“Los gángsteres económicos (Economic Hit Men, EHM) son profesionales generosamente pagados que estafan billones de dólares a países de todo el mundo. Canalizan el dinero del Banco Mundial, de la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID) y de otras organizaciones internacionales de ‘ayuda’ hacia las arcas de las grandes corporaciones y los bolsillos del puñado de familias ricas que controlan los recursos naturales del planeta. Entre sus instrumentos figuran los dictámenes financieros fraudulentos, las elecciones amañadas, los sobornos, las extorsiones, las trampas sexuales y el asesinato. Ese juego es tan antiguo como los imperios, pero adquiere nuevas y terroríficas dimensiones en nuestra era de la globalización. Yo lo sé bien, porque yo he sido un gángster económico”.
Así se resume el trabajo de John Perkins, cuya trayectoria como mafioso al servicio de gobiernos y multinacionales, lo que él llama la corporatoracia, narra en el libro Manipulados, publicado en castellano por Ediciones Urano (editorial que dicho sea de paso me consta que está haciendo un esfuerzo por publicar sobre temas de gran trascendencia bien explicados). Lo que sigue es una reseña, no una cualquiera, ni siquiera escrita por mí sino por mi amigo y profesor de Documentación en la Universidad Autónoma de Madrid, Pedro López, que me la envió hace unos días justo cuando yo estaba acabando el libro y me ha parecido un resumen muy acertado:
Estas palabras del prefacio son una invitación difícil de rechazar a la lectura completa del libro. La figura del arrepentido es demoledora para cualquier sistema por la potencia del testimonio en primera persona y por la autoinculpación del arrepentido. Es relativamente fácil para el sistema rechazar las críticas que vienen de quien no comparte sus valores y principios (“el enemigo”), pero es muy difícil librarse del incómodo testimonio de alguien que ha participado, que tiene información de primera mano, que ha abusado de los privilegios que el sistema le ha otorgado y que después toma conciencia y se arrepiente de su participación. Hay otros casos interesantes de arrepentimiento, como el de Joseph Stiglitz, ex vicepresidente del Banco Mundial y premio Nobel de Economía (aunque su “arrepentimiento” no llega a los extremos de Perkins) o saliendo del ámbito económico, el comandante Claude R. Eatherly, que arrojó la bomba sobre Hiroshima y que, arrepentido, rechazó ser considerado un héroe por su país y se pasó a las filas “enemigas” queriendo denunciar los intereses de la guerra y dedicarse a propagar la causa pacifista. Esto no podía ser tolerado porEstados Unidos, ya que constituía un serio revés a la legitimidad de sus acciones bélicas. Por tanto, Eatherly fue declarado loco por las instituciones psiquiátricas, que también pueden estar para echar una mano en estos casos.
Este tipo de testimonios socavan seriamente la legitimidad del sistema. Y el capitalismo contemporáneo va teniendo cada vez más problemas de legitimidad, porque la arrogante expresión “no hay alternativa” (pensamiento TINA) cada vez es más difícil de sostener a la vista de las tropelías y del nivel de depredación que observamos. Por otro lado, vemos fácilmente que el capitalismo neoliberal ha vencido -de momento-, pero no ha convencido. El neoliberalismo se impone no por la fuerza de sus argumentos, sino por otro tipo de fuerzas, como la extorsión y el chantaje económicos o, en última instancia, la intervención militar pura y dura.
No hace muchos años Thomas Friedmann, consejero de la ex Secretaria de Estado Madeleine Albright decía:
“La mano invisible del mercado no funcionará jamás sin un puño invisible. McDonald’s no puede extenderse sin McDonnell Douglas, el fabricante del F-15, la fuerza naval y el cuerpo de marines de Estados Unidos”.
Efectivamente, así es, y lo estamos viendo día a día. Pero un sistema que no convence es inestable, y vemos el nerviosismo de sus defensores cuando intentan criminalizar a los movimientos sociales que cuestionan el capitalismo. Cada vez más la protesta se vincula, interesadamente, al terrorismo. Como los argumentos para defender un sistema depredador no convencen, el camino es la intimidación hacia quienes lo critican.
Perkins denuncia, con su propia inculpación, cómo opera Estados Unidos con los países débiles con el objetivo de construir un imperio global. El funcionamiento es parecido al de la mafia: el mafioso ayuda a la víctima con un préstamo que le saca de momento de apuros, pero a continuación ésta se ve en deuda con el mafioso de por vida, una deuda que no podrá pagar nunca.
