Ciencia y ficción

Publicado el 19 abril 2020 por Mj Sol

Conocí a Esperanza en la cola del cine cuando aún no se compraban las entradas por internet. Yo iba con mi pandilla y ella charlaba con su amiga justo delante de mí. Oí sus interesantes argumentos para terminar de convencer a su acompañante de que aquella película de ciencia ficción era lo mejor de la cartelera. Su voz preciosa y sus palabras me abstrajeron de la conversación de mis colegas y consiguieron que no apartara los ojos de su cabello largo y castaño. Cuando se volvió y me sonrió, su mirada iluminó el mundo y yo me sentí abducido. Flotaba en el espacio hasta que uno de mis amigos me dio una colleja que me devolvió a la Tierra. Le supliqué a la taquillera que me sentara junto a ella y luego fingí que había sido casualidad. La quise invitar a palomitas y Coca-Cola, pero no lo permitió. Mis colegas alucinaban al verme cortado y torpe, intentado impresionarla con mis conocimientos cinematográficos. Pero algo bueno debí decir porque después Esperanza se quedó un rato conmigo cambiando impresiones sobre la película. Con más inseguridad que convicción, le pedí que me acompañara al estreno de otra de ciencia ficción y aceptó. Ese fue nuestro maravilloso comienzo, sin música de violines, ni fuegos artificiales, pero con el silencio y la oscuridad del espacio plagado de planetas por conquistar, héroes vestidos de astronautas, naves que viajan a la velocidad de la luz y multitud de misterios que resolver.

Sala de cine.
Jorge Simonet.  Wikipedia.


