Puesto porJCP on May 28, 2013 in Autores
Parecen estar de más las palabras. Ser inútiles los razonamientos. Día a día desde los medios de comunicación se nos bombardea con tantos procedimientos técnicos y formas visuales como argumentos torticeros y palabras engañosas. La capacidad de embaucar a través de la fraudulenta utilización del idioma parece carecer de límites. ¿De qué se habla para que el estrépito y la multiplicación de las noticias anule la facultad de reaccionar? De corrupciones y latrocinios protagonizados por las clases dirigentes: políticos, banqueros, industriales, aristócratas o eclesiásticos. En medio, atosigamiento informativo sobre las otras caras del “progreso”: pantallas y papeles se llenan con imágenes de santuarios de lujo donde habitan los pudientes, cuerpos de hombres y mujeres casi artísticos por su cuidado y desarrollo, interminables informaciones sobre la moda y sus desfiles, instrumentos técnicos de última generación: el mundo de la velocidad, la técnica y el technicolor.
Marzo de 1909. Escribe Karl Kraus:
”El progreso es uno de los inventos más ingeniosos que (la humanidad) haya ideado nunca por el mero hecho de que solo se necesita fe para hacerlo funcionar, de tal manera que el juego lo ganan indefectiblemente aquellos representantes del progreso que solicitan un crédito ilimitado“.
El léxico que a través de los medios se expande a la población, es lo que solicita: creer en las palabras que desde sus tribunas, ellos, que para eso conforman el poder, predican.
Unos nombres suceden a otros. Unas siglas apedrean a otras siglas para que los ciudadanos comprendan la lógica de la igualdad que sustenta la ética y la razón de ser de esta democracia. PP, PSOE, CIU, Banca, Monarquía, Iglesia, Justicia, poder, oposición: melopea que conduce al aburrimiento, provoca la fatiga y desemboca en el desánimo. No es algo coyuntural. pero la historia abunda en pensamientos que pretendieron transformar la inmunda realidad y denunciaron la opresión y la injusticia. Intelectuales que pagaron hasta con su propia vida el esfuerzo por mantener la ética y la dignidad del pensamiento que aún conducido tantas veces a la hoguera consigue avivar sus cenizas nunca del todo consumidas.
Vivimos un tiempo en que mercaderes y policías imponen la ley de la selva en el desarrollo del progreso y la civilización. España no es sino una charca putrefacta en que se agostan las ideas, naufragan los pensamientos y solamente una minoría de intelectuales exponen sus críticas ante la apatía, el conformismo y la alienación de la mayoría, que prefiere renunciar a su libertad y razón de ser a cambio de recibir el salario del miedo, la impudicia y la vergüenza.
Porque no son cifras aunque éstas hablen de millones. Son personas las víctimas. Una a una tienen nombre, historia. Hace tiempo que para los oligarcas terroristas dejaron de ser seres humanos: se convirtieron en mercancía, para ser utilizada o deshechable. Mas para nosotros son, ahora más que nunca, seres humanos. Como los millones de sacrificados en las cámaras de gas y los hornos crematorios. Como los asesinados en las guerras. Y es por esas personas, que carecen de trabajo, de alimentos, por esos niños a los que arrebatan las escuelas, los cuidados sanitarios, por los que deben unirse los intelectuales, encauzar su protesta ante los inútiles Parlamentos o instituciones similares. Porque vivimos en un nuevo genocidio dulcificado, lento pero persistente y sombrío, suave en las formas pero a la postre igualmente criminal y culpable. Y odiamos las formas con las que se presenta esta situación. Odiamos las sonrisas de conejo de los Montoro de turno o la faz agresiva y prepotente de los Guindos. Tampoco nos gustan los deditos al aire buscando vientos transformadores que él no puede impulsar en los cerrados congresos o sedes de partido de los Rubalcaba, y nos provocan náuseas familias como las de los Pujol que esconden sus ansias dinerarias en chantajes independentistas.
Y es preciso ahondar en la escenificada protesta desbordada por quienes ya en las calles de toda España demandan otra expresiones, lenguajes, gritos y formulaciones reivindicativas más sinceras y sin hipotecas burocráticas y funcionariales de ninguna clase. No más banderas, himnos, canciones, expresiones patrioteras y protestas pactadas con los responsables de la situación que no dejan de ser sino supeditaciones políticas y sociales al capitalismo que se ha adueñado del usufructo y la representación política. Que en nombre de la moral, la ética y la justicia real y no virtual se escuche la voz colectiva de los que tienen algo que decir, Y los que nada tengan que hablar, que callen de una puta vez. Mejor estar solos, con la minoría pensante y libre, que acompañar el chapoteo de los batracios que nadan en las sucias y sanguinolentas aguas de la política y la cultura del mercado. Mejor que nos silencien o insulten como hace el protector de los corruptos con los artistas que no se resignan a pasear su silencio por las alfombras rojas. Que también el dinero que se recibe o la foto que se expone en compañía de los Thysen de turno, o el sometimiento a las reglas que imponen los platós de las televisiones o los mercados de la publicidad acompañando a los genocidas de corbatas, camisa blanca y edulcorados modales, están manchados de sangre y mierda.
