Los científicos saben a ciencia cierta lo que sucede, por las descripciones del escorbuto.
Este flagelo reinó sin control desde el siglo XIV hasta comienzos del XIX, afectando principalmente a los marinos que permanecían meses enteros en alta mar sin comer frutas frescas.
Una descripción gráfica de los estragos provocados por la enfermedad decía: “De la boca salía un hedor y tal era el grado de putrefacción de las encías que se caían a pedazos, dejando a la vista las raíces de los dientes”. Recomiendo leer el articulo (el aceite de pescado eficaz contra el glaucoma)
La cura para el escorbuto, descubierta en 1747 por el médico de la marina británica James Lind, resultó ser la fruta fresca, en particular los cítricos; el agente activo se identificó posteriormente como vitamina C.
Los experimentos modernos confirman que el bajo consumo de vitamina C produce sangrado de las encías y otros signos de gingivitis.
Al privar de la vitamina a los monos y otros animales, las encías se inflaman y sangran, se degenera el colágeno y los dientes se aflojan.