Sólo la razón obtusa que rige en el estado de poderes inseparados sustenta este pensamiento perverso, pues las conductas corporativas de mutua protección tienen precisamente su origen en la institución de un CGPJ que es sínodo de la elite judicial partidista. Así, sus miembros son simples jueces (o no) del partido al que son afectos, rigiéndose su actuación no sólo por la regla de la obediencia debida al que les elige, sino también y en cuanto a su funcionamiento ordinario, por el consenso con los de la facción rival, dejando fuera de sus decisiones al mundo jurídico que gobiernan. Más al contrario, la separación absoluta de poderes a través de la elección de un Órgano de Gobierno Judicial elegido por un cuerpo electoral propio y también separado, acaba con toda posibilidad de corporativismo, ya que, al integrar como electores y elegibles a todos los operadores jurídicos, desaparece cualquier interés común susceptible de reciprocidad, a la par que las élites judiciales se convierten en minoría.
De ese cuerpo electoral separado formado también por Fiscales, Secretarios Judiciales, Funcionarios de la Administración de Justicia, Abogados, Procuradores, Notarios, Registradores y Catedráticos de Derecho, entre otros operadores jurídicos, saldría elegido un Consejo de Justicia, que sí sería General al integrar no sólo a Jueces y Magistrados sino a también a los restantes implicados en el quehacer diario de la Justicia y que son franca mayoría, resultando imposible cualquier comportamiento corporativista por razón de su función jurisdiccional.
Pedro M. González