Después de varios días de ausencia por un problema en el brazo espero ir regresando poco a poco. De momento mi gran amiga Patri me ha echado una mano y nunca mejor dicho. Aquí va uno de sus maravillosos posts. Mil gracias bellísima.
No sabía cómo empezar este post hasta el momento en el que sonó el teléfono. Andaba inmersa en una búsqueda de imágenes que se había prolongado demasiado y mi madre, como siempre, me dio la clave. Por casualidad ella, como yo, realizaba el tour de las mesas puestas con arte; el del deleite de una vajilla y unas copas de vino bien acompañadas…. Mi madre tiene esa gran habilidad del buen anfitrión; sabe perfectamente qué delicias cocinar en cada momento, maneja las cantidades con precisión y lo más importante de todo, sabe y controla el arte de hacer que los demás se sientan como en casa, disfrutando con ellos. Práctica y organizada; el amor que imprime en lo que hace se ve reflejado en toda la casa. Si algo he aprendido de ella es que los detalles, a la hora de sentarse a una mesa, importan. Este post se lo dedico a ella: mi madre. ¿A quién si no? Por las mil y una mesas en las que se saborea su cariño.
Pero si hay un color que no me deja indiferente, como a mi amiga Lucía, ese es el azul. Pero no uno cualquiera. Llámese como quiera: índigo, añil oglasto. No le hace falta carta de presentación. La madera, como el cemento pulido, revolucionan sus aptitudes. Esas vajillas, me recuerdan a mi abuela.
Y con los detalles que coronan cualquier mesa,cita o un encuentro, me despido. Ellos sirven hoy la nota diferente. Aquí entra en juego la imaginación, la creatividad. Que nadie se atreva a decir que está todo inventado. Espero que sean inspiradores para la próxima cena o acontecimiento. Hacer partícipe al invitado es siempre divertido.