El fallecimiento de Luis García Berlanga, o Luis Berlanga, como era más conocido, deja al cine español sin el que acaso haya sido el más grande de sus directores. Berlanga es una leyenda viva de la pantalla desde hace sesenta años, aunque ya llevara una década sin dirigir. Sus últimos años los ha vivido bajo el doble impacto del Alzheimer y de la muerte de su hijo Carlos.
Mucho antes de esta etapa final triste y alejada de todo, Berlanga fue un valenciano creativo y chispeante que supo captar como nadie la esencia de aquella España sórdida y cateta, inmersa en el período más lóbrego de su historia. Aún así, a pesar de reflejar fidedignamente el ambiente social de la España sometida al franquismo, sus peliculas siempre alumbraban una sonrisa en el espectador y hacían penetrar un rayito de esperanza entre tanta desolación y miseria implacablemente retratadas por su magia.
Y es que el cine de Berlanga resulta demoledor y ácido, pero nunca agrio ni destemplado, ni mucho menos panfletario. Sus personajes son personas humildes, desgraciados en el más amplio sentido de la palabra, y están tratados con mucha ternura y hasta compasión; antihéroes inmersos en situaciones cotidianas pequeñas, en cuyo trasfondo está siempre presente la lucha por la supervivencia; seres enfrentados al hambre, el frío, las estrecheces en general y sobre todo, con la enorme tristeza que imperaba en aquella España terrible.
Claro que Berlanga jugaba con ventaja: en ese buen hacer cinematográfico contó siempre con la inestimable ayuda de Rafael Azcona, probablemente uno de los cuatro o cinco mejores guionistas del cine mundial de todos los tiempos. Los guiones de Azcona derrochaban humor, delicadeza, mala leche y capacidad de observación social casi a partes iguales, en un cóctel explosivo que recuerda al maestro de maestros, Willy Wilder, que como es sabido además de director genial fue un extraordinario guionista. Azcona y Berlanga trabajaron de modo tan compenetrado, que probablemente deberían haber firmado conjuntamente los guiones y la dirección de los filmes que fabricaron entre ambos.
La carrera de Berlanga se inició en los primeros años cincuenta. En esa época colaboró estrechamente con Juan Antonio Bardem, otro director mítico, del que aprendió los fundamentos del oficio. Es curioso que dos hombres de temperamento e ideas políticas tan distintos -Bardem era comunista acérrimo, y el Berlanga de entonces falangista, ex miembro de la División Azul-, congeniaran hasta el punto de codirigir algunas películas. La consagración le llegó a Berlanga muy pronto, en 1952, con "Bienvenido Mr. Marshall", una película que vista desde hoy no se entiende cómo pudo pasar intacta la censura, siendo como es una sátira tan feroz de aquella época. Bardem explicó hace unos años que ello se debió seguramente a la conjunción de tres factores: la adscripción política/social de Berlanga, que hacía intocables su persona y sus películas; la convicción de censores y críticos cinematográficos de que aquel film no era más que un juguete cómico; y el que en él quedara malparada la imagen de los norteamericanos, algo que agradaba a un régimen que aún no había perdonado a sus nuevos aliados la derrota de sus amigos nazis y fascistas. La fama de Berlanga, entonces un joven brillante, divertido y un poco gamberro pero dentro del sistema, debió acabar de convencer a las autoridades franquistas de que "Bienvenido Mr. Marshall" era un producto inofensivo. Luego vendrían "Plácido" (1961), "El verdugo" (1963), y ya en democracia, "La escopeta nacional" (1977), verdaderas obras maestras del cine universal, entre otros filmes rodados entre mediados de los cincuenta y finales de los setenta. En los años ochenta y noventa las películas de Berlanga pierden progresivamente frescura e interés, incluso llegan a ser repetitivas en cuanto a temas y situaciones; el talento creativo de Berlanga no se adaptó bien al comercialismo que comenzó a a dominar la industria cinematográfica española a partir precisamente del final del franquismo, ni a los cambios en el gusto del espectador medio.
Para siempre nos quedarán no obstante sus obras maestras, entre las que si hubiera de escoger una me inclino sin dudarlo un instante por "Plácido", esa descripción de una tarde de Navidad a la española de principios de los sesenta narrada en clave de humor negro negrísimo, con un pobre diablo al que le vence una letra del motocarro del que malvive su familia y un hermano que ha afanado una cesta navideña que debía haber entregado en una casa bienestante; el sueño de meterle el diente a un jamón serrano como epítome de una España con un hambre de siglos, ansiosa de "comer a la americana" como dice uno de los personajes, una España en la que en vez de la de Franco reinaba la filosofía de Carpanta, el personaje de historieta que vivía bajo un puente y deliraba con pollos asados volando alrededor de su cabeza.
Los personajes de "Plácido" no eran malos, eran pobres. Los malos de verdad eran los cabrones de ricos que, como en la vida misma, se acaban comiendo la cesta de Navidad.
La imagen que ilustra el post es un fotograma de "Plácido", de Luis Berlanga. Entre los actores puede reconocerse a José Luis López Vázquez, Manuel Alexandre, Cassen y otros rostros de la época.