Contra la Torá

Por Peterpank @castguer
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Puesto porJCP on Jul 28, 2014 in Autores

El núcleo de la crisis del mundo cristiano-occidental está localizado en su securalización, es decir, en un avance ya casi irreversible de la “erosión de la Fe”. El mundo cristiano-occidental ha perdido la Fe, y a partir de allí surgen las políticas sin el hombre (o a partir de un hombre des-almado o desespiritualizado, que es lo mismo): surge el “crecimiento económico” al margen de las necesidades humanas, surge un “mundo virtual” que promete goces sin límites al margen de los sufrimientos reales del mundo real. Surge, en definitiva, lo que es hoy la cultura occidental: un hecho aberrante que se mantiene en base a una posición de fuerza material, exclusivamente.

Asimismo, la influencia judía sobre Occidente produce una evidente distorsión sobre su percepción en torno a lo que ocurre en el mundo árabe y musulmán. A partir de su extraordinaria influencia lograda con el control de los sistemas informativos occidentales (prensa, radio, televisión, cine, editoriales, etc.), el judaísmo distorsiona la visión de Occidente, que es impulsado a pensar que los movimientos islámicos practican la “violencia terrorista” y no son más que “residuos del pasado” dentro de un “nuevo orden mundial”.

La política europea sobre el mundo árabe y musulmán está particularmente afectada por esa distorsión lograda por la creciente influencia del judaísmo sobre Occidente. Es por ello que en estos momentos es tan importante clarificar la posición del Islam en Occidente como reforzar la propia historia y cultura occidental contra la influencia judía. Occidente y judaísmo no son la misma cosa. Por el contrario, durante largos períodos históricos fueron realidades antagónicas.

Cuando hablamos de diálogo entre el Islam y Occidente nunca debemos olvidar que ambos mundos, el cristiano-occidental y el islámico-oriental, sufren en estos momentos crisis importantes. La ventaja del mundo islámico-oriental es que su cultura -a pesar de haber pasado y de estar pasando por gravísimas crisis- no ha perdido el enorme valor humano de la religiosidad. La cultura islámica no se ha secularizado y ese hecho permite planificar una resistencia política y militar ante el hegemonismo occidental, cuya vanguardia es indudablemente el Estado de Israel y su ideología de Estado oficial: el nacional-judaísmo.

No olvidemos en ningún momento que estamos hablando de la existencia de un cáncer en el interior del mundo islámico que se llama Estado de Israel. Esa realidad geopolítica, ideológica y religiosa lleva al límite, casi al paroxismo, la crisis de la cultura árabe-secular que se inicia con el triunfo de la modernidad en Occidente. La modernidad occidental se manifiesta como superioridad respecto de Oriente en todos los campos, desde la tecnología militar hasta las doctrinas políticas. Esa superioridad, que luego se transforma en hegemonía, se inicia con el fracaso del ejército musulmán otomano ante las puertas de Viena, en 1683.

Es indudable que la actual guerra entre el mundo musulmán y el Estado de Israel es una guerra de supervivencia, es decir, una guerra religiosa. Quien caiga derrotado en esta guerra sucumbirá durante un muy largo período histórico. Esta realidad realza la importancia de la religión en tanto ideología, en general; y del Islam, en tanto ideología resistente no secularizada, en particular, frente a un judaísmo instrumentalizado en función política y estratégica por el Estado de Israel y por los Estados Unidos de Norteamérica. Pero otro proceso se desarrolla en paralelo. Desde hace varias décadas el judaísmo trata de absorber teológicamente al cristianismo y, en especial, al catolicismo, trata de convertirse en la ideología hegemónica del mundo occidental. En ese sentido, el mundo occidental ya no es “evangélico-católico”, sino judeo-cristiano.

El deterioro que produjo la secularización del cristianismo -tanto en su versión evangélica (protestante, o luterano-calvinista) como en su versión romano-católica, no fue un fenómeno ajeno a esta progresiva hegemonía ideológica que el judaísmo está alcanzando en Occidente. Así, mientras el mundo islámico mantiene una guerra de religión defensiva contra las agresiones de la interpretación imperialista del judaísmo, que hoy hace la dirigencia judía en Oriente Medio y en el resto del mundo occidental, esa misma dirigencia judía pretende y avanza hacia la hegemonía religiosa e ideológica en el seno del propio Occidente.

