¿Qué hace la sátira? La sátira condena a personas e instituciones por sus propias acciones, usa una expresión pública y voluntaria y la convierte en crítica involuntaria.
El satirista puede actuar de forma mínima, repitiendo lo que otro ya ha dicho para que la ironía y el sarcasmo surtan efecto, o también puede condimentar a gusto el traspiés del otro y cocinar su burla en un caldero al que añade parodia, yuxtaposición, comparación, analogía, ambigüedad y producir un potaje amargo cargado y agresivo. El efecto no siempre es humorístico, la risa que genera la sátira es más nerviosa que jovial, su crítica es corrosiva, tiene tintes de autocrítica, es un humor purgativo que despierta buenos y malos humores.
Otra de las características de la sátira es que une al crítico con el objeto de su ataque, la unión no solo se da por la invocación de lo ajeno bajo la apariencia de lo propio sino por la temporalidad misma de la acción. La sátira responde al presente del artista y luego, una vez la memoria se hace porosa y se desconocen las claves que originaron la crítica, el acento militante del ironista se desvanece, la sátira se desprende del ancla de la historia y la imagen producida se abre a otras interpretaciones. Todo el que satiriza debe aceptar estas circunstancias y reconocer que la permanencia de su obrar esta atada a la fugacidad del objeto de su ataque, cuando el tiempo o la pereza mental desconecten la realidad de la ironía, la imagen será un envase listo para llenarlo con la interpretación de turno, incluso con una carga de sentido adverso.
Algo así pasó en estos días cuando, tras los asesinatos de la plana mayor de Charlie Hebdo, junto al eslogan tan solidario como sensiblero de “Je suis Charlie”, se movió el contraeslogan de “Je ne suis pas Charlie”, con el que muchos se resistían a la emotividad del consenso, reacios a darle un apoyo irrestricto a una publicación a la que calificaban de racista. Como ejemplo de racismo se mostraba una selección de portadas del semanario en que algunas de las poblaciones minoritarias francesas eran representadas con sus características físicas acentuadas y ataviados de los prejuicios sociales más chambones y facilistas.
Leigh Phillips, en su texto Perdidos en la traducción: Charlie Hebdo, libertad de expresión y la izquierda mololingüe, intentó refutar estas afirmaciones y mostró cómo una de las portadas más denunciadas, en la que salía una mujer de piel negra con un cuerpo simiesco y la frase “Azul Congregación Racista”, representaba a la Ministra de Justicia de Francia de índole socialista que hacía poco había sido comparada con una foto de un primate por parte del Frente Nacional. El juego de palabras correspondía a una traducción burlona del eslogan de esa agrupación política de extrema derecha y al nombre de la candidata que puntea las encuestas y podría ser la próxima jefe de Estado francés (un juego con el “Marine” de “Rassemblement Bleu Marine” y el “Jean Marine Le Pen”). Phillips retomó más casos de crítica en los que, por décadas, los artistas han satirizado todo tipo de ismos y centró su atención en el lenguaje: en el análisis simplón, afanado y mediocre de los grandes medios y la agenda cruzada a nivel geopolítico en que el fascismo de diferentes vertientes intenta simplificarlo todo, generar un choque de civilizaciones donde no lo hay, hablar de bárbaros y civilizados, y ponerle un límite a la libertad de expresión: “La libertad de expresión no es una chuchería liberal. Es la primera libertad, de ella dependen todas las otras libertades”, cerraba Phillips.Por internet circula una sátira que satiriza una portada de Charlie Hebdo. En ella vemos a Stéphane Charbonier, el editor en jefe asesinado, que sostiene un ejemplar de su revista como escudo para intentar defenderse contra balas que lo atraviesan. La imagen canibaliza una portada previa del hebdomadario en la que un hombre, con un atuendo de musulmán, intentaba usar el Corán como defensa ante las balas. La frase de la portada original decía “El Corán es la mierda”, la frase de la sátira de la sátira reza: “Charlie Hebdo es una mierda”.
La sátira es un acto de amor hacia el lenguaje, esta sátira de la sátira tal vez habría sido del agrado de Charbonier, una puesta en abismo que los retrata bien a él y a sus colegas. “No tengo hijos, esposa, carro o crédito. Esto puede sonar pomposo pero prefiero morir parado que vivir de rodillas”, dijo el editor. Lástima que ahora todos ellos no estén muertos de la risa.