Llamamos renacentista a ese afán de interesarse por todo, esa necesidad que algunas personas, no demasiadas en términos estadísticos, sintieron, sentimos, por escarbar un poco más abajo de la superficie de las cosas; de todas las cosas, admitiendo de antemano la imposibilidad absoluta de llegar muy lejos en nuestro conocimiento de ninguna de ellas. Vivimos un mundo que oscila entre la total ignorancia y la excesiva especialización, predominando de forma abrumadora la primera. Quien no sabe nada de nada y quien lo sabe todo de muy poco. El avance suele venir de quien consigue unir los hallazgos de otros exploradores de campos muy pequeños, fragmentarios. El progreso procede de los que saben sacar consecuencias y derivaciones útiles de esos conocimientos trabajosamente descubiertos por gentes concienzudas y minuciosas, geniales a veces, pero estériles mientras vivan estancos. Investigación básica, imprescindible, a veces impotente como el vuelo del pájaro enjaulado. Hecha útil por la genialidad de relacionar, de unir lo aparentemente extraño y desparejo. La investigación es trabajosa y compleja, minuciosa y detallista. El producto de la genialidad es maravillosamente sencillo, a veces obvio, pero de una obviedad no evidente hasta ver la rueda girando o el fuego arder tras frotar dos palitos. Normalmente los mayores descubrimientos, los verdaderamente relevantes y revolucionarios, consistieron en encontrar no nada nuevo, sino una nueva relación entre cosas viejas. La litetarura y el arte también funcionan así. Una obra literaria es maravillosa si hace un uso genial del lenguaje preexistente, combinando de forma nueva palabras muy viejas, no necesita inventarlas. Por eso más que desconfiar, abomino de todo arte que renuncia o desprecia la tradición. Cierto es que algunos dicen despreciar y renunciar a aquello que ni conocen ni dominan, cosa que evidencian sus productos. El arte es otra cosa.
Con los placeres y disfrutes ocurre otro tanto. Unir dos o más de ellos no los suma, los multiplica. Olor y sabor, letra y música, edificios, lugares e historia. Paisaje, historia, clima, gastronomía, buena compañía y un vino blanco fresco. Cuantas más sensaciones y recuerdos intervengan, mayor es el placer. Cuestión de relacionar ideas, lo que presupone tenerlas. Es penoso tener pocas, y trágico tener una sola, dueña de toda la cabeza, deambulando de neurona en neurona sin encontrar con quién pegar la hebra. adueñándose de todo el pensamiento, de todos los sentimientos y deseos. Eso convierte en un peligro a quien tan poco amueblada tiene la almendra. A unos les da por poner lazos, a otros por degollar infieles y a otros por abrazar farolas. Y en esas estamos.
Cieza, como toda Murcia y parte de Alicante y Albacete, gracias al pacto de Orihuela, el pacto de Tudmir, es decir de Teodomiro de Oriola, salvó el primer embate de la invasión árabe capitulando y conservando así cierta independencia, aunque su vasallaje, según el acuerdo del 7 de abril del año 713, obligaba a cada persona, incluida la parte contratante de la primera parte, es decir Teodomiro, a pagar un tributo anual de un dinar en metálico, cuatro medidas de trigo, cebada, zumo de uva y vinagre, dos de miel y dos de aceite de oliva; para los siervos, solo una medida. No duró demasiado esa situación, de forma que terminaron sucumbiendo y sufriendo los avatares de la época, con guerras civiles entre los diferentes grupos musulmanes, divisiones del califato en reinos de Taifa, sin que la parte norte de la región fuera totalmente arabizada. De todas formas, hasta 1243 no se invirtieron los papeles y el emir de Murcia Ibn Hud al-Dawla fue el que ahora capitula ante Fernando III y pasan a ser vasasllos de Castilla y León. A tres kilómetros al norte de Cieza, en el morrón de Bolvax, se encuentran los restos abandonados del antiguo poblado ibero-romano que según muchos sería la antigua Segisa, citada por Ptolomeo como cercana a Cartago, en pleno Campus Spartarium de los romanos. Para ellos esa sería la primera ubicación de Cieza.Más seguro es su origen en la Sisaya árabe, que como toda Murcia tuvo que capitular ante Fernando III que tras conquistar Segura en Jaén, Alcaraz y Chinchilla en Albacete no les dejó otra opción. Ese pacto se llama de Alcaraz. Se reparten tierras entre los cristianos y muchos árabes prefieren irse a Granada, para vengarse después en ataques continuos, como los que llevaron a los ciezanos a las mazmorras de Granada, en la Alhambra, para construir como esclavos sus murallas. Aún se conservan sus grabados y dibujos en las paredes de las hondas mazmorras