¿Cómo nos construímos a nosotros mismos?: La autoimagen

Por Gonzalo


Los pueblos primitivos contruían sus casas con los materiales disponibles en su entorno. Para algunos, eran las cuevas, para otros, las tiendas hechas con pieles de animales, adobes o el hielo de los iglúes. Al no disponer de ladrillos ni de cemento, era obvio que no podían hacer casas con esos materiales.

IGLÚ

Éste es, exactamente, el mismo proceso que se sigue en la construcción de la “casa de sí mismo”: la autoimagen. El niño en desarrollo utiliza el material que encuentra en el espacio interpersonal de su entorno para edificar el concepto de sí mismo.

Los materiales de construcción son las palabras, el lenguaje corporal y el trato con las personas que tienen importancia para él. Tales materiales son intangibles, por supuesto, pero producen una diferencia claramente tangible.

Desde los primeros momentos, el niño es sensible a su ambiente. Sabe si es acogido con brazos relajados o tensos. Con el tiempo, se percata del lenguaje, nota si los tonos y las miradas son amables y bondadosos o duros y enojados. Las “vibraciones” de su entorno le afectan.

Y a partir de estos mensajes se forma impresiones generalizadas sobre la seguridad y confianza que ese mundo le brinda. El niño aprende pronto si sus necesidades serán cubiertas con constancia y simpatía razonables.

Una vez que el niño aprende su nombre, comienza a adjudicarse determinadas cualidades a sí mismo. Si recibe un conjunto de mensajes verbales y no verbales que lo tildan de inconveniente, imposible, “que no hace nada a derechas”, ese niño edificará una imagen de sí mismo acorde con tales mensajes. Si las impresiones que recibe son más positivas, contruirá una autoimagen positiva.

Ninguno de nosotros se encontraría a gusto consigo mismo si continuamente nos dijeran que somos mediocres, torpes, egoístas y malvados. La mezcla de lenguaje corporal, palabras y expectativas de las personas importantes para el niño constituyen el material utilizado por él para la construcción de su autoimagen.

De entre todas las cosas que el niño aprende durante su desarrollo, ninguna es más importante que esta colección de mensajes que recibe de los otros. A partir de ellos se responde a la pregunta: “¿Quién soy?”. En pocas palabras, cada niño adopta la imagen que de sí mismo los demás le reflejan y se ve a sí mismo de acuerdo con ella.

El niño recoge las miles y miles de informaciones que recibe, y las une en un conjunto de creencias sobre sí mismo. A este “paquete de creencias” lo denominamos autoimagen. El niño lo llama “yo”. Cada niño recoge los puntos de vista de los demás y los hace suyos.

Así, podemos tener un niño guapo, brillante, curioso, que aprende a verse a sí mismo como feo y torpe porque vive en medio de constantes represiones y de expectativas que él no puede cumplir. Su propia imagen se conforma de acuerdo con el trato que recibe a pesar de la realidad de sus cualidades. ¿Cómo puede ocurrir esto?

Cuanto más pequeño es el niño, en mayor medida considera a sus cuidadores primarios (padres, parientes, maestros) como dioses. Tal y como estas personas lo consideren, el niño creerá que lo es. El punto de vista de ellos es infalible. El niño, sencillamente, no cuestiona lo que le reflejan. Ellos son el espejo en el que mira lo que él es, y sólo puede respetarse a sí mismo en la medida en que los otros lo respeten.

Dado que el niño pequeñito está construyendo su primer conjunto de impresiones sobre sí mismo, la autoimagen formada durante los primeros años tiene una importancia vital. Sin embargo, es preciso saber que el concepto en sí no queda fijado a perpetuidad. Como la autoimagen es aprendida, la negativa puede ser mejorada. ¿Cómo? Con la transformación de los mensajes que llegan al niño.

Del mismo modo, un concepto de sí mismo positivo puede resultar erosionado mediante posteriores mensajes destructivos. El proceso es muy sencillo. No difiere del cultivo de las plantas. Tú sabes que si plantas un pequeño arbusto en un suelo empobrecido, crecerá de forma muy distinta a si lo hace en una tierra fértil, en un ambiente que cubra sus necesidades específicas.

Si queremos que un niño se desarrolle como es debido, tenemos que preparar el clima adecuado, “la tierra fértil” a su alrededor.

Fuente:   HIJOS FELICES   (Eileen Shiff, Benjamin Spock, Mary Morgan, Richard Ferber)