A Esperanza le encantaba la ciencia ficción, pero temía a los extraterrestres y se quejaba de que los científicos hubiesen enviado las Voyager con nuestras coordenadas a los confines de la galaxia sin el consentimiento de la humanidad. A mí me divertía verla ponerse tan seria cuando decía que eso era una imprudencia.-Pero ¿es qué tú crees en los extraterrestres?- me burlé una vez.-¡Por supuesto!- exclamó sorprendida - ¡Ah! Por eso te lo tomas todo a guasa, porque piensas que no hay nada amenazante y peligroso ahí fuera…-No te preocupes- dije abrazándola – Si algún alienígena se atreviese a acercarse a nosotros me convertiría en un Jedi por ti. Jamás hubiera imaginado que tendría que tragarme mis palabras. Siempre supe que Esperanza eramás lista y más valiente que yo, pero terminé de confirmarlo al ver la expresión de su rostro iluminado por la luz de la televisión mientras el telediario daba la noticia. No habían llegado en inmensas naves posicionándose sobre las grandes capitales del mundo y destruyendo nuestros más emblemáticos monumentos como inequívoca declaración de guerra. No eran ellos dados a seguir guiones de cine. Tan bien les salió su plan que ni siquiera eran los protagonistas del reportaje, la atención recaía en las actuaciones del único país al que habían asaltado de una forma tan disimulada que el resto del mundo no sabía si realmente era un ataque o simple propaganda de un lugar que quedaba demasiado lejos en el mapa. Esa fue su primera victoria, parecer inofensivos y pillarnos desprevenidos. Para cuando quisimos darnos cuenta ya estaban entre nosotros silenciosos e invisibles. Por supuesto no se conformaron con un solo país, fueron extendiéndose por los continentes mientras las naciones hacían oídos sordos a las advertencias de los que ya los teníamos encima. Y aunque les gustaba dejarse llevar por la brisa, posarse sobre nuestros monumentos, pisar nuestras calles, y correr por nuestras carreteras; su preferencia estaba en los objetos triviales y cotidianos: una mesa, un bolígrafo, la superficie brillante de un móvil, una cartera y su contenido, unas llaves, el pasamanos de la escalera mecánica, la barra donde todos nos sujetamos en el transporte público… Allí campaban a sus anchas pero con la cautela de dejarlo todo perfecto, como si no lo hubieran tocado. Las fiestas les divertían mucho, entraban camuflados y se regocijaban en saltar entre las multitudes, también se colaban en nuestros estadios deportivos, nuestras salas de conciertos, nuestros cines… cuantos más terrestres reunidos mejor podían llevar a cabo su plan, porque en realidad no venían a atacar la Tierra, en realidad venían a por nosotros. El planeta siguió girando pero nuestro mundo se detuvo. Los hospitales se llenaron y la cifra de caídos aumentaba cada día.Nuestras costumbres se abolieron y nuestras calles se quedaron vacías. Ningún director hubiera tenido que recurrir a efectos digitales para mostrar una gran urbe desierta como escenario apocalíptico, lástima que ya no se rodaban películas… El ejército y las fuerzas de seguridad vigilaban constantemente. Los telediarios tenían un único tema y en el resto de la programación, entre reposiciones de series y concursos, se nos lanzaba reiteradamente el mismo mensaje: quédate en casa.A día de hoy sigo obedientemente esa consigna. Tampoco tengo donde ir porque perdí mi fabuloso y prometedor empleo cuando los alienígenas agazapados en todos los rincones nos obligaron a “cerrar el mundo”. Sin embargo, el que, hasta unas semanas antes, era el poco ambicioso, mal pagado y precario empleo de Esperanza, se ha convertido en actividad esencial. El “quédate en casa” no va con ella, no es médico, no es soldado, pero pertenece al grupo de personas que hoy sostienen uno de los pocos reductos de normalidad que nos quedan. La veo marchar cada día hacia el trabajo, sin armas con las que enfrentarse al enemigo. Muy a su pesar, sin intenciones de ser una heroína, disimulando su miedo, baja las escaleras y yo, desde la seguridad de mi hogar, la sigo mentalmente porque no puedo acompañarla. Pasa por la calle desierta y por un pequeño supermercado que abre media hora más tarde, llega a la parada de un metro fantasma y desciende las escaleras sin atreverse a tocar nada. Estoy seguro de que mira hacia todas partes, cautelosa, atenta, para no cometer ningún error que pudiera resultar fatal. Sospecha de todo y de todos pero tiene que seguir adelante hasta llegar a su centro de trabajo donde nadie le agradece su labor, ni le dedica palabras de aliento. Demasiadas personas alrededor. Se lava las manos, le duelen ya de tanto lavarlas, desinfecta su lugar y aguanta como puede hasta la hora de la salida. Creo que hay momentos del día en que los dos recordamos la película La invasión de los ultracuerpos y nos preguntamos si alguno de los compañeros habrá caído ya en las garras de los extraterrestres.Hago la comida, he aprendido varias recetas en solo un mes. Luego hablo por videoconferencia con mi familia que me pregunta cómo estamos. Yo estoy bien, y ruego porque Esperanza no me llame desde urgencias porque haya caído en este combate silencioso e invisible y que ninguno de esos diminutos seres de otro mundo haya conseguido rozarla.Cuando se acerca la hora ya he limpiado todo y he preparado sus cosas: una bolsa de plástico para guardar los zapatos sucios y dejarlos fuera, las zapatillas cerca de la puerta, la ropa limpia y la toalla en el cuarto de baño. Miro el reloj impacientemente y suplico que llegue sana y salva. Cinco minutos más me desesperan. Hoy regresa con dos bolsas del supermercado llenas de alimentos. La casa huele a lejía y ella me sonríe. Se desnuda para poner la ropa directamente en la lavadora. Mientras se ducha, yo limpio los paquetes que ha traído y los guardo. Vuelvo a fregar la entrada y desinfecto los pomos de las puertas.Nos sentamos cada uno en una esquina del sofá y nos miramos. ¿Cuánto tiempo hace que no nos abrazamos? ¿Cómo puede mantenerse intacto el amor y quedar prohibido los besos enamorados por capricho de esos pequeños seres? ¿Tendremos valor de desafiarlos? ¿Nos arriesgaremos de una forma tan temeraria?Intento tomarla de la mano, pero ella la aparta rápidamente.-¿Qué haces?- pregunta asustada – Todos los días me pregunto si será hoy cuando regresaré a casa con una herida invisible que no se manifestará hasta dentro de unos días… Tengo que mantenerte a salvo.Las lágrimas en sus ojos no consiguen apagar la luz que ilumina mi mundo. De repente no tengo miedo de tocarla, ni me pregunto si ha regresado intacta. La abrazo y ella se aferra a mí, ocultando la cara en mi pecho.-Mi amor…- murmuro acariciando su cabello húmedo – Yo nunca seré un Jedi, pero tú siempre serás mi teniente Ripley.Esperanza levanta la mirada y se ríe por primera vez en semanas.

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