Aunque podría decirse que este blog aborda diferentes aspectos de la profesión médica, creo no disimular que aquellos que recojo con mayor satisfacción se refieren a las anécdotas que me ocurren en el espacio del día a día de una consulta, reflejos del sentir de las numerosas tipologías humanas respecto del acto médico propiamente dicho.
Se trata, las más de las veces, de historias inocentes, de situaciones divertidas que no están desprovistas de un toque de humanidad. Pero no siempre son así...
Hay ocasiones, como la que hoy refiero, que sin dejar de resultar anecdóticas traducen actitudes irrespetuosas para con las instituciones y los trabajadores entregados al servicio público; individuos carentes de unos mínimos necesarios para la convivencia social, comportamientos que probablemente se potencien desde la postura que la administración viene manteniendo, de un tiempo a esta parte: la de recordar machaconamente los derechos, desde el despropósito consciente de una renta electoral, sin mencionar nunca los deberes.
En un momento en el que salí hoy, a gritar los nombres de los próximos pacientes que habrían de pasar... (Sí, hay días en los que resulta necesario gritar para hacerse entender por encima del ruido de los niños, que corretean jugando por la sala de espera)... Se acercó un joven diciéndome:
-. ¿Me ha llamado?
-. ¿Cual es tu nombre?
-. Fulanito de Tal...
-. Claro, te llamé a las 11h00, cuando estabas citado... ¡Ahora son las 12h45!
-. ... ¡Yo que sé!... ¡No uso reloj!