Novela con un incontrovertible prestigio popular, acumula --desde su publicación en 1965-- un aura de identificación iniciática, de pertenencia generacional y/o de inmersión filosófico/tecnócrata que ha marcado a babyboomers y aficionados al género fantástico y galáctico desde entonces. Dune fue, en su momento, un libro que pasó de mano en mano, desmenuzado en toda clase de grupos y tertulias, incrementando de año en año la profundidad y la complejidad de sus significados, viendo cómo crecían a su alrededor extensibilidades que buscaban ampliar la diégesis del relato original. El libro de Herbert provocó una reacción social y literaria que yo equiparo con la que levantó en su día la trilogía de El Señor de los Anillos (1954) o, salvando muchísimo las distancias por tema y género pero similar en cuanto a las reflexiones que suscitó en aficionados y expertos, con La rama dorada (1890) de James Frazer.
En cuanto al filme de Villeneuve, es difícil no darse cuenta de la influencia que ha ejercido en el cine de ciencia ficción, desde los setenta hasta hoy, incluso elementos y personajes muy reconocibles de la saga Star Wars. Esta conexión facilita que a las audiencias que --como quien esto escribe-- no conocemos el universo de Dune, nos resulte más cercanos e interesantes los mundos inventados por Herbert. Con la perspectiva de los años (y los títulos acumulados en nuestras retinas) podemos poner en contexto, incluso pasar por alto, algunas incongruencias. Empezando por esos planetas organizados en linajes al modo feudal que sin embargo se sostienen con tecnología punta que ha alcanzado los mismísimos límites de la materia. De manera que las naves interestelares disparan láseres mortíferos pero en los combates cuerpo a cuerpo sólo se usan espadas, dagas y demás aceros afilados... Sin embargo, el diseño de producción de Dune (artefactos, vestuario, arquitecturas, localizaciones) está tan cuidado y resulta tan contundente que incluso ese punto retro mejora la impresión global.
Lo importante --y el principal mérito-- de Dune es que su director no ha querido distanciarse de ninguno de obligaciones y lastres que suelen exhibir estas adaptaciones de tono épico que aspiran a consolidar una saga cinematográfica: banda sonora electrónico-sinfónica como fondo de la mayoría de escenas (otro gran trabajo de Hans Zimmer), diálogos literarios repletos de paradojas y reflexiones, despliegue técnico-visual impactante, derroche presupuestario... En todo este conjunto de tópicos que es prácticamente un requisito del género, Villeneuve ha introducido un elemento clave: ritmo narrativo y estilo directo propios de producciones independientes. Y como hizo en su día Peter Jackson con la trilogía anillera, arranca la película con un cuidado y sintético prólogo que sirve para involucrar a no iniciados (a los que apenas nos sonaba lo de los gusanos monstruosos) y deslumbrar a connaisseurs. Villeneuve ha hecho una adaptación de la trama central de la novela, sin tiempos muertos, sin tramas secundarias, sin recrearse en la espectacularidad de ciertas escenas (hay más bien pocas) o en excursos que no aportan nada a la historia y sólo gustan a los expertos (sé que Herbert dedica un capítulo entero a los trajes de destilación). El resultado es una historia trepidante, que avanza sin esa épica cargante de las producciones carísimas que necesitan por encima de todo que les luzca el andamio (y el presupuesto).
Así que bravo por este segundo asalto a la saga literaria de Herbert, una película que rescata un argumento rodeado de toneladas de recreación tecnológica, reflexión distópica y descripción densa. Dune selecciona lo mejor de una historia que aún puede resultar atractiva para públicos muy alejados de los tiempos en los que se concibió la novela; pero a la vez abre lo suficiente el foco como para permitir que se cuele, en casi cada escena, el impresionante nivel de detalle de la novela. El que quiera eso que lea los libros, al resto (como a mí), quizá nos baste con disfrutar de conflictos tan viejos como la humanidad con más suspense que épica.