La Casa de Muñecas de Ibsen, bajo la dirección de José Gómez-Friha es fiel, en cuanto a su desarrollo, a la versión original, y nos muestra la dignidad enmascarada bajo las lentejuelas del amor. Una dignidad, la de Nora, que se encuentra sumergida en la música de la pasión hacia su marido y, que transcurre por las siluetas de las caricias, la superficialidad y la necesidad de salir adelante, mientras esa dignidad se nutre y manifiesta hacia el exterior. Una dignidad que, sin embargo, se contrapone a los números escritos en las baldosas de color negro y, que la luz violeta, nos muestra en varias ocasiones para desenmascarar la ficción de un amor escondido en la singularidad y fragilidad de una pequeña casa de muñecas. Las verdades y mentiras de la vida y, los sueños que volcamos sobre ella, siguen manteniéndose de una forma asombrosa, a día de hoy, como hace ciento treinta nueve años. Los fornidos y opacos muros de antaño ahora son transparentes, pero siguen estando ahí, en ese mencionado juego dentro-fuera sobre el que cabalgan la verdad y la mentira, la dignidad y la desdicha, la realidad y los anhelos. En este sentido, no está de más que nos recuerden de dónde proceden esas fallas y cómo nos comportamos ante una de las taras más sonrojantes de la sociedad, a la que revestimos, eso sí, de unas telas propias muy llamativas para reivindicarla y engalanarla; unas telas que aún resultan insuficientes y, sobre todo, muy frágiles de cara a abordar un problema que, como tanto otros, está sumergido en la educación. El ostracismo de la mujer en una sociedad hecha y dirigida por hombres es todavía es más que evidente, y aún nos queda un largo camino que recorrer, para que a través de la igualdad, lleguemos a la dignidad.
En definitiva, Casa de Muñecas, es un buen ejemplo de por dónde empezar, pues no hay mayor dignidad que la que comienza por la de dar luz a la propia, pues se trata de una dignidad sumergida en demasiadas ocasiones en las tradiciones y en el vaho del auto-engaño. Es verdad que el amor es el gran impulsor de las pasiones humanas, aunque en ciertas ocasiones, como en este caso, la dignidad se halle enmascarada bajo las lentejuelas del amor. Un amor que se pudre en el silencio y que busca refugio en una frágil casa de muñecas.Ángel Silvelo Gabriel