Pues eso: el primer beso de la historia del cine. Así de sencillo.
Este honor les cabe a John C. Rice y May Irwin en este cortometraje de 1896 y con elocuente y directo título dirigido por William Heise y cuyo único minuto de duración no evita que tenga guionista, John J. McNally.
Producido por la compañía Vitascope, el primer plano del beso no es más que un pasaje de una obra teatral, todo un éxito en Broadway, titulada La viuda Jones, adaptado para la ocasión. El susodicho beso causó no obstante todo un escándalo, ya que sus productores no evaluaron el efecto que las dimensiones de los actores y de la acción en la pantalla tendrían sobre un público todavía poco acostumbrado a las imágenes en movimiento, y mucho menos con semejante carga de pasión (hoy, sin embargo, a todas luces ingenua y antierótica).
En junio del mismo año, cuando la película se había convertido en todo un acontecimiento sociológico que dio muy buenos réditos en taquilla, un artículo en un periódico de Chicago publicado por Herbert S. Stone mostró la indignación con que ciertos espectadores habían recibido la película, sentando las bases del tira y afloja que durante décadas la censura impuesta por las mentes más cerriles y conservadoras impusieron, con el beneplácito de los grandes estudios, sobre la creación cinematográfica americana. El discurso de Stone no tiene desperdicio: “Semejantes cosas son ya bestiales en tamaño natural. Ampliadas hasta dimensiones gargantuescas y repetidas tres veces seguidas, resultan absolutamente repugnantes y entran en el ámbito de las competencias policiales...”. Lo que se dice un amargado de la vida, de esos que en vez de preocuparse por ser lo más felices posible únicamente se preocupan de que los demás compartan su amargura.
Una pieza histórica, auténtica arqueología cinematográfica, que se ofrece íntegra y sin cortes publicitarios…