Ciudades inventadas o invisibles compuestas en el Arte con la única finalidad estética de justificar la emoción de un espacio.

Por Artepoesia

 

En el año 1972 el escritor Italo Calvino publicaría su novela Las ciudades invisibles. Inspirada en la leyenda de Marco Polo y sus viajes por Asia, donde el famoso viajero veneciano describía su encuentro con el emperador chino Kublai Khan. Entonces, un poco para salvarse y otro poco para fascinar, Marco Polo le narraría al Khan las descripciones de algunas ciudades que él había visitado y conocía. Pero, sin embargo, tanto las idealizaría Marco Polo que ninguna correspondía exactamente a ninguna realidad existente de ellas. Todas fueron inventadas en su descripción, a pesar de que existieran incluso. Con ese atavío fantástico el escritor italiano compuso su relato inventado basado en aquel encuentro legendario. Pero Calvino titularía su novela mejor como Las ciudades invisibles, y es mejor así, a pesar de que la invención es el único sentido de acabar haciendo visible lo que no lo es. En el Arte la recreación de ciudades casi nunca reflejará la realidad, entre otras cosas porque el paso del tiempo las hace diferentes en su estética. Y es que esta es la cualidad que, además de la perspectiva, utilizan los pintores para permitirse la libertad de transgredir la realidad representada de algo existente. Sin embargo, el Arte no se queda en la transformación temporal o en la del punto de vista, llega más allá para convertir una idea espacial concreta, lo que es una ciudad existente, en otra cosa distinta: la visión emotiva de una expresión estética que asocia el mundo conocido con un espacio diferente. La invisibilidad de Calvino en su novela es además otra cosa añadida, donde el Arte sustituye esa no visión real en una visión inventada, entre otras cosas para conseguir dar visibilidad a lo que no lo tiene. Cuando el pintor expresionista Egon Schiele se inspirase en la silueta abigarrada de una ciudad orillada, pintaría su obra Casas junto al río, la ciudad vieja. Pero, sin embargo, con ese título no haría sino elucubrar la identidad concreta de esa ciudad pintada. En su estilo expresionista, la obra reflejaba el punto de vista alejado de cualquier referencia real a una ciudad determinada. Cuando los pintores buscan componer algo conocido, como un monumento o una ciudad, destacan casi siempre los rasgos definidos de algún elemento arquitectónico característico de ese espacio concreto. Esto le da identidad y cualifica la creación artística para poder relacionar una imagen con algún sentido. 

Pero el Expresionismo no buscaría ninguna relación en ese sentido, para esta tendencia modernista la representación no obedece a la realidad sino al sentimiento, a la emoción, a lo que parte de lo representado pueda expresar dichas sensaciones estéticas. El pintor Schiele compone la imagen de su obra con los perfiles de una ciudad centroeuropea al lado de un río, una ciudad que no tiene ahora la intención de dar a conocer sino de emocionar con su perspectiva expresionista. Luego los críticos dedidirían si era la ciudad de Wachau o Krumau, ciudades que el pintor tuvo en su vida la oportunidad de conocer. Sin embargo, nada hace a la obra, como el pintor bien hizo, corresponder una realidad a una silueta artística determinada. Cuando Italo Calvino quiso hacer una novela con los elementos de la obra legendaria de Marco Polo hizo lo mismo. Lo mismo, a su vez, que Marco Polo hizo con Kublai Khan... Era describir la visión imaginada de una realidad incierta, como son todas las realidades que mezclan cosas diversas y nunca alcanzan a definir bien un espacio y un tiempo concretos. Pero ahora, en la expresión estética de una obra de Arte pictórica, el tiempo no es exactamente aquí el valor condicionante. Lo mismo que en el caso de Calvino, ya que éste no relata una visión idealizada de otro momento cronológico, sino la idealización sistematizada de ciudades que tienen una realidad por su sentido de poder serlas y no por el hecho de haber existido. Ya que haber existido puede hacer cambiar cualquier perspectiva espacial a causa de ser otro tiempo distinto. Aquí no, aquí, en el Arte, el pictórico y el literario en este caso, la descripción es existente y real aunque nada de ello corresponda con la identidad real y existente de algo. El pintor holandés Jacob Grimmer (1525-1590) reflejaría en sus obras renacentistas el paisaje más como una expresión emotiva que real de un lugar representado. En su obra de finales del siglo XVI compone un paisaje con una población europea del norte que recrea la idealización de un lugar inventado de su tierra. Su visión es tan fantástica que la expresión que da a su obra delimita ahora una población humana muy alejada de su arquitectura. Las casas están vacías de vida, parecen incluso seres o elementos abandonados, en contraste con los humanos, en la delineación del paisaje de una pequeña ciudad junto a un río. 