Pero además hay otro factor que incide sobre el mundo árabe-musulmán. Es la corriente del progresismo laico europeo que sostiene que los graves problemas que hoy debe afrontar esa región del mundo no encontrarán soluciones mientras esas sociedades, las árabe-musulmanas, no adopten sistemas políticos democráticos. Los principales ideólogos de esa corriente del orientalismo europeo ignoran -o fingen ignorar- que la crisis de la democracia entendida como sistema de representación política, es uno de los núcleos de la decadencia cultural del Occidente como un todo, en los tiempos actuales. ¿Cuál es la lógica subyacente de esta intención de “exportar” un sistema que ya está en crisis irreversible allí mismo donde nació?.

Criticar esa exportación no significa negar el hecho de que las sociedades árabe-musulmanas carecen de espacios individuales de libertad. Es indudable que la práctica inexistencia de lo que en Occidente se llama “sociedad civil” es uno de los máximos escollos ante los que la historia parece tropezar en los tiempos actuales, en esa región del mundo. Es necesario crear y/o desarrollar esos espacios de libertad en los planos individual, familiar y social. Pero sería una catástrofe traducir “espacios de libertad” para el mundo árabe y musulmán en términos neoliberales de cultura occidental. Ni siquiera en Occidente, hoy, la “libertad” es sinónimo de “democracia”. Sino más bien todo lo contrario.

Tenemos planteado, entonces, los elementos básicos, aislados como simple operación de laboratorio, que integran un cuadro de situación extremadamente complejo: la situación religiosa, política, cultural y militar que vive el mundo árabe y musulmán dentro de un planeta en avanzado proceso de globalización económica.

Primer elemento. En el interior de ese espacio (empleamos la palabra “espacio” en su estricta significación geopolítica) árabe y musulmán se vive una crisis de tanta gravedad que si no se la soluciona en plazos históricos razonables entrará en una curva de decadencia irreversible.

Segundo elemento. El cristianismo (cultura) occidental está en una fase de alto deterioro secular, lo que posibilita la estrategia del judaísmo -en su versión actual de nacional-judaísmo, es decir, de imperialismo teológico y racista- tendente a apropiarse de esa cultura. En definitiva esa estrategia está orientada a transformar la cultura cristiano-occidental en cultura judeo-cristiana-occidental. En Occidente existe asimismo una relación cada vez más estrecha entre el neoliberalismo globalizante y la instrumentalización imperialista del judaísmo, lo que pervierte a la casi totalidad de los “grandes” valores occidentales, como por ejemplo, la idea de “democracia”.

Tercer elemento. La guerra defensiva que el mundo árabe y musulmán tiene planteada ante el Estado de Israel, es cada día más una guerra de religión, como lo fueron todas las grandes guerras de la historia. Estamos hablando, sobre todo, de interpretaciones revolucionarias del Islam, como el chiísmo. A todo lo largo de la historia musulmana surgieron sistemas intelectuales contradictorios entre sí. Algunos fueron elaborados para legitimar el poder establecido; otros, para combatir ese poder. Sería deseable que en la actualidad pueda lograrse una convergencia cada día más intensa entre los distintos sistemas intelectuales dentro del Islam.

Cuarto elemento. El Islam aparece en el escenario internacional cada vez más en su exacta dimensión original: no sólo como religión sino como ley revelada. En ese sentido constituye la única cosmovisión sagrada que es al mismo tiempo libre y liberadora. Las luchas políticas y militares que mantiene hoy el Islam contra lo que definimos como “nacional-judaísmo” –para diferenciar la etapa actual de la del clásico sionismo laico- lo diferencia radicalmente del resto de las confesiones que se refieren sólo a la “vida espiritual del individuo solitario”, dejando de lado no sólo la vida social: abandonando asimismo la “vida material” a influencias extrañas a la Fe.

Este cuadro de situación, muy simplificado, exige respuestas políticas, militares y estratégicas –en general- extremadamente complejas, tanto en su concepción cuanto en su ejecución.

