Según un trabajo publicado por la Universidad Cornell, cada célula madre se divide para producir dos células madre de nueva generación. Una de ellas es idéntica a la célula matriz, mientras que la otra tiene un estatus diferente en la jerarquía. Las células madre capaces de producir nuevas células madre ocupan la posición superior: son las llamadas metacélulas madre.
Las células madre cancerosas presentan el mismo esquema de desarrollo, pero su fenotipo (la expresión del genotipo en función de un ambiente) es diferente del de las células madre sanas.
Según Werner, la razón de esta actividad es la ubicación anormal de las células madre cancerosas dentro de la red que gestiona el desarrollo del organismo.
Las células madre que producen células ordinarias (de piel, huesos o pelo) son las de primer orden. De acuerdo con la teoría de redes de desarrollo, las células de primer orden dan a luz dos células: una célula madre de primer orden y una ordinaria.
En caso de que mute una de las células hija, el rígido esquema lineal se convierte en una red compleja. Por ejemplo, una célula ordinaria puede convertirse en una célula de primer orden dando paso a una división incontrolable. O la célula de primer orden puede generar dos idénticas, también conllevando una división celular explosiva.
Dicho de otra forma, incluso las células madre sanas pueden suponer una amenaza para nuestro organismo si reciben cierto conjunto de señales. El conjunto de las células y señales forman una red general de desarrollo. Una red lineal normal puede convertirse en un peligro para nuestro organismo.
El pequeño ensayo clínico no había sido planeado para este fin –las células TSCM ni siquiera habían sido descubiertas hace 12 años, cuando la prueba comenzó—, sino para probar la seguridad de una técnica de terapia génica contra un tipo de inmunodeficiencia hereditaria (SCID, o enfermedad de los niños burbuja). Pero Luca Biasco, Serena Scala, Alessandro Aiuti y sus colegas del Instituto Científico San Raffaele, en Milán, han encontrado una forma brillante de reciclar el ensayo para obtener unos datos esenciales en la lucha contra el cáncer.
“Las terapias basadas en células T”, Luca Biasco, primer autor del trabajo, “representan una de las estrategias terapéuticas más avanzadas y prometedoras para el tratamiento del cáncer; esta tecnología está basada en la modificación genética de las células T para redirigir su actividad contra las células tumorales; un tipo de célula T como las TSCM, que son capaces de mantener su capacidad de autorrenovación y de diferenciación por muchos años, pueden aportar un reservorio de células T capaz de patrullar por el sistema inmune y activarse eficazmente en caso de recidiva del tumor, para mantener una respuesta inmune secundaria eficiente”.
Los pacientes empezaron el ensayo clínico en un estudio pionero de terapia génica contra una inmunodeficiencia congénita dirigido en 1995 por Claudio Bordignon, también en el San Raffaele de Milá. Las células T de estos pacientes fueron extraídas, y su deficiencia fue corregida en el laboratorio infectándolas con un gen correcto introducido dentro del ADN de un virus capaz de integrarse en el genoma de las células humanas (un retrovirus, de la familia del virus del sida).
¿Oportunismo? Sí, pero de un tipo que promete abrir un nuevo continente para la biomedicina del cáncer.