Charlamos con Begoña Oro - Reportajes destacados - Entrevistas

Por Eltiramilla

Begoña Oro es zaragozana, escritora y biciclista, entre otras muchas cosas. Lleva trabajando en este mundillo de letras como editora, traductora y especialista en LIJ desde hace mucho tiempo, y cuenta en su haber con varias obras publicadas, aunque ha sido la juvenil Pomelo y limón, Premio Gran Angular 2011, la que le ha valido el reconocimiento de crítica y lectores. Si quieres conocer un poquito a la autora y descubrir qué se trae entre manos ahora, no puedes perderte nuestra charla.


La gala de entrega de los premios se celebró en marzo, pero el fallo ocurrió meses antes, a finales del año pasado. ¿Cómo has llevado estar tantos meses sabiendo que eras el nuevo Premio Gran Angular y que todo tuviera que mantenerse en absoluto secreto hasta el día oficial de los Premios? ¿Será por ese mutismo por el que ahora la Oro no puede parar de hablar del galardón en su blog? ¡Y de la princesa!

Será… La verdad es que una de mis especialidades es guardar secretos (si queréis contarme algo…). Soy muy buena en eso. Pero con todo esto del secreto sobre el premio descubrí que es mucho más difícil ocultar lo bueno que lo malo. Es como si tuviéramos un entrenamiento ancestral para esconder la tristeza pero no así para esconder la alegría. Es curioso. En los funerales la mayoría de la gente se contiene, pero en las fiestas, todo el mundo se desata. La gente está acostumbrada a ocultar la tristeza pero nadie disimula que está contento. Y yo tuve que hacerlo durante unos meses, meses en los que estuve iluminada por una sonrisa secreta. Sí, esa sonrisa secreta… Seguro que sabéis cuál es…

Nos puede la curiosidad sobre cómo presentaste el manuscrito original de la novela. ¿Con o sin los riquísimos colores de Ricardo Cavolo, cuyas ilustraciones vibran, serpentean y se retroalimentan entre figuras y mensajes escondidos de Jorge para María? ¿Con o sin los enlaces al blog de los Pinillismos, ese lugar en el que la historia fluye fuera del libro?

El libro lo concebí desde el principio tal como lo conocéis. Eso sí, lo presenté sin los dibujos de Cavolo, solo con unas indicaciones de lo que tendría que haber en cada ilustración. Cuando el libro fue premiado, pedí que fuera Ricardo Cavolo quien hiciera los dibujos ¡y me hicieron caso! Me encanta el trabajo que ha hecho. Es aún mejor de lo que soñé (y soñé mucho…). Los enlaces, y todas las entradas del blog, con los comentarios de distintos personajes, sí que estaban y también iba alimentando (¡más que ahora!) los perfiles de los personajes en Facebook. De hecho, creé un perfil (Serena Mirilla) desde el que pudieran cotillear los miembros del jurado sin tener que desvelar su identidad. Fue muy divertido ir llenando su muro como si yo fuera el propio jurado. El día que entregué el manuscrito, escribí: “Ha llegado un original que tiene buena pinta”. Otro día escribía: “¡No más dragones! ¡No más vampiros, por caridad!”. En su perfil, indiqué que su libro favorito era Pomelo y limón. Solo me faltó enviarles un jamón virtual…

Muchas cosas llaman la atención en Pomelo y limón, aunque si algo destaca poderosamente es su estilo narrativo. Sencillo pero cuidado y pulido al extremo, y con las palabras justas y necesarias, colocadas además siempre de forma estratégica. ¿Cuál es tu método de escritura, cómo juegas con las palabras? Nos llegamos a preguntar incluso si escribes poesía, porque muchas frases son casi líricas.

Me encanta vuestra observación. Soy una obsesa de la palabra justa. Consulto constantemente el diccionario, los diccionarios en realidad, para dar con la palabra con el matiz exacto. Lo hago siempre: en mis correos personales, en los libros, en las traducciones, en el blog… Si escribo “endilgo”, antes consulto la diferencia entre “largar” y “endilgar” y, aunque ambas palabras, en el contexto en que las escribo, tienen un toque irónico, opto por la segunda porque implica una violencia que no tiene la primera (“endilgar” es encajar, endosar; “largar” es soltar, dejar libre). Creo que los lectores se merecen unos textos cargados de significado, de significados (pocas cosas me hacen tan feliz como unas palabras susceptibles de varias interpretaciones). ¿Que si escribo poesía? Ya me gustaría. Son palabras mayores. De momento, digamos que relleno papeles.