RESPUESTAS A OCCIDENTE

Es absolutamente vital comprender que el proceso de absorción teológica e institucional que el judaísmo desarrolla sobre el cristianismo (y sobre el catolicismo romano en particular) conlleva agresiones múltiples contra importantes sectores del propio mundo occidental, muchos de los cuales en estos momentos están reaccionando contra ellas, bajo diferentes formas, muchas veces solapadas.

La estrategia de respuesta árabe y musulmana debería partir del hecho obvio de que Occidente no es una unidad, sino que por debajo de un ligero manto que finge unidad, se desarrollan procesos contradictorios. Esas contradicciones que sacuden hoy al mundo occidental por debajo de una delgada superficie de falsa unanimidad, son de naturaleza económica (conflictos intercapitalistas); nacionales (luchas de los Estados para sobrevivir a la globalización); geopolíticas (Estados Undios de América versus Europa, y “América profunda” contra la “costa este”, por ejemplo); culturales (defensa de cada una de las identidades contra una mundialización indiferenciadora), y religiosas (reacciones cada vez más definidas del catolicismo popular, por ejemplo, contra una cúpula eclesiástica romana asociada a la globalización y a la judaización de Occidente).

La clave de la política del mundo árabe y musulmán respecto de Occidente radica en saber desarrollar su capacidad para distinguir estas fisuras cada vez más definidas que existen en el mundo occidental. Esto quiere decir que la estrategia a implementar no puede desconocer lo que realmente sucede por debajo de la superficie de Occidente. Ante cada situación específica la respuesta tiene que ser también específica. La indiferenciación de situaciones conducirá al fracaso, y ése será tal vez el último fracaso.

Las agresiones del nacional-judaísmo no se limitan al mundo árabe-musulmán. Existen innumerables agresiones contra numerosos Estados y culturas occidentales: algunas de esas agresiones: en Europa occidental (Alemania, España, Francia), en Iberoamérica (Argentina) y en Rusia. Cada una de esas culturas y de esos Estados es agredido por el nacional-judaísmo en sus intentos por impulsar una globalización económica bajo su hegemonía teológica. Ese universo agredido es el aliado natural del mundo árabe y musulmán. Con esos fragmentos agredidos de Occidente el mundo árabe y musulmán debería articular una política y, en su conjunto, una estrategia basada en la diferenciación: es decir, en una evaluación exacta de las dimensiones particulares de cada agresión.

La guerra religiosa defensiva que el mundo árabe y musulmán mantiene en estos momentos contra Israel, que ha adoptado una ideología de Estado basada en una interpretación teológica perversa, no debe hacer perder de vista que hay otras guerras -muchas veces ocultas o disfrazadas- en otras partes del mundo contra el mismo enemigo. Como en toda guerra, ésta exige disponer de un sistema de inteligencia estratégica. Es decir, de algo que en la actualidad el mundo árabe-musulmán carece en absoluto. Digamos de paso que un sistema de inteligencia estratégica es algo muy distinto de un “servicio” de inteligencia táctico. Ya hemos dicho que el desarrollo de una estrategia basada en la diferenciación, aplicada sobre Occidente, y sobre Europa en particular, no quiere decir, en absoluto, tener que adoptar los valores occidentales que actualmente se encuentran en crisis profunda. Muchos arabistas u orientalistas occidentales hoy hablan de la necesidad de producir una “segunda modernización”, como elemento central para una salida a la crisis que vive el mundo árabe y musulmán. En mi opinión ello contribuiría a incrementar aún más esa crisis.

Sería suicida buscar los necesarios “espacios de libertad” en un intento de “modernización democratizadora”. Como lo ha demostrado hace pocos años la catástrofe soviética, existe una distancia esencial y abismal entre “democratización” e “individualización”. La búsqueda y la consolidación de los “espacios de libertad”, de individualización, es una tarea que se puede y se debe desarrollar dentro del propio Islam, entendido como lo hemos planteado hasta ahora, como una religión libre y liberadora, y como la única confesión en el mundo entero aún no deteriorada por la secularización occidental. En el Islam el hombre -el hombre individualizado- está en el centro de un mundo creado por Dios, que ha hecho de él su representante en el Universo, y que por lo tanto está dotado de facultades y capacidades especiales.

