Ya hemos hablado del estrés en publicaciones anteriores, y ¿qué decir que todavía no sepamos de él? Se habla mucho de su impacto negativo tanto para nuestra psique como para nuestro cuerpo, pero lo cierto es que los niveles de estrés en la población mundial siguen creciendo. De hecho, a veces el estrés puede llegar a integrarse tanto en nuestro día a día que corremos el riesgo de acabar acostumbrándonos a él sin ser conscientes realmente del verdadero impacto de éste.
Por que nos estresamos?
Como ya sabemos, una de las principales causas del estrés es la incertidumbre, pero también existen otros factores que lo desencadenan y que tienen que ver con nosotros más que con nuestro entorno. En este sentido, por ejemplo, una importante causa de estrés es la dificultad para decir “no” sin sentirnos culpables por ello, o el no tener un orden de prioridad claro en nuestros quehaceres diarios (es decir, decidir qué es lo urgente y qué es lo importante). Todo ello, puede llevarnos a querer llegar a todo sin tener el tiempo suficiente para hacerlo, convirtiendo nuestro día en una vorágine descontrolada.
Cual es la principal fuente de estres?
Sin embargo, yendo más allá de las circunstancias cotidianas, observamos que la principal fuente de estrés es nuestra mente y cómo interpretamos la realidad. Es decir, si vemos la realidad como una amenaza, el estrés aparecerá como mecanismo de defensa. Por lo tanto, debemos tomar consciencia de que la interpretación que hacemos de la realidad es siempre subjetiva y que viene condicionada por nuestros pensamientos. Si cambiamos los pensamientos, cambiaremos la forma de percibir el entorno y, por lo tanto, nuestro modo de actuar.
¿Y cómo cambiamos nuestra forma de pensar?
Pues en primer lugar siendo conscientes de que los recursos interiores que tenemos son mucho mayores de lo que nos pensamos. Confiar en nosotros y en la capacidad que tenemos para superar los obstáculos disminuye en gran medida el grado de ansiedad. Ante la incertidumbre, por ejemplo, podemos elegir dos formas de actuar: la primera es dejándonos llevar por la sensación de miedo e inseguridad. Esta perspectiva lo único que hará será aumentar nuestra angustia bloqueando, por ende, nuestra capacidad de respuesta; La segunda opción es elegir actuar enfocándonos en lo que podemos conseguir y confiando en nosotros mismos. Desde esta perspectiva seremos capaces de desarrollar más nuestros recursos y ampliar el abanico de posibilidades.
Por otro lado, nuestros pensamientos también son capaces de proyectarnos en el futuro llevándonos a imaginar multitud de hipotéticos escenarios (la mayoría dramáticos y catastróficos), generándonos un estado de ansiedad innecesario e injustificado. Por ello es importante distinguir entre nuestros pensamientos y lo que de verdad existe “aquí y ahora”. Para ello es recomendable dejar de orientarnos tanto en el HACER y centrarnos más en el SER. El SER se refiere a vivir el momento presente: parar un momento y “saborear” lo que estamos haciendo AHORA. De lo contrario nuestro día a día puede convertirse en un “salto de obstáculos” frenético y sin sentido que nos deja exhaustos y con una sensación de vida no vivida.
Debemos ser conscientes de que gran parte de la gestión del estrés nos atañe a cada uno de nosotros y es también nuestra responsabilidad actuar para conseguir la vida que queremos. ¿Qué tendrías que cambiar en tu vida para renunciar al estrés? ¿A qué quieres decir “si” y a que quieres decir “no”? ¿Qué impacto tendría en tu vida conectar más con tu “SER”?