Uno de los tantos detalles del libro que nos conquistó fue el hecho de que la mejor amiga de María le regalara a ésta un blog en el que desahogarse; prácticamente lo que hacemos muchos en la blogosfera. ¿A quién le regalarías tú una bitácora personal en la que desembuchar libremente alegrías y penas? ¿Y cómo se te ocurrió ese concepto tan bonito?

¿A quién le regalaría un blog? ¡Mejor pregúntame a quién se lo voy a regalar! Estoy creando un blog para una amiga con un inmenso talento oculto, alguien a quien merece la pena leer. ¡Espero que no lea esta entrevista porque le chafaría la sorpresa! Y también le regalaría un blog a la princesa doña Letizia. No solo para que en esta entrevista aparezca más veces la palabra “princesa” sino porque todo el mundo se merece un lugar donde, como decís, “desembuchar libremente [y anónimamente] alegrías y penas”, y creo que ella tiene mucho que decir no institucionalmente, pero no tiene dónde.
La idea de regalar un blog no se me ocurrió a mí. En realidad, la idea, genial, es de mi hermana y de su novio. Ellos me regalaron a mí hace tiempo un blog secretísimo…

Cualquiera puede identificarse con Jorge y María, dos adolescentes que se sienten como en casa en las redes sociales y escuchan canciones de Amaral o The Black Eyed Peas. Sin embargo, también has incluido en la novela algunos detalles literarios que no muchos jóvenes conocen, como la historia de Tristán e Iseo o varias alusiones a El principito y La elegancia del erizo. ¿Fue tal vez tu vena de especialista en LIJ y animadora a la lectura la que premeditó esta metaliteratura para conseguir que el lector se interesase por esas historias, o simplemente surgió así?

No fue mi vena pedagógica, que la tengo, la que introdujo esas referencias. Surgieron de forma natural. Creo que de otro modo no funcionarían. Quedarían como un pegote. Yo solo quería contar una historia. Si esa historia lleva al lector a otras historias, me alegro, pero no puedo lastrar una narración con proclamas del tipo: “lee esto o lee lo otro”. (¿Veis? Ahora he elegido “lastrar” porque me remite a la idea de la narración como un globo que baja si tiene demasiado peso (lastre) y asciende si va ligero.)

Pomelo y limón, a pesar de ser una historia de amor contada con el corazón, no deja de ser una crítica social y una “campaña al revés”, en palabras de uno de los protagonistas. Sin embargo, lo que llama la atención es que la novela no intenta adoctrinar, algo realmente difícil de conseguir, intuimos.

¡Qué bien que lo percibáis así! Me horrorizan los sermones. Sucede con esto como con lo de las referencias literarias. La crítica solo funciona si forma parte de la historia, si no es impostada. Yo escribo desde una posición moral, la mía (miente quien niegue hacerlo, o es un pedazo de inconsciente). Pero no pretendo que todo el mundo adopte mi misma posición. Si alguna aspiración tengo en este sentido es que el lector se cuestione la suya y se diga: ¿qué pienso yo al respecto? Hacer pensar, hacer sentir, hacer reír, o mejor, sonreír secretamente… es todo lo que deseo cuando escribo. No es poco, lo sé.

Tristán e Iseo, Romeo y Julieta, Píramo y Tisbe, María Pinilla y Jorge Zaera. Cartas de amor y dibujos de colores. Sapos y princesas. Lo público y la intimidad, la conversación segura entre amigos en una cafetería y la virtualidad no siempre responsable de Internet. ¿Siempre dicotomías, Begoña?

¡No, nunca! Las disyuntivas son siempre falsas. Son un truco, resultón, sí. Y como soy una tramposa –me habéis pillado- lo empleo a menudo. Pero suelo partir del negro para ir al blanco y quedarme en alguna parte del gris. Me ponen nerviosa los extremos y el pedigrí. Soy más de mezcla, más de matices. Adoro los matices, y soy una sapocesa. O sea, la respuesta es: no, nunca dicotomías, aunque sí, siempre dicotomías, pero al final, solo a veces dicotomías.

En la rueda de prensa de la mañana de los Premios SM confesaste que cuando empezaste a crear las bases de Pomelo y limón no estabas en un momento personal muy bueno. Para animarte incluso te compraste una bonita libreta. ¿Crees que es cierto eso que dicen de que no hay escritores 100% felices, de que hay que estar sufriendo al menos un poquito para lograr escribir una buena novela?

