Si hubiera conocido a Jordi Llorens antes de junio del año pasado y hubiera pisado sus viñedos, si hubiera bebido sus vinos con él y charlado un buen rato mirándole a los ojos, intentando sentir y entender por qué hace vino, no tengo muchas dudas: le hubiera dedicado unas páginas en mi libro sobre vinos naturales en España. Así son las cosas: desde el momento en que entregas un libro, dejas de tener el control sobre su vida y sobre su contenido. Y ese descontrol, en los nueve meses que el libro lleva en la calle, está siendo una bendición de oportunidades y de cosas interesantes para mí. Todas lo son, menos una. Quizá: ¡llevo ya dos libretas con anotaciones sobre cuarenta bodegas que me gustaría visitar! Vinos que he bebido o de los que he leído o me han contado cosas interesantes de España entera. En el preciso momento en que se publica el libro (en su formato convencional), pierde actualidad su contenido para convertirse en otra cosa. Su actualización, en los tiempos que corren, no pasa ya por una reedición, pasa por un uso cómplice (gracias a los lectores que leéis este cuaderno, que miráis en twitter o instagram...). Algunos de los posts que he publicado estos últimos meses (no todos, por supuesto), son páginas que habría que "pegar" a las del libro.
Las del Celler Jordi Llorens habrían formado parte de él. Jordi es una persona especial. Su mirada, la conversación, sus manos hablan de pasión, de concentración, de dedicación completa a sus viñedos y a sus vinos. Pertenece a una octava generación de payeses en Blancafort (Conca de Barberà), pero es como si hubiera empezado de cero. De las hectáreas que cultiva la familia (20, con 13 de cepas), apenas un 10% va a sus vinos. El resto, lo vende a otros bodegueros, entre los que se incluye la cooperativa de su pueblo: no es éste un detalle que deba quedar al margen. Vivir de hacer excelente uva y dedicar un porcentaje tan pequeño (y sólo desde hace seis años) a hacer tu propio vino, da un margen impresionante de libertad y de capacidad de renovación. Jordi lo utiliza con plena conciencia: vive su tanto por ciento de vino propio (apenas 8000 botellas en 2013) con pasión y con razón. La pasión nace de la observación constante de la naturaleza en sus viñedos: es de los que cree que casi todo lo que lleva a un buen vino sucede en la tierra y en la cepa. La razón procede de su formación como geólogo: el estudio de la composición de sus suelos, la geoquímica y cómo ésta, junto con la forma de cultivar, pueden determinar que el vino sea de una y no de otra manera.
Trabaja y mira: "con los años se aprende. Mirando y observando se aprende". Parece no tener prisa. Ahora tiene una de cada dos calles con vegetación autóctona y sin labrar. Azufre y cobre en ecológico. Compost, brisa y restos orgánicos de su casa como abono. Granja de gusanos (sic) para perforar y alimentar parte de su tierra. 1 kg de uva por cepa de promedio. Viñedos con variedad de edades pero que viven con alegría insólita el clima semiárido de Blancafort (la foto de arriba, a la izquierda: su viñedo de cabernet sauvignon; el de la derecha, no es suyo): "la tierra y yo, juntos. Veremos dónde llegamos". Combina inox, vasijas de barro, madera de varios años, según cada variedad y tipo de vino le dan a entender. No utiliza el raspón, por ahora. Fermentaciones espontáneas con levaduras del viñedo, que acaban también cuando quieren. Un punto de maceración semicarbónica. No tiene prensa (sic): la pureza de su vino encuentra aquí otra clave porque sólo embotella lo que la gravedad y el peso de unas uvas contra otras le da.
Cuando haces vino, "ir a buscar las raíces, encuentra todo su sentido". Reconozco una debilidad por los cuatro vinos de los extremos de la fotografía. Sus blancos blan 5.7 (la proporción de las uvas en este vino: macabeo y parellada) y blan d'angerra (macabeo y moscatel de Alejandría con un paso por vasija), escritos siempre según la transcripción fonética del catalán de la zona (la variante dialectal que llamamos xipella) y su tinto blankaforti (con todas sus variedades tintas, en las que destacan la garnacha, la bobal, la sumoll, la cabernet sauvignon, la syrah), sin madera, son vinos de payés, vinos de taninos algo cuadrados, vinos llenos de frescura, de autenticidad y de todos los aromas y sensaciones que las tierras de la Conca de Barberà te regalan: "los vinos se hacen en el viñedo, bajo el sol y las estrellas". Para el etikete 2012, con garnacha y cabernet sauvignon y un año de madera vieja, hay que esperar un poco, pero creo que será un gran vino: su fragancia es de una finura y complejidad enormes, muy floral e intenso. Las de la Conca son tierras hijas del mar y de la evaporación, están pobladas de maquia, pinares y campos de cereal, tienen suelos francos con carbonatos detríticos o evaporíticos, han sido cuidadas con esmero: son tierras austeras pero generosas. Estos vinos (sobre todo los tres primeros) hablan de esta tierra bien a las claras: austeridad, franqueza, intensidad. Pero dicen más, mucho más, de quien los hace: Jordi Llorens posee un equilibrio entre la experimentación en bodega y la observación en el campo, le mueve un aprendizaje constante y contagioso a la búsqueda de la expresión más pura. Estén ustedes atentos porque esto no ha hecho más que empezar.