Lo de "Mi familia y otros animales" no es un farol. En la actualidad, en la mansión de los Jomeini, viven en más o menos armonía dos adultos, dos niños, dos hámsters (Calcetín y Rocky), dos tortugas (Suky y Menta), ocho peces (cuyos nombres me niego a recordar) y, desde el miércoles de la semana pasada, un gato negro. - Pero...¿qué me estás contando? - me dice mi cuñada en el whatsapp cuando le presento a su nueva "sobrina" - Y...¿no mataste a tu santo? Lógicamente, mi familia dedujo que la llegada de un nuevo miembro gatuno había venido de parte de mi santo, que lleva diciendo desde hace dos años: "Quiero uuuuno", como decía cuando veía un bebé antes de que - por callarle la boca - me quedara embarazada de Susanita. Sobre todo, porque muchos me habían oído tronar aquello de "como traigas un gato a casa, salen tú y el gato". Pero es que el destino a veces es de lo más puñetero. El miércoles salía del entrenamiento de tenis del Terro peleándome con él que quería quedarse a jugar con sus compañeros: - Pero, mamá, que es que van a pelotear...-refunfuñaba enfadado - Como si van a bailar la Macarena, Terro, que tienes tarea que hacer en casa y luego hay que ducharse y cenar, que si no nos dan las mil y... - MIAU - ¿Cómo has dicho, hijo? - Yo no he sido. - MIAU Debajo de la rueda de mi coche, me miraban dos ojos verdes asustados. Un gatito de unos dos meses, flaco y sucio, maullaba temblando. Lo que pasó entonces es como lo que le pasaba a Don Mendo cuando jugaba a las siete y media: "Fue el maldito Cariñena que se apoderó de mí". No sé qué fue lo que se apoderó de mi mano. Lo que sí sé es que me agaché, cogí al gato por el pescuezo y lo metí en el coche ante los ojos de asombro de mis dos hijos que no se podían creer lo que estaban viendo. Le dí de comer, lo bañamos y, cuando la mugre hubo bajado bañera abajo, empezamos a investigar el sexo. Es jodido. De verdad. Que los gatos tan pequeños tienen dos bultitos que lo mismo podían ser una vulva que dos testículos. Así que decidimos que era una gata y la llamamos Lola. El jueves me llevé a Lola al veterinario a desparasitarla y vacunarla. - Pues va a ser que Lola es Don Manuel - me dijo el veterinario, muerto de risa - Bueno, siempre podéis llamarlo Lolo. Pero a mis hijos lo de Lolo no les gustaba, así que volvimos a casa con un gato sin nombre. - ¿De qué tienes cara, tú, gato? - le preguntaba el Terro al supuesto "Lolo". Los niños son de un cursi cuando se trata de poner nombres que asusta. Barajaron nombres del tipo de "Sol", "Luna", "Nube" y todo tipo de fenómenos celestes. - Lo llamamos Ramón - dijo mi santo. Lo de Ramón es una fijación, no os creáis , que también quiso que el Terro se llamase así. Sin conseguirlo, todo sea dicho. - Noooooo - coreaban mis hijos. Al final, el nuevo miembro de la familia, se llama Coque, como el carbón que se usaba hace dos siglos. Y es que cuando cierra los ojos, al acariciarle, es todo negro, "pequeño, peludo y suave, que se diría todo de algodón".
Lo de "Mi familia y otros animales" no es un farol. En la actualidad, en la mansión de los Jomeini, viven en más o menos armonía dos adultos, dos niños, dos hámsters (Calcetín y Rocky), dos tortugas (Suky y Menta), ocho peces (cuyos nombres me niego a recordar) y, desde el miércoles de la semana pasada, un gato negro. - Pero...¿qué me estás contando? - me dice mi cuñada en el whatsapp cuando le presento a su nueva "sobrina" - Y...¿no mataste a tu santo? Lógicamente, mi familia dedujo que la llegada de un nuevo miembro gatuno había venido de parte de mi santo, que lleva diciendo desde hace dos años: "Quiero uuuuno", como decía cuando veía un bebé antes de que - por callarle la boca - me quedara embarazada de Susanita. Sobre todo, porque muchos me habían oído tronar aquello de "como traigas un gato a casa, salen tú y el gato". Pero es que el destino a veces es de lo más puñetero. El miércoles salía del entrenamiento de tenis del Terro peleándome con él que quería quedarse a jugar con sus compañeros: - Pero, mamá, que es que van a pelotear...-refunfuñaba enfadado - Como si van a bailar la Macarena, Terro, que tienes tarea que hacer en casa y luego hay que ducharse y cenar, que si no nos dan las mil y... - MIAU - ¿Cómo has dicho, hijo? - Yo no he sido. - MIAU Debajo de la rueda de mi coche, me miraban dos ojos verdes asustados. Un gatito de unos dos meses, flaco y sucio, maullaba temblando. Lo que pasó entonces es como lo que le pasaba a Don Mendo cuando jugaba a las siete y media: "Fue el maldito Cariñena que se apoderó de mí". No sé qué fue lo que se apoderó de mi mano. Lo que sí sé es que me agaché, cogí al gato por el pescuezo y lo metí en el coche ante los ojos de asombro