Andaba yo de pesquisa nocturna en Facebook como excusa para coger sueño y hacerle sangre al colchón, cuando ví algo que me encendió la sangre.
Para que veas, no era una cosa tan rara. Era una muchacha diciendo, tan alegre y vivaracha ella, que quiere estar soltera pero conmigo.
Y no me lo decía a mí explícitamente, que ya habría sido motivo sobrado para mi descontento y mordaz reacción; sino que era un texto –de esos cuquis de miles de likes y shares, ¡oigh!– en el que básicamente se te anima a que vayas a tu puta bola, claro, pero oxe, que de vez en cuando eches cuenta de alguien que, a su vez, de vez en cuando te querrá echar cuenta a ti. Porque se conoce que le agobia menos y que es más moderno, eso.
Pues por darte una perspectiva de todo lo que llegué a pensar, y de parte de lo que le casqué al contacto que lo compartió –que también es amigo mío y hermano de otro amigo en la vida real, por ventura–; te voy a acompañar la confesión de que este texto es ese mismo comentario, adaptado y ampliado con un extracto de una novela de Laura Gallego, con una reflexión propia y otra ajena.
El extracto, en forma de imagen, te lo pongo aquí mismo.
Como verás, aquí el colega –Kirtash o Christian, para mayor seña– le dice claramente que sus emociones son cosa suya, y que a él solamente le preocupan las que tengan que ver con él y con mantenerlos juntos.
Respuesta de libro, valga la redundancia. Luego dirán que eso es porque tiene mucha cabeza y muy poco corazón, y tú descubres que es porque así funcionan sus ideas y sus emociones: sin tocarse las pelotas entre ellas.
Más o menos esa sería mi respuesta al texto ese si lo pillo en un momento de sopa boba. Porque más o menos esa es mi respuesta cuando me ocurre que tengo algo demasiado íntimo con alguien y le gusta alguien más y le apetece probar suertes (porque por supuesto, yo no soy dueño de nadie).
Cualquiera se extrañaría por ello, igual que me extraño yo por la lectura que te comentaba. Según el criterio que use y la vida que viva cada cual, claro… Yo soy muy mío y creo que la fidelidad es un compromiso que cada cual debe asumir a su manera.
Para mí es más un asunto de no jugar con las personas ni con sus sentimientos, no hacer gala de valores que luego vayas a traicionar ni prometer cosas que no vayas a cumplir.
¿A que lo digo más sencillo en el título de esta entrada?😉
Para otros es no coger una liana hasta que han soltado la otra que tenían (claro que, sobre la práctica, nadie suelta una liana sin coger la siguiente por el miedo a la caída).
Por eso, normalmente me lo habría tomado muy suave. Como una malva. Luego pasa que me lío a pensar y me enciendo.
La reflexión propia sobre el texto de marras y los de su calaña, comienza con que hay un pluriputiferio de ideas sobre cómo deberían ser las relaciones –nada nuevo bajo el sol aquí, oigan–, y que, como era de esperar, ninguna de ellas sirve al propósito real de una relación: definirse en base a los que participan en ella y tomar forma en base a sus propios acuerdos y actos.
Uno solamente puede poner de su parte tanto como crea conveniente en esto, y el asumir un estado sentimental es algo más que pones de tu parte. Lo llames como lo quieras llamar: follamistad (aunque la RAE dicen que prefiere que me llames “amigovio” si hacemos esto), pareja cerrada, pareja abierta, vida en soltería o “de single” (popularmente conocida como “de vividor follador”, gracias a cierta serie)… Lo que te salga del garbanzo.
El caso es que, lo que no se puede perder ¡bajo ningún concepto!, es la claridad.
Y tanto término y tanta chorrada diferenciando grados de implicación y compromiso no ayuda precisamente a tener las cosas claras. El chocolate sí que lo espesa, sí, porque acaba uno frito con tanta idea contradictoria junta.
Por dar un ejemplo de algo que no me huele tan mal dentro del guirigay con este tema… Ya sabrás que yo ando metido en historias con relaciones poliamorosas, y si me has leído atentamente verás que encontré el nombre de “anarquía relacional” para lo que llevo haciendo toda la vida.
No se acuesta uno sin ver algo nuevo jamás, ¿eh?
Eh.
Pues eso. Que me ví el otro día en la graciosa situación de ver a un señor diciendo que cambiar la idea de nuestra potestad en una relación es lo que toca. Es decir, pasar del pensamiento de “permitir libertades a tu pareja” al de que “uno no es nadie para decirle al otro qué hacer con su vida y qué no”. Cosa loable. Cosa curiosa. Y cosa que voy a comentar a granel también.
Me vuelvo a mi pensamiento entonces.
No habría pensado nunca, ni creo que llegue a pensar jamás, en decirle a nadie cómo vivir su vida si no es en el trabajo. Porque además tengo la doble satisfacción de que me paguen por ello.
¡Y sí! Fuera de coñas.
A veces, como pedagogos, terapeutas, mentores, orientadores o similares, nos toca dar una opinión tajante y ayudar a extinguir una serie de conductas mientras potenciamos otras.
Pero en pareja… Ni por todo el oro perdido de los Nazis.
Aquí viene la parte en la que me dicen mis amistades y mi Pepito Grillo que piense en la gente con la que tengo una relación así de cercana, o la tendré, o la quiero tener. A tales personas, quiero informarles de que estoy siendo algo sarcástico pero sincero.
