Imaginemos por un momento que quisiera tratar a uno de mis pacientes con gotas para los oídos de Coca-Cola.
Tendría dos opciones. La primera, coger una receta y escribir directamente "Coca-Cola, gotas óticas". Así se ha hecho tradicionalmente en nuestro sistema de salud. Sin embargo, existe una alternativa más inteligente: sabiendo que existe el refresco de cola Hacendado, que es más barato, podría escribir en la misma receta:
"Despáchense gotas óticas con la siguiente composición: 2 litros de agua carbonatada, 2 kilos de azúcar, 30 mililitros de caramelo, 10 mililitros de extracto de cola y una pizca de cafeína".
Esto se llama prescripción por principio activo y ha permitido ahorrar mucho dinero al sistema sanitario.
La cosa se pone más difícil si un día me da por recetar, en vez de Coca-Cola, gotas de Sprite. No existe el Sprite genérico, ni de Hacendado ni de ninguna otra marca. Si escribo en la receta la fórmula de este refresco, necesito mucho tiempo y sé que en la farmacia le van a dar Sprite; no hay ahorro que valga, así pues, ¿por qué no escribir directamente "Sprite" en la receta?
Existen muchas gotas para los oídos a las que les ocurre lo mismo que al Sprite: son fórmulas complejas, suspensiones con varios principios activos, que no existen todavía en su forma genérica y cuya prescripción requiere un tiempo inútil. Hemos caído en la trampa de confundir la prescripción de genéricos en todos los medicamentos en los que sea posible con la prescripción por principio activo de todos los medicamentos.