Estos días recordamos que hace un año, el mundo se detuvo y nosotros ya no volvimos a ser los mismos.
En España, acababan de decretar el estado de alarma. Poco antes, yo había publicado una foto con mi hijo, en una excursión al lado del río, con unos versos de Rosalía de Castro a modo de despedida. El confinamiento empezó un día después, exactamente el 14 de marzo. Los niños no volverían a salir al exterior hasta el 26 de abril.
Realmente no fue mucho tiempo, pero visto en retrospectiva, fue eterno.
¿Qué ha pasado en los 365 días que mediaron entre el inicio del confinamiento y el día de hoy? Muchas, muchísimas cosas. Empezamos a acostumbrarnos a vivir con mascarilla y muchas restricciones, pero sobre todo, empezamos a acostumbrarnos a vivir con esa incertidumbre que siempre formó parte de la esencia de la vida, pero de la que nunca habíamos sido realmente conscientes.
En el camino, hubo muchas personas que se replantearon cambios y otras muchas más personas que se aferraron a un deseo eternamente aplazado de que las cosas volvieran a ser como antes, aunque el antes tampoco fuera una maravilla. Pero parecía más seguro.
Independientemente de la forma en que cada uno se haya adaptado, hay un factor común para todos: la sensación de estar en un limbo. Nos encontramos cansados y el peso de lo vivido empieza a convertirse en una mochila existencial que ya forma parte de nuestra psique colectiva. La frase talismán, el santo y seña de la esperanza, son tres palabras: cuando esto acabe. Al que ahora se añade una nueva coletilla inquietante: si es que acaba…
(Acabará, no os preocupéis)
La fatiga pandémica existe y en mayor o menor parte, todos la estamos padeciendo. No es una grave enfermedad. No tiene por qué impedir seguir adelante con sueños o proyectos, y de hecho en estos tiempos, impulsar lo que sea que a cada cual le haga vibrar, es más importante que nunca. La fatiga pandémica es grave cuando está vinculada a otra pandemia que ya existía antes del Covid: la del virus de la inercia. No es que la pandemia nos haya obligado a vivir como hámsters corriendo en una rueda. Esto ya pasaba. La pandemia nos ha arrebatado muchos de los estímulos exteriores que convenientemente, maquillaban esa inercia. Viajes, fiestas, actividad social, fotos en instagram, gente que va y que viene, barullo constante.
La pandemia nos insta a cierta contemplación y cuando lo que contemplamos es falta de vida propia, la fatiga pandémica se convierte en fatiga sistémica.
Este no es un artículo para conseguir eliminar la fatiga pandémica. Sería como escribir algo sobre cómo adelgazar en 10 días o cómo conseguir pareja en una semana y os estaría engañando. La vida no es más que una cuestión de adaptarse a lo que vaya viniendo, sobre todo con respecto a las cosas que nos vienen impuestas. En esta flexibilidad de junco, como dirían los orientales, está el quid de la cuestión.
Este artículo, pues, habla sobre adaptarnos y en primer lugar, debemos asumir la sensación de fatiga comunitaria, como algo perfectamente normal y no necesariamente negativo. Lo podemos integrar a tantas otras complejidades emocionales que forman el espíritu humano.
En segundo lugar y estoy segura de que muchos ya lo hacéis regularmente, es esencial no olvidar el ejercicio de agradecer. De verdad que somos muy afortunados de, por ejemplo, no estar viviendo esto en un país en guerra o en un campo de refugiados. Del agradecimiento a la generosidad hay sólo un paso y mirar más allá del propio ombligo es altamente beneficioso para cualquiera que vaya a apostar por una existencia con cierto sentido. Si la fatiga pandémica tiene mucho que ver con la inercia, no se me ocurre mejor vacuna que conectarse con lo que pasa en el resto del mundo.
Y en tercer lugar, no olvidemos que aun con muchas limitaciones, tenemos la posibilidad de hacer muchas cosas interesantes y que como decía el viejo refrán, la necesidad agudiza el ingenio. Que la necesidad no sea una excusa para seguir amuermándonos y que el ingenio sea un acicate para continuar despertando. Cuando falta de lo afuera, es el momento de expandir lo de adentro.
Es inevitable pensar en algún momento en las cosas que nos estamos perdiendo, en lo que teníamos y no parece que vaya a volver. Pero no nos quedemos a vivir en ese pasado idealizado o en un futuro que todavía no existe. Estar en el mundo con ese talante, sólo nos condenará a una espera sin sentido o a una añoranza depresiva, mientras sumamos días que no saben a nada. Entonces, la fatiga pandémica sería un problema real. Mientras sigamos enfocados en hacer lo mejor de nuestro presente y no nos atemos a expectativas, no tenemos que temer esa pesadez ocasional que nos recuerda simplemente, que seguimos vivos.
Os dejo un poema que publiqué hace unos días en Instagram. Lo de la poesía ha sido una de las muchas sorpresas de estos tiempos. Hacía muchos años que no me salía hacer nada en verso y desde luego, no se me había ocurrido vincular el coaching con este tipo de expresión. Un día, me salió una rima sin querer en un texto, y lo demás, fue viniendo sin más. No había nada planificado. Mi propio aprendizaje de la era post-Covid, tan plagada de miedos, es a perder muchos miedos. Os animo, pues, a experimentar con todo aquello que podáis ser, vivir y expresar. La vida está para eso. Si queréis ver más poesía, clickad en mi Instagram.
Érase una vez un virus malvado
Que obligó al mundo a quedarse confinado,
La gente contaba los días restantes,
Para que todo acabase y volver a lo de antes,
Pero el tiempo pasaba y todo seguía igual,
Y se fueron acostumbrando a esa vida anormal,
Con mascarillas, toques de queda y otras restricciones,
Esperando a que se fuese el virus de los c……
Y entonces, algunos decidieron dejar de esperar,
Se pusieron en marcha y escogieron crear,
Hijos, libros, ideas, carreras, canciones,
Historias, vivencias, aventuras y relaciones
Otros prefirieron huir del infierno,
Sumiéndose en una especie de sueño eterno,
Donde no había miedo, riesgo, ni posibilidad de herida,
Porque a fin de cuentas, no estaban exponiéndose a la vida.
Los que quisieron salir adelante,
Aprendieron algo valioso e importante,
Vivir no es luego, vivir es es ahora
Y esta es una verdad demoledora
Si ahora no vives, sea del derecho o del revés
Tampoco tendrás ni idea de cómo vivir después,
Si aprendes a navegar en la incertidumbre,
Ni el cambio, ni la pérdida, te causará pesadumbre.
No pierdas el tiempo esperando a existir,
No evites la vida, para evitar morir
Porque la verdadera pandemia que nos vuelve dementes,
Es la que nos encierra en nuestra propia mente.
No te desesperes buscando otro cuento
No hay nada allá afuera que no tengas ahí dentro.