En el origen de la crisis del comunismo soviético estuvo la cuestión religiosa; y en la decadencia de ese sistema, la “cuestión democrática”. En términos reales, en el origen estuvieron un grupo de “judíos revolucionarios” (la mayoría de ellos no rusos) y, sobre todo, marginales (no asimilados, y despreciados por los judíos asimilados alemanes, franceses e ingleses), que explotan una revolución realizada en nombre de un proletariado (ruso) inexistente. En el medio de esa revolución existió un importante proceso de rusificación (Stalin) frustrado por una distorsión ideológica localizada en el nacionalsocialismo alemán. En la decadencia del proceso existió otro grupo de judíos “reformistas”, que emergen del mismo seno del PCUS (más concretamente, del Komsomol), que comenzaron a construir la sociedad burguesa en una sociedad sin burguesía, y la “democracia”, en una sociedad sin tradiciones democráticas en absoluto.

Hoy son ellos, esos banqueros judíos producidos por el PCUS, los que controlan casi en exclusiva los destinos de Rusia. El llamado “socialismo real” no fue más que un socialismo pagano. Esto es, una forma política correspondiente a una cultura “primitiva”. El mundo pagano -no religioso- no puede sino generar un Estado primitivo, carente de las complejidades del mundo posindustrial; incapaz de procesar esas complejidades. Lo que produce no sólo una cultura no-democrática. El Estado pagano-primitivo fija en el tiempo una sociedad sin individualización. Así, la vida social y la individual transcurrieron, durante la época del “socialismo soviético”, en dos planos separados y opuestos. Lo general (Estado, sociedad) y lo particular (individuo), discurrieron en niveles y en compartimientos estancos. Hubo un conflicto insuperable entre los dos niveles de la existencia. El Estado primitivo-pagano excluye la particularidad: la vida individual es un crimen, es decir, una oposición activa de lo particular a lo general. A partir de allí se buscó la “democracia” como forma de superar esa dicotomía, que sin embargo no hizo más que agudizarla. El Islam no necesita de la “democracia” para encontrar la individualización de las personas que integran la comunidad (Umma).

La grandeza y la trascendencia histórica de la Revolución islámica en Irán, así como el enorme significado que asume la Resistencia Nacional Libanesa de Hezbollah, consiste en que constituyen hechos que emergen cuando la idea de revolución -es decir, de justicia- parecía una idea vencida en el mundo entero, y cuando la idea de dignidad y de libertad nacional parecía un mero recuerdo perteneciente al pasado. La lucha por la justicia y por la dignidad de los hombres y de los pueblos comenzó a adquirir una nueva dimensión, justo en el momento en que esa lucha parecía perdida. A partir de Imam Jomeini queda claro que no hay revolución sin eternidad. Que el hombre, el actor revolucionario, no es un simple eslabón en la “mecánica de la historia”. Es el fundamento de un complejo sistema planificado por Dios. Pero en ese “sistema” el hombre tiene una enorme libertad y, consiguientemente, una enorme responsabilidad.

Los “espacios individuales de libertad” están dentro de la misma doctrina. Así, la “cultura musulmana” adquiere una independencia y una superioridad casi total respecto de la “cultura occidental”. Y ello provoca que los humillados dentro del mismo Occidente necesitan ahora de algo más que de una simple doctrina social laica, racionalista o humanista para encarar su propia liberación.

Para Irán este es un buen momento para iniciar una apertura hacia Europa, sin ceder espacios de poder acumulados y ya consolidados, porque una hipótesis probable del escenario de futuro es la escisión del “mundo occidental”. “Aunque los americanos, solos, dispondrán siempre de medios (militares) más que suficientes para actuar en solitario (….) tendrán menos intereses materiales en el mundo exterior por los que preocuparse, y el hecho de una ruptura con Europa podría hacerles retroceder a su viejo sueño de autosuficiencia hemisférica” (…) “Una ruptura euro-americana cambiaría radicalmente todos los cálculos sobre el futuro”. Por otra parte, los europeos -solos- se enfrentarían a una situación mucho más difícil. Europa depende, mucho más que América, del petroleo del suroeste asiático, y está además geográficamente mucho más cerca del mundo islámico…Para enfrentarse a cualquier problema que pueda afectar sus intereses, Europa “no dispone, hasta la fecha, ni de los equipos militares ni de la unidad organizativa para defender sus intereses de forma adecuada”. Y está lejos de cumplir esos requisitos en un futuro previsible.

