La apatía nos envuelve y nos aísla poco a poco, como la niebla. Todo lo que nos rodea pierde sentido y nos quedamos solos con nuestra tristeza, sin saber siquiera qué queremos o quienes somos. Encontrar la llave interior que ponga en marcha nuestro motor vital nos devolverá la energía necesaria para conectar y fluir, de nuevo, con la vida.
La apatía es una afección del alma que suele venir acompañada de inactividad física, tristeza, infelicidad, sensación de vacío, falta de capacidad de disfrute y desmotivación ante las cosas que antes nos producían placer. Además, si persiste en el tiempo suele alterar el contenido de nuestro pensamiento, dando lugar a ideas de autoevaluación y, en consecuencia, a una pérdida de autoestima. De la misma manera puede hacernos sentir rechazados y aislados, fruto del deterioro de nuestra capacidad para expresar los afectos. Todos estos síntomas demuestran que hemos topado con una barrera interna ya que la apatía debilita nuestro interés y vigor a la hora de afrontar las actividades cotidianas.
Las palabras motivación y motor están hermanadas, porque ambas sugieren movimiento. Algo que nos motiva es, por tanto, algo que nos mueve. Sin embargo cuando nos hallamos presos de la apatía, sentimos que no hay nada que pueda conseguir movernos, como si el exterior tuviera la obligación de captar y mantener nuestra atención. Hemos de aceptar que somos los únicos responsables de nuestra motivación y que, si existen elementos en el exterior por los que sentimos atracción o rechazo, es porque nos hallamos abiertos y en permanente conversación con nuestro entorno. De la misma manera, si sentimos indiferencia por lo que nos rodea será porque hemos roto los cauces de comunicación con el exterior; restaurarlos nos corresponde exclusivamente a notros. Si no sentimos interés hacia nada, la responsabilidad es nuestra, hemos de aceptarlo.
Para vencer la apatía, podemos servirnos, simbólicamente, de los mismos elementos de los que se vale una flor para crecer: luz, agua y abono. La luz del sol es nuestra capacidad de discernimiento, nuestra claridad mental para reconocer el círculo vicioso en el que nos sume la apatía: cuanto menos hacemos, más apáticos estamos, y cuanto más apáticos estamos, menos hacemos.
El segundo elemento para ayudarnos a vencer la apatía sería el agua. El crecimiento de la flor se manifiesta de dentro hacia fuera. El agua la estimula y vivifica, pero es la flor la que, de manera natural, se abre al crecimiento y al agua con la que es regada. El agua simbolizaría la apertura esencial que necesitamos para superar la apatía. Es más, esa apertura ha de tener un carácter proactivo. No esperaremos a que las circunstancias nos motiven, sino que dirigiremos conscientemente nuestra energía hacia fuera.No seamos pues como aquel hombre tan apático cuyos vecinos, preocupados, llegaron a pensar que se dejaría morir de hambre, tal era su desidia ante la vida… Hasta que un día el sabio del lugar, harto de la situación, decidió prenderle fuego a su granero y a la voz de “¡Fuego!” les demostró a todos que el buen señor tenía fuerzas más que suficientes para saltar de la cama y sofocar el incendio con sus propias manos…Si es cierto que, al principio, esta apertura al exterior puede suponer un gran esfuerzo; porque estar apático aunque suene paradójico consume de por sí una gran cantidad de energía. Una energía que vertemos hacia nuestro interior y que puede llegar a agotarnos, ya que la apatía nos inmoviliza y nos desconecta de nuestra “fuente” y de todos los aspectos de la vida que nos mueven.
Sin embargo cuando tratamos de mantener una actitud abierta y participativa, todo nuestro ser se moviliza para asumir compromisos y acciones positivas. Para entender mejor esto, encontramos un buen ejemplo en el ejercicio físico. No hace falta ser extremos ni forzarnos cada día a asistir a un gimnasio, si realmente detestamos el deporte. No obstante si es necesario ser conscientes de que nuestro cuerpo necesita un mínimo aporte de movimiento y de que podemos proporcionárselo de otras maneras, como dar largos paseos en buena compañía. Todo vale con tal de “sacudirnos” la vieja energía estancada y generar corrientes de aire fresco en el entorno.
Para finalizar con el símil de la flor, el tercer elemento para superar la apatía sería el abono, que representa todo aquello que nos da un aporte extra para alcanzar un desarrollo optimo. Realizar actividades gratificantes y marcarnos metas son dos herramientas de gran poder. No obstante debemos evitar el error de pensar que sólo seremos felices si tenemos sueños o los alcanzamos. Tampoco resulta beneficioso creer que un agenda compulsivamente repleta de aficiones para ocupar nuestro tiempo libre puede llenar el vacío que podamos sentir. Aprender a motivarnos es ante todo, aventurarnos a conocernos mejor ya concedernos el tiempo y el espacio que necesitamos para ser quienes somos.
No necesitamos justificar nuestra existencia a golpe de actividad, emprendiendo grandes proyectos, si no es lo que deseamos en este momento. Es suficiente con dejar de ser espectadores de nuestra vida para convertirnos en sus actores principales, aprendiendo a satisfacer nuestras necesidades más profundas.