En el año 1110 los almorávides conquistaron la taifa de Zaragoza. Sin embargo en aquel territorio tropezaron con un rival muy peligroso, el rey de Aragón Alfonso I (1104-1134), conocido como el Batallador. Alfonso I, tenía en su mente, al parecer, la idea de llevar a cabo una cruzada, que comenzaría en Hispania, luchando contra los musulmanes del valle del Ebro, y acabaría, lógicamente, en Jerusalén. En sus primeros años de reinado ocupó las localidades de Egea (1105) y Litera (1107). Mas los complicados problemas derivados de su matrimonio con la reina de Castilla y León, Urraca, le alejaron por unos años de Aragón. No obstante, en el año 1117 reanudó la ofensiva contra los musulmanes, ocupando la plaza de Belchite. Al año siguiente, en el año 1118 tras un largo asedio, cayó en su poder Zaragoza, la que fuera capital de la marca superior de al-Andalus, culminando la conquista de Zaragoza en incorporandolo a su reino. Su avance por el valle del Ebro continuó, conquistando, en el año 1119, Tíldela, Tarazona, Rueda y Borja. Un año después, Alfonso I venció a los islamitas en la batalla de Cutanda, al tiempo que ocupó las ciudades de Soria, que luego pasaría a Castilla, y de Calatayud. En 1121, se hizo dueño de Daroca.
En 1126, llevó a cabo una expedición por tierras de al-Andalus, de la que regresó con muchos mozárabes, que colaboraron en la repoblación del valle medio del Ebro. En 1134, Alfonso I fue derrotado y muerto cerca de Fraga. Al no tener hijos, Alfonso I legó sus reinos a las grandes órdenes militares internacionales.
El territorio ganado por el islam por el monarca aragones era muy extenso, pero sobre todo muy rico, tanto para sus ciudades y villas como por las abundantes zonas de regadío con que contaba. Gran parte de la población musulmana permaneció en sus lugares, aunque fueron obligados a abandonar algunas ciudades como el caso de Zaragoza. Al valle medio del Ebro acudieron numerosos repobladores, unos originarios de las comarcas pirenaicas, otros procedentes del sur de Francia. Los magnates nobiliarios recibieron importantes concesiones. En la zona meridional del reino el papel dominante lo tenían los caballeros, lo que explica que a esa zona se la llame la extremadura aragonesa, por su similitud con las tierras de igual nombre en Castilla y León.
En los reinos de Castilla y León a la muerte de Alfonso VI accedió al trono su hija Urraca (1109-1126). Viuda del noble francés Raimundo de Borgoña, Urraca casó, en segundas nupcias, con el rey de Aragón Alfonso I. Pero aquel matrimonio resultó un completo fracaso. Una crónica coetánea hablaba, muy expresivamente, de las «malditas y descomulgadas bodas». El reinado de Urraca, por otra parte, fue testigo de violentas sublevaciones de los burgueses de Sahagún y de Santiago de Compostela. Dichas sublevaciones, a las que se sumaron gentes del campo y algunos clérigos, iban dirigidas contra los señores de quienes dependían: el abad del monasterio benedictino de Sahagún, en el primer caso, y el arzobispo de Santiago, Diego Gelmírez, en el segundo. Después de unos años de duras peleas las revueltas fueron sofocadas. El objetivo de los sublevados no era tanto luchar contra los señores feudales sino conseguir garantías para su expansión económica. Urraca hubo de hacer frente, asimismo, a la actitud secesionista de un importante sector de la nobleza gallega, encabezado por Pedro Fróilaz. Paralelamente iba ganando autonomía el condado de Portugal, a cuyo frente se hallaban Teresa, su hermana, y Enrique de Borgoña. Por lo que se refiere a las relaciones con los almorávides, apenas hubo cambios en las líneas fronterizas que separaban a ambos.
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