EL MENSAJE INTERIOR

Las “respuestas a Occidente”, anteriormente expuestas, no podrían ser eficaces si en forma simultánea no se elaborara un “Mensaje interior”, de cara al propio mundo árabe y musulmán. En mi opinión, esa estrategia interna debe pivotar sobre dos elementos esenciales: lograr márgenes progresivos de individualización dentro de las sociedades árabes y musulmanas, y desarrollar un liderazgo de nuevo tipo, un liderazgo hegemónico, que ya no puede buscarse en las antiguas formas en que hasta este momento ese liderazgo se ha manifestado.

Entre los “acuerdos” de Camp David y los de Oslo, un verdadero cataclismo ha sacudido a la totalidad de las sociedades árabes y musulmanas, ya socavadas por la derrota militar de 1967. En términos de política internacional práctica el principal hecho esperanzador que surje en el horizonte es la Alianza que se está gestando entre Siria, Irán y el sur del Líbano. Será a partir de ella, de su profundización y de su ampliación, que se podrá estructurar un liderazgo de nuevo tipo, capaz de integrar los elementos positivos del arabismo nacionalista con los del islamismo revolucionario.

La “arabidad” y la “islamidad” fueron hasta ahora, en muchas coyunturas dramáticas, elementos antagónicos. Sobre su aparente irreconciliabilidad fueron edificadas todas las estrategias tendentes a mantener al mundo árabe y musulmán en un estado de subordinación y de exclusión perpetuas.

Por el contrario, sólo la confluencia de la “arabidad” con la “islamidad” corporizadas en Estados y movimientos de envergadura histórica, como son los de Irán, Siria y Hezbollah, podrá demostrar que aún existe capacidad de organización -es decir, de esperanza- en el mundo árabe y musulmán.

Y que esa esperanza organizada, consciente de los enormes errores cometidos en el pasado es, en primer lugar, capaz de mantener una guerra de resistencia contra el agresor, en un momento de la historia en que el poder del eje Washington-Israel parece invencible. El poder potencial de la Alianza Irán-Siria-Hezbollah tiene asimismo una trascendente dimensión geopolítica. Representa la soldadura de dos polos geográficos, el del Mediterráneo Oriental y el del Golfo Pérsico-Índico quienes, a lo largo de muchos momentos de una larguísima historia, actuaron “a la tracción” sobre el mundo persa-árabe-turco (y, aún, sobre otros espacios contiguos, como el caucasiano y el del Asia Central oriental). Un espacio político así re-conformado es la respuesta adecuada a ciertos juegos tácticos, de alta peligrosidad, vigentes hoy en día, en los que participa activamente el ejército laico turco, aliado del terrorismo judío.

Yo no soy musulmán ni, como es obvio, árabe, ni persa. Mi vinculación con el Islam es de naturaleza sociológica y estratégica. Desde esa perspectiva he leído y leo el Corán, donde se dice, en varias Suras, que el Antiguo Testamento o Biblia Judía (y protestante), o Torah, ha sido falsificado por los escribas hebreos. El Corán denuncia la falsificación de un libro que se ha convertido en el fundamento teológico e ideológico de un Estado criminal, el Estado de Israel. La “historia” de Israel que relata el Antiguo Testamento es, en un sentido estricto, una historieta. No es una historia sino una mitología, como siempre fue entendido por el catolicismo tradicional. El mismo método mitificador fue utilizado en este siglo para canonizar al “Holocausto”. La crítica al judaísmo debe incluir al Antiguo Testamento. Debe partir de la Torah. Es decir debe partir de una definición de judaísmo que se atenga a la realidad: él es un hecho totalizador y totalitario: teológico, racial, económico, histórico y estratégico. Y ello, afortunadamente, es muy bien percibido por las corrientes católicas y cristiano-orientales resistentes al posmodernismo.