Perkins trabajó durante años como “experto” para “aconsejar” a los gobernantes de países débiles que aceptaran créditos de Estados Unidos que servirían para financiar infraestructuras costosísimas. Este mecanismo de prestar dinero que al final revertía en el propio Estados Unidos no sólo vía intereses, sino obligando a que las empresas ejecutoras de los proyectos fueran estadounidenses, ha arrastrado a estos países a una situación de vulnerabilidad que es aprovechada por Estados Unidos para conseguir sus intereses económicos, políticos y geoestratégicos (por ejemplo, presiones a la hora de votar en la ONU, presiones para aceptar políticas económicas favorables al imperio, pero desfavorables para las poblaciones autóctonas, etc.).
Cuando los sicarios económicos no hacen su labor, entonces intervienen los auténticos sicarios, ya sin metáforas; y si todavía éstos no obtienen resultados, en la última fase intervienen los militares. Algunos ejemplos: los presidentes de Ecuador (Jaime Roldós) y de Panamá (Omar Torrijos) fueron asesinados con sólo dos meses de diferencia (mayo y julio de 1981) en sendos “accidentes” aéreos. Parece que la mano de la CIA no quedó del todo invisible. La causa de estos asesinatos fue resistir las presiones de los gángsteres económicos (intereses petroleros en el caso de Ecuador, control del Canal de Panamá en el caso de Torrijos).
Según Perkins, el modelo que se siguió en Irán a principios de los cincuenta con Mosaddeq, ha sido seguido en Venezuela con Chávez, intentando desestabilizar alentando y financiando protestas (también esto nos recuerda al Chile de Allende). En el Irán de los años cincuenta Estados Unidos temió que su intervención militar provocase la respuesta de la Unión Soviética, de manera que Kermit Roosevelt, nieto del presidente Theodore Roosevelt y agente de la CIA, fue el encargado de conquistar voluntades mediante amenazas y sobornos y organizar algaradas callejeras y manifestaciones violentas.
Al final, Mosaddeq perdió apoyos y cayó en un golpe de Estado, siendo encarcelado a continuación. En Venezuela se está actuando de manera muy parecida. Perkins refiere una conversación con un viejo amigo (no da su nombre, se entiende que por no ponerle en situación de riesgo) que le contó que un contratista privado se puso en contacto con él para pedirle que fomentase huelgas en Caracas y sobornase a oficiales del ejército venezolano para que se sublevaran contra su presidente electo. El amigo no aceptó, pero el encargo pasó a algún otro, y ahí quedó el golpe fallido de 2002 (el libro está escrito en 2004).
También el libro toca los casos de Indonesia y Colombia. Quien leyera en todos estos casos excepciones cometería una grave equivocación. Equivocación fomentada muchas veces por la manera en que se presentan las cosas. Es frecuente en el cine estadounidense la denuncia de casos individuales de corrupción en la policía, en los militares o en otros ámbitos. Pero el mensaje que se pretende trasladar muchas veces es que al final el sistema funciona, ya que estos casos se detectan y denuncian. Es en esta trampa en la que no debemos caer al analizar el sistema económico, político, social…
El mensaje que recibimos a veces desde dentro del sistema es que el sistema tiene fallos, pero funciona; somos nosotros los que tenemos que desvelar que el sistema mismo es el fallo. La denuncia de casos individuales es utilizada por la democracia liberal a modo de dosis homeopáticas que preservan de revueltas contra el sistema. Si de vez en cuando cae un policía o un militar torturador, un banquero o un político corrupto, se da la impresión de que el sistema funciona porque ha detectado estos casos (“la democracia –liberal- funciona”), pero se pierde de vista que quizás el sistema en su totalidad está podrido y una manera de salvarlo es ofrecer de vez en cuando al pueblo un caso que sirva como “ejemplo” del buen funcionamiento del sistema.
La política exterior estadounidense es mafiosa y los casos que relata Perkins, como Chomsky en sus libros, o como otros muchos autores, revelan un patrón de conducta. Si observamos con atención descubriremos no fallos o excepciones en el sistema, sino un sistema fallido en su conjunto, además de corrupto y mafioso. Precisamente de esto se encarga Perkins, de mostrarnos el modelo de actuación que hay tras los casos que nos cuenta.