido a su forma de narrarnos la historia, donde el flashback es su mejor arma, hacen de Carol una experiencia diferente, pues estamos ante una película en ocasiones lenta y de cortos diálogos para la forma de entender el cine en la actualidad, convirtiéndola en un rara avis de la industria de Hollywood, cada día más pendiente de las catástrofes y las muertes colectivas sin sentido.
Ángel Silvelo Gabriel.