Con licencia para la espectacularidad (Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio)

Publicado el 01 noviembre 2011 por Sesiondiscontinua

1. Soy un declarado fan de todo lo relacionado con Tintín, así como de la abundante literatura que ha generado el personaje (homenajes, estudios, versiones, exposiciones...). Eso sí, ese fervor tintinesco, forjado en lecturas y relecturas adolescentes de sus aventuras en infinidad de tardes veraniegas, no impide que esté abierto a otras aportaciones ajenas, a pesar de la Fundación Moulinsart (la gestora universal de los derechos de autor) y su férrea vigilancia pseudopolicial de la obra de Hergé. El conjunto no destaca precisamente por su brillantez y originalidad: para empezar, la versión novelada --Tintín en el nuevo mundo (1994) de Frederic Tuten, hoy prácticamente inencontrable-- es francamente decepcionante, así como los dos únicos precedentes cinematográficos en acción real --Tintín y el misterio del toisón de oro (1962) y Tintín y las naranjas azules (1964)-- reinvindicados ahora en DVD con estuche de coleccionista como si fueran grandes rarezas u obras incomprendidas, cuando en realidad es como si nos congratuláramos con una edición especial de Los bingueros. El montaje del director. Por el camino quedan algunos largometrajes de dibujos animados que poseen el interés de ser las primeras aportaciones cuando todavía su autor (y su personaje) estaba en activo: El asunto Tornasol (1964), Tintín en el templo del sol (1969) y Tintín en el lago de los tiburones (1972), la única aventura de Tintín concebida originalmente para la gran pantalla (aunque luego se convirtió en álbum). Por último, destaca la adaptación televisiva de las aventuras de Tintín (excepto los dos primeros títulos, debido a su ingenuidad, anticomunismo y apología del colonialismo) llevada a cabo por Nelvana en 1991-1992, que brilla a gran altura, no sólo por la fidelidad del dibujo, sino por las modélicas adaptaciones de las historias y la coherencia del universo tintinesco en su equivalente audiovisual.

2. Eso nos lleva al debate sobre la fidelidad de una adaptación, en este caso al «espíritu de la obra de Hergé». Los seguidores más fervientes se aferran a los 24 álbumes y a su carácter de obra maestra inmodificable y no actualizable. Bien, es su opción; que la disfruten. Yo, por mi parte, no dejo de admirar el personaje, su mundo y su perfección técnica, ya sean los cómics originales o las versiones de todo tipo. Por eso me relamí cuando Steven Spielberg y Peter Jackson anunciaron que se harían cargo de la primera incursión moderna de Tintín en el largometraje de ficción, porque el primero promete acción y espectáculo (algo a lo que no es ajeno la obra de Hergé) y el segundo tiene en su haber la modélica adaptación (formal y de estilo) de El Señor de los Anillos (2001, 2002, 2003). Me parece lógico y coherente que los tintinófilos ortodoxos no vayan a ver la película de Spielberg, pero no entiendo que se dediquen a crucificarla por herejía sin tener en cuenta algunos de los grotescos precedentes de los que partimos. Los tintinófilos no tan puristas, en cambio, aprovechamos la ocasión para pasar un buen rato de entretenimiento digno y, quizá, de rebote, lograr interesar en los álbumes en papel a alguno de los menores a los que acompañamos (en mi caso el objetivo ya había sido más que parcialmente alcanzado).
3. Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio (2011) es una adaptación meritoria de El cangrejo de las pinzas de oro (1940-41) y El secreto del Unicornio (1943), con sus tramas convenientemente mezcladas para obtener algo parecido a un enigma moderno que permita explotar las bondades argumentales del encuentro entre Tintín y Haddock (un hallazgo que mejoró notablemente la calidad de los álbumes posteriores). Para esta labor, director y productor se han gastado una pasta contratando a tres de los mejores guionistas del momento --Steven Moffat, Edgar Wright y Joe Cornish-- pensando que si el resultado no era interesante desde un punto de vista de guión, los fans rebajarían el valor de la producción en general y no le darían el visto bueno como producto «oficial». Por donde no habrá ninguna queja es por el lado de la espectadularidad: aparte del 3D y las bondades del motion capture, el filme no deja que la acción decaiga un minuto gracias al ritmo acelerado (propio del género) que le imprime su director. A la espectadularidad de las persecuciones (la que tiene lugar en la ciudad de Baggar es impresionante; la de las grúas, en cambio, sí que se sale de lo que daría de sí una aventura de Tintín) hay que añadir los movimientos de cámara imposibles que hacen la experiencia todavía más gratificante. En cuanto a la capacidad de la obra para trasladar el espíritu del personaje al cine, la verdad es que todo se queda en lo habitual en estos casos: unos cuantos guiños y algunos detallitos en forma de sutil referencia a otros álbumes para disfrute de los iniciados. La fidelidad a las historias de Hergé es imposible, porque no las aceptaríamos en pantalla tal y como están en papel: demasiados giros propios de las historias por entregas (el formato original en el que se publicaron la mayoría), escaso rigor en las causas y efectos de cada suceso (excepto en los últimos álbumes donde es todo lo contrario). La serie televisiva es la prueba perfecta del gran trabajo que requiere convertir en imágenes las historias de Tintín; el caso de Tolkien no es comparable, ya que la trilogía adaptada por Jackson es un ejemplo de novela dickensiana que se deja convertir porque el cine también posee un registro equivalente de narración clásica.
4. El proyecto, si la respuesta es lo suficientemente rentable, es adaptar todas los álbumes que siguen a estos dos, alternándose Spielberg y Jackson en la dirección. No creo que lo lleguen a completar; en todo caso exclusivamente dirigido por ellos dos, pero aun así estaré muy atento a las versiones de los que considero los mejores ábumes de Tintín: El asunto Tornasol (1954) y Stock de coque (1956), éste último mi favorito indiscutible, dos obras de arte que rozan la perfección narrativa y formal; pero también Tintín en el Tibet (1959), la favorita de su autor por razones muy personales, o Tintín y los Pícaros (1975), el último volumen completo de la serie, con un protagonista ciertamente apagado y apático que cede el protagonismo a todos sus amigos secundarios. Trasunto total del último Hergé.