Su infancia guarda cierto parecido con la de sus personajes más jóvenes (recordemos a Oliver Twist). Nació en el seno de una familia humilde que por culpa de la mala cabeza de su padre siempre anduvo mudándose y viviendo precariamente. Así, a Dickens no le quedó más remedio que aprender sobre el mundo por su cuenta y no fue hasta que cumplió nueve años cuando por fin fue al colegio. Ya entonces devoraba obras como Don Quijote de la Mancha o Robinson Crusoe. De esa época dijo una vez que no guardaba demasiados buenos recuerdos, y se describía como un “niño muy pequeño y no especialmente cuidado”.
Muy poco tiempo después la situación de su padre llegaría al límite y las deudas que había acumulado lo condujeron a la cárcel. Estando como estaban las cosas, a Charles no le quedó más remedio que ponerse a trabajar: tenía doce años cuando entró en una fábrica de betún para calzado, un empleo duro y agotador en cuya experiencia se basaría más tarde para llenar páginas de obras como David Copperfield.
Con quince años su suerte por fin comenzó a cambiar. Primero fue pasante de pluma en un despacho de abogados, luego se convirtió en reportero de varias publicaciones, donde ya se entreveía su vena de crítico social, y durante varios años fue editor de un periódico. Entre texto y texto, con veinticuatro años se casó con su primera mujer, Catherine Thompson Hogarth, con la que tuvo diez hijos; y con veinticinco primaveras empezó a publicar por entregas Oliver Twist.
Después de que su amor con María no pudiera ser y del aparatoso accidente ferroviario, Charles Dickens pasó a ser una sombra de sí mismo, y el 9 de junio de 1870 sufrió una apoplejía que lo condujo a la muerte. No lo enterraron como quiso, en la catedral de Rochester y “de forma barata, sin ostentaciones y estrictamente privada”, sino en la Esquina de los Poetas de la Abadía de Westminster.
El mejor recuerdo que tenemos de él es su obra, toda (salvo la novela Tiempos difíciles) ubicada en Londres, ciudad a la que llamaba su “linterna mágica” porque por sus calles salía a pasear cuando no podía dormir. Una ciudad, también, en la que la diferencia entre clases era brutalmente acusada y que Dickens se ocupó de plasmar en sus libros, todos de denuncia social contra la hipocresía de una sociedad injusta, casi de castas, y en la que los pobres, a los que el escritor trataba con compasión, llevaban siempre las de perder. Sin embargo, a pesar de la crudeza con la que retrataba la realidad, Charles siempre tuvo fe en la gente y en su dignidad.