El mundo en el que me he formado, el que he estudiado, donde he crecido, es el de la Antigüedad clásica. Empecé a través de sus textos en griego y en latín pero pronto me di cuenta de que, por una parte, cuanto menos interferencias y transmisión tuvieran los textos, mejor los comprendía (la tendencia hacia la epigrafía era inevitable). Y por la otra, entendí también que los textos eran una pieza más de una civilización de la que nosotros veníamos. Y que para entenderla cabalmente era imprescindible que me abriera y conociera, o por lo menos tuviera en cuenta para entender esos textos, todas las manifestaciones que formaron parte de ella: el arte, la arquitectura, la economía, las monedas, la gastronomía, la técnica y la artesanía, la navegación, la religión y la historia de las ideas...El único límite tenía que ser el de mi incapacidad, pero nunca el de mi desinterés.