Claro que sí, guapi: no puedo decirte nada sobre tus movidas porque son precisamente tuyas, y menos si no me pides opinión o soluciones. Así que por eso nunca vamos a discutir.
¡Faltaría más!
Aunque, cierto es que poco –nada, si estoy sano y de humor– te libra si creo que una crítica a tiempo te hará más bien que mal. Eso por descontado.
No puedo tomar decisiones sobre tu vida por ti, pero el percal es que sí puedo decirte lo que estoy dispuesto a poner en juego yo, lo que me gustaría que haya… Y por supuesto, lo que no estoy dispuesto a dar ni a recibir. Y ahí sí que puedo tomar decisiones que te involucran a ti. Al menos, si quieres formar parte de mi vida de algún modo.
Debes respetarlas igual que yo respeto las tuyas. Y una de esas decisiones cuajó en un compromiso con lo de no marear ni aceptar mareos.
Es decir: yo mamonadas de hacerlo tibio, por no ir en caliente o en frío, no… A mí, todo menos marear. Si me vienes con eso de solteros pero juntos te voy diciendo desde ya un “Eso me lo quitas del medio y para ayer es tarde. Luego, si quieres, me dices algo estilo “quiero estar contigo”, a palo seco y siempre que lo sientas realmente; porque no necesito ni siquiera la etiqueta de ser pareja, pero sí que no me bailes el agua con cosas que para mí son serias.”
Yo no juego a eso del no parecer demasiado interesado, ni a lo de hacerme el ocupado ni el que tiene mil cosas más importantes que tú en su vida. No me hago el difícil de atrapar. Si me interesas, si me gustas y si quiero pasar tiempo contigo, lo vas a notar claramente. Me marco un all in, y no miro mis cartas antes.
Claro que, si me jodes, quemo todos los puentes contigo. Sin dejar uno. Te saco igual de absolutamente que te acogía, cueste el tiempo y las lágrimas que cueste hacerlo.
Por eso no trago con estas tonterías tibias de hoy en día. Porque nos podemos quedar sin la calidad de esta faceta del contacto humano.
Entiendo que haya en promedio un saldo positivo de putadas y decepciones en la vida de la gente. Me consta que a veces no sabemos ni siquiera lo que nos pasa por dentro, y que tampoco somos capaces de contarlo, ni siquiera a un diario íntimo. Puedo comprender que alguien todavía intente resarcirse de “perder al amor de su vida”, o cosas así… Por supuesto. Y algunas sin haberlas vivido en carne propia.
Lo que no puedo ni quiero comprender ni tolerar en mi vida es por qué nadie querría tener una relación a medias y sentir las cosas más bien aguadas.
Yo no quiero una relación de esas que parecen leche con un pellizco de colacao, que ni la tiñe ni le da sabor. Yo si tengo una relación contigo es para que me aportes algo y para compartir afectos.
Llámame egoísta si quieres. Otro día debatimos sobre por qué hasta un altruista y abnegado ser humano cualquiera puede serlo más que yo.
Volviendo a mi ser y mi mecanismo… Prefiero, y a veces necesito, que si hay ganas de hacer camino juntos y estar presentes en la vida del otro se noten.
Que de verdad, no es tan complicado ni tan malo el ser vulnerables realmente, cojones. Que no está bien dejar que las relaciones sean cada vez más utilitarias, o líquidas, como diría Bauman.
Una relación bien traída es tiempo de calidad, es presencia significativa, es apoyo y aliento, es los regalos (materiales e inmateriales) que se entregan y se reciben. Por supuesto, es el contacto físico y emocional, y también lo que me dijo cierta muchacha no hace mucho: tener confianza y querer aprovecharla.
Y eso en un “solteros pero arrejuntaos” al uso de lo que se lee hoy día… Pues como que coge un tinte más tenue y sabe a poco, volviendo al símil de antes.
Siento decirlo así, porque parece un avance y una libertad si se mira con poco detalle… Pero si uno se fija bien es la cobardía suprema, el no querer entregarse a ello como si nos lo fueran a quitar todo en una hora.
Tener una vida propia y una capacidad para tomar decisiones y priorizar, independientemente de quien nos rodea, es asunto nuestro. Y usarla, nuestra prerrogativa.
El que no lo haga por su propio interés, no lo hará igualmente le pongas las cosas como se las pongas. Da igual en qué circunstancias se preste a todo. El hábito de anularse para encajar es de los peores y de los más difíciles de corregir… Sin que todo empiece por un estallido cuando se te acaba la paciencia y las ganas de ser otra cosa que no seas tú.
Pero eh, que todo esto que he dicho es una reflexión personal en mi bitácora ídem. Que no tienes por qué usarla de brújula ni cambiar tu vida por ella.
Y yo no te voy a decir tampoco lo que tienes que hacer… Porque no me estás pagando para ello.😉
Pedagogo al 75% y subiendo, comunicador y mentor por vocación (y pronto, más). Autor de las webs La Vida es Fluir & Play it Sexy!, Aventurero y Heartist (persona comprometida a vivir, crear y obrar con cabeza, corazón y conciencia). Escribo sobre el Buen Vivir: autoaprendizaje, estilo de vida, habilidades sociales, relaciones y más.