Si es por eso… Decía Mario Vargas Llosa que “un escritor tiene la ventaja de que puede convertir un fracaso en materia literaria, y eso lo alivia”. Confieso que acumulo algunos fracasos más, listos para convertirse en materia literaria. Pero en el momento actual, aspiro a triunfar en la vida aunque sea a costa de fracasar en la literatura. Estoy dispuesta a comprobar próximamente cómo de mala es una novela escrita por alguien 100% feliz. (Claro que si la novela resulta buena, mejor que mejor. Entonces seré 200% feliz.)

Sabemos que has escrito algunos libros por encargo y a nosotros, que estamos con un pie dentro y otro fuera del mundillo, nos intriga cómo se prepara una obra de estas características. ¿Es posible sentirse realmente unido a una historia que no es del todo propia?

Es posible, deseable y casi diría que necesario. Si no, es mejor no hacerlo. He disfrutado enormemente escribiendo libros como Ensalada de lecturas, Aragón de la A a la Z, Lecturas para dormir a una princesa (lo cito solo para que aparezca una vez más la palabra “princesa”; ¡ahora dos veces más!) o las guías del Plan Lector de Centro, una especie de ensayos sobre lectura que considero muy personales. Me cuesta muy poco hacer míos los proyectos ajenos, además, he participado en proyectos tan bonitos… He sido una mercenaria muy entregada.

El búho espía de El Tiramilla ha descubierto cosas bastante curiosas de tu vida, como por ejemplo que tocas el piano, has sido editora y traductora en grandes editoriales (¡hablas muchísimos idiomas!), has subido al Himalaya y habitualmente te desplazas por tu ciudad en bicicleta (¡al mismo tiempo que llevas tacones!). ¿Cómo ha enriquecido todo esto tu vena escritora?

¡Mucho! Cuando se reparten, largan o, a menudo, endilgan consejos para escritores en ciernes, siempre se les dice que lean. Yo les diría primero que vivieran. Vive, lee y escribe, en este orden probablemente, y con toda intensidad, y desde la mayor altura posible, desde el Himalaya o desde lo alto de unos tacones o aupado en esos zancos de vértigo que son la curiosidad, para abarcar más con la mirada, mucho más allá de ti mismo. ¿De qué vas a escribir si no?

Begoña, te has convertido en autora revelación y muy querida por tus lectores de la noche a la mañana, y es por eso que sin otras obras juveniles a tus espaldas ahora necesitamos más de ti. ¿Nos cuentas si tienes en mente algún futuro proyecto de corte juvenil? Además, ¿te has planteado rescatar algún viejo manuscrito para moverlo por editoriales o abogas por la maduración constante del escritor?

¿Me he convertido en todo eso? ¡Pero qué bien! ¿Cómo no voy a estar 100% feliz?
La verdad es que, ya en el Himalaya, antes de saber que había ganado el premio Gran Angular con Pomelo y limón, se me metió en la cabeza otra novela juvenil… ¡protagonizada y narrada por uno de los personajes de Pomelo y limón! No es una segunda parte, ni mucho menos. Es solo que uno de los personajes me fue creciendo y me pedía a gritos que escribiera lo suyo. Y no, no es Yaiza. Ya estoy en ello. Respecto a rescatar algo… tendría que releerme y ver si sigo encontrándome ahí. No tiene sentido publicar un texto donde ya no te encuentras.

Ha sido estupendo charlar contigo, Begoña, muchísimas gracias por hacernos un huequecito en tu agenda, pues sabemos que últimamente no paras. Y ahora, desde luego, si tienes quejas, reclamaciones o palabras amables, dispón del espacio que quieras, porque es todo tuyo.

Una reclamación: le especifiqué a Alberto que quería que en mi entrevista aparecieran siete veces ciertas palabras. Lo habéis hecho, pero me expresé mal. Mea culpa. En realidad quería que cada palabra apareciera siete veces, no siete veces en total. He intentado arreglarlo a lo largo de la entrevista, pero aún me queda una mención pendiente de cada palabra, así que allá va: “premio”, “princesa”. Asunto arreglado. Eso, y también deciros que qué felicidad encontrarse con unos entrevistadores que son unos lectores tan perspicaces, tan cotillas, tan profundamente competentes… Me he sentido tan bien leída… ¿Por qué no se dan premios a los mejores lectores? Pensadlo. (Oh, no. Acabo de superar el número de veces que debía aparecer la palabra “premio”. Oh, no. Lo he vuelto a hacer…)

Entrevista realizada por Alba Úriz y Alberto L. Martínez