Más allá del nihilismo, ¿qué nos queda? Cuando el fascismo y el nazismo devastaban Europa, en aquella noche gélida, profunda, que convirtió en criminales, activos o pasivos a gran parte de sus habitantes, algunos pensadores y creadores buscaban atravesar “la tierra dolorosa de la cizaña incansable, el alimento amargo, y encontrar la antigua y la nueva aurora“, (Albert Camus). Anhelaban el resurgimiento de un hombre nuevo que impidiera el crimen como normalidad del progreso.
Porque es preciso continuar regenerando el lenguaje y destruir los catecismos -resignación, obediencia, justicia de Dios, la otra vida, o la clase obrera motor de la revolución, en nombre del proletariado, el paraíso comunista-. La época miserable, a través de la comunicación, ha alargado sus tentáculos y el Dios de los mercados impulsó, compró, a los teóricos que se aliaron con el neoliberalismo. Y el marxismo y el sindicalismo de clase, en parte, no pudieron o supieron o quisieron resistir los grilletes de sus abrazos envenenados.
El hombre rebelde posee, en la España de hoy, más razones que nunca para cargar el fusil de su pensamiento y descargar las balas de sus palabras; ha de intentar paralizar con su acción las mentiras, las injusticias, y la violencia terrorista de los poderes gobernantes. Mas nos preguntamos: ¿cómo ampliar el número de los hombres rebeldes?
“En la culminación de la tragedia contemporánea entramos en la familiaridad del crimen“, insiste Camus. Y en España y en Europa -el mundo por extensión- aceptamos y nos resignamos a vivir en la normalidad del “crimen organizado” desde los poderes: económico, político, militar, religioso, comunicacional. Y ya solamente nos resta luchar, morir o, como escribió Kraus tras el acceso de Hitler al poder “en el ocaso del mundo yo quiero vivir retirado en lo privado“.
Rebelarnos o extinguirnos. Volver a alentar el sueño de una humanidad que camine hacia el futuro o renegar de nosotros mismos. Quién sea capaz de pensar, tener vida racional, ha de comprenderlo. No se mata a Dios con ideas si no se destruyen sus símbolos y representaciones. No se combate la explotación despiadada del capitalismo criminal si no se desintegra a sus guardianes. No se impulsa la revolución si no se convence a quienes dicen representarla de que abandonen su burocratismo, se desenganchen de su pacto funcionarial con el enemigo y se lancen a pecho descubierto a las barricadas donde se realiza el hombre total que preconizaba Carlos Marx. La rebelión no puede pactar con el enemigo ni aceptar las fronteras y condiciones de lucha que este pretende imponer. El diálogo no puede supeditarse a la propaganda y la publicidad mediatizada y dirigida desde el poder. Y el oscurantismo religioso no puede ser sustituido por el oscurantismo bursátil. A la explotación permanente solo puede oponerse el pensamiento y la acción revolucionaria permanente.
Dejémonos de catecismos de una y otra índole. Denunciemos con las experiencias históricas recientes las mentiras políticas y la irracionalidad popular que condujeron a las guerras, exterminios y campos de concentración en Alemania, la URSS o Camboya, por significar algunos terribles dramas del siglo XX. La civilización del culto a la técnica como impulsora de la producción y el beneficio condujo al capitalismo salvaje y al socialismo antirevolucionario y de Estado y partido endogámico. El ser humano ha de luchar contra los credos embaucadores, por su auténtica libertad, dignidad, igualdad y futuro. No olvidemos la historia pasada para no repetirla en las décadas presentes. Como escribe Camus:
”Una innoble y cruel potencia reina en este mundo en el que solo las piedras son inocentes. Los condenados se ven obligados a ahorcarse los unos a los otros“
Los gobernantes de la España de 2013 solo sienten desprecio por el pueblo sometido a sus dictados. Es el desprecio de los ignorantes y criminales nazis que al ser derrotados se limitaban a aducir: no hemos hecho sino cumplir con nuestro deber y ejecutar las órdenes recibidas. Seres primitivos que necesitan refugiarse también en su Dios y que confiesan su fe en los preceptos religiosos y bursátiles con la misma estulticia con la que los curas predican el catecismo. Su consigna a los ciudadanos es que sean crédulos, que obedezcan, sean fieles súbditos, que todo se hace por su bien y por España. Lo que no es obstáculo para que ante quienes protestan no duden en crear leyes cada vez más punitivas y aumentar el número de policías que se conviertan en disciplinados y feroces, si es necesario, soldados del Señor (Dios o el Mercado). Así los sueños de la razón van desembocando en estados cada vez más terroristas. Y contra ellos necesitamos intelectuales terroristas que combatan sin desmayo tanto a la religión embaucadora como a las leyes impulsadas por los gobernantes del dinero, y que se rebelen al tiempo contra el arte y la literatura sojuzgados por los mercados y la filosofía y la educación al servicio de los gendarmes del sistema político financiero imperante.
Saint Just escribió antes de ser devorado, asesinado por la revolución que había contribuido a impulsar:
“La revolución está helada, todos los principios se han debilitado, solo quedan birretes movidos por la intriga. El ejercicio del terror ha embotado al crimen como los licores fuertes embotan al paladar“
Y con las palabras de Saint Just que recoge Camus terminamos esta reflexión ofrecida a los compañeros del pensamiento y la literatura:
“La moral es más fuerte que los tiranos(…) Sería abandonar poca cosa una vida en la que habría de ser el cómplice o el testigo mudo del mal“
Andrés Sorel