Cuando el pintor romántico belga Francoise-Antoine Bossuet quiso pintar la ciudad de Sevilla aproximadamente entre los años 1850 y 1860, idealizaria un paisaje que nada tenía, ni tiene, que ver con la realidad. Aquí su invención es absolutamente romántica. La invisibilidad de esa visión real es acorde con la visión estética reflejada por su emoción extrema, como es la estética propia del Romanticismo. No existe ese gran edificio, la supuesta catedral sevillana, con esa estructura arquitectónica ni, además, tan cercano a la orilla del río Guadalquivir. Tampoco el puente que aparece en la obra es el verdadero puente de Triana. Todo es inventado, haciendo ahora una ciudad real del todo invisible... Y no tiene que ver con el paso del tiempo y sus deterioradas situaciones reales. No, ahora es la expresión de un espacio, la recreación de un espacio que se justifica solo con algunos elementos geográficos de la realidad. Como Marco Polo haría con sus descripciones fantásticas de ciudades al emperador chino. ¿Se hubiese mostrado igual de fascinado Kublai Khan con la realidad si aquel se la hubiese contado del mismo modo? Seguramente. Entonces, ¿qué sentido tenía haberla transformado? El conocimiento, la verdadera información, de la que carecía el autor, o también el esfuerzo de memoria que supondría una descripción tan detallada con la que poder llegar a fascinar exitosamente. El Arte es así, necesitará fluir desde lo conocido para poder describir lo fascinante, pero, como lo conocido es limitado, el sentido entonces de lo que se precisa expresar debe fluir de la imaginación, de la recreación idealizada de un sentimiento estético poderoso. Uno que haga de la realidad otra cosa diferente, un espacio donde ahora coincidan juntos el deseo, la satisfacción y una cierta realidad indolora. En la Pintura la deformación de la realidad es menos elogiada que la imaginación. La invisibilidad entonces es un concepto que expresa confusión, no otra visión diferente de algo. Hay invisibilidad en la imaginación o en la no visión de las cosas, pero no en la falsedad. ¿Cuando Marco Polo describía sus ciudades las falseaba? Posiblemente. Sobre todo porque describía falsedades de las ciudades existentes, no de las que no. ¿Cuando Italo Calvino narró sus ciudades invisibles las falseaba? No, en absoluto. Construyó sus imaginadas ciudades desde la emoción de un sentimiento novelado: la recreación de cosas con rasgos de verosimilitud pero que son totalmente inventadas. En este caso la creación artística construye una visión sorprendente y emotiva, sobre todo por hacer de algo material un sentimiento con vida fascinante. Al final, es la fascinación del espacio no la del tiempo. Es ahora el sentido atrayente de una invención, pero es, también ahora, la descripción fascinante de una realidad del todo invisible.

(Óleo Casas junto al río, la ciudad vieja, 1914, del pintor expresionista Egon Schiele, Museo Thyssen, Madrid; Pintura Paisaje invernal con pueblo, siglo XVI, del pintor holandés Jacob Grimmer, Museo Thyssen, Madrid; Cuadro romántico La catedral de Sevilla, mediados del siglo XIX, del pintor belga Francoise-Antoine Bossuet, colección Privada.)