(Image source: ordinaryservant.com)
Durante las últimas semanas estoy viviendo un fenómeno social, como si de un estudio sociológico se tratase.
Es curioso y admirable comprobar cómo todo ser humano se mueve por unos gustos y aficiones establecidos con el tiempo. A veces se trata sólo de interés, otras de amistad y muy pocas (pero haylas) de compromiso.
Cuando hablo de interés me refiero a todas aquellas situaciones en las que uno se para ante el inmenso panorama de múltiples opciones que se le ofrecen ante sus ojos y, dependiendo de sus conocimientos y perspectivas de futuro, elige aquellas que más se ajusten a su perfil académico, social y personal, desbancando descaradamente el resto sin ningún tipo de consideración.
En el caso de moverse por los lazos de una amistad, se observa a la legua cuándo uno persona se deja llevar e influenciar por los criterios de su amigo. Puede y no puede haber nada malo en ello siempre que aquel amigo sea de verdad un buen acompañante de la vida y sepa elegir adecuadamente alegando a los gustos de ambos.
Por último, se encuentra aquel que tira la toalla y se encamina a la perdición dejando que influyan en sus decisiones los criterios de los demás sólo porque así se evita un mal trago y complace al resto. En la vida no estamos para complacer a nadie, sí para hacer la vida más agradable a los que tenemos alrededor.
Pero al margen de todas estas observaciones, quería destacar dos rasgos en común en ellas: los diferentes tipos de personas, después de sus decisiones, se juntan con otras bajo un mismo techo; y todas ellas no miran por la edad, la raza o los estudios del resto.
Aquí se puede observar el carácter social y de apertura del ser humano. Al final siempre se dan relaciones personales, se inician encuentros entre personas, se busca la unión más que los puntos que marcan la diferencia entre ellas. Por mucho que se empeñen ciertos grupos de crear el caos y la separación entre las personas, otros luchan por la cercanía, el diálogo y el compartir.
Esto es lo admirable.