El rol jugado por el judaísmo desde los orígenes del capitalismo finaliza en la construcción del Estado de Israel, que se fundamenta no sólo en ser la expresión regional más elocuente de la globalización del capitalismo, sino en la convicción de que existe no sólo una superioridad religiosa sino, además, una superioridad racial.

Entonces la cuestión central es que el judaísmo se percibe a sí mismo no sólo como un hecho religioso, sino como un hecho racial, nacional y social, al mismo tiempo. De allí surge una exigencia básica para el mundo musulmán contemporáneo: ligar más estrechamente al Islam con la histórica y sistemática exclusión-explotación-destrucción sufrida por la “raza árabe-persa inferior”.

El Islam reúne muchos elementos para convertirse en el núcleo cultural de un proceso de liberación (de la raza árabe y otras etnias musulmanas contiguas, como la persa y la turca), respecto del hecho judío más trascendente de toda la historia: el espacio geopolítico actualmente dominado por el Estado de Israel.

Pero carece de la fractura teológica que existe entre el cristianismo tradicional y el judaísmo: la figura mesiánica de Jesucristo. Las palabras de Jesús constituyen una ruptura total con la tradición judía. El misterio de Jesús no debe ser considerado como una tentativa de reformar el judaísmo desde una supuesta secta judía (la de los cristianos): Jesús aporta un elemento absolutamente diferente que no puede ser reconciliado con el judaísmo. Jesús revela un Dios que es esencialmente distinto a Yahvé, al Dios nacional judío que nos muestra el Antiguo Testamento. El hijo de Dios y la Virgen María han sido y volverán a ser la frontera infranqueable entre judaísmo y cristianismo.

El espacio islámico es una de las pocas realidades geopolíticas con capacidad potencial para disputarle al imperialismo occidental judeo-cristiano el control sobre los destinos del mundo. Y veo en determinadas interpretaciones del Islam, como la del chiísmo, un sistema de pensamientos y de sentimientos muy cercanos al catolicismo popular, hoy abandonados por la jerarquía de la Iglesia Romana.

El “llanto por Hussein” es algo conmovedor para cualquier católico que quiera vivir al lado de su pueblo, en contacto con sus hermanos oprimidos y humillados. El chiísmo expresa un sentimiento trágico de la vida muy cercano al sentido del sacrifico de Cristo, y al ejemplo heroico del Che Guevara, que no fue, en ese sentido, un simple mártir laico.

Por cierto que la categorización de la raza árabe, y de otras musulmanas, como “inferior”, coincide con el colonialismo, es decir, con el ciclo de expansión del capitalismo. El rol jugado por el judaísmo desde los orígenes del capitalismo finaliza en la construcción del Estado de Israel, que se fundamenta no sólo en ser la expresión regional más elocuente de la globalización del capitalismo, sino en la convicción de que existe no sólo una superioridad religiosa sino, además, una superioridad racial.

En este punto coincido totalmente con Bruno Étienne: “Israel, contrariamente a lo que dicen los árabes, no es simplemente un hecho colonial clásico, reducible a los casos de Argelia y de África del Sur. Tampoco me parece que Israel sea un peón del imperialismo norteamericano. El Estado hebreo es todo eso a la vez, pero con una dimensión mesiánica, escatológica, ligada a una historia y a unos lugares particulares. Los árabes no pueden a la vez conducir la lucha antiimperialista e ignorar la dimensión metafísica de Jerusalén. Pues muy a menudo, en su política de opresión y de
anexiones, Israel ha puesto en serias dificultades a sus Aliados” (Bruno Étienne, El islamismo radical).

Es en el Estado de Israel donde se verifica plenamente la gran intuición expresada por Friedrich Nietzsche, hacia finales del siglo XIX: “Los judíos son el pueblo más notable de la historia universal , ya que, enfrentados al problema de ser o no ser, han preferido, con una conciencia absolutamente inquietante, el ser a cualquier precio: ese precio fue la falsificación radical de toda naturaleza, de toda naturalidad, de toda realidad, tanto del mundo interior como del mundo exterior entero. Los judíos son, justo por eso, el pueblo más fatídico de la historia universal: en su efecto ulterior han falseado el mundo de tal modo que hoy incluso el cristiano puede tener sentimientos antijudíos sin concebirse a sí mismo como la última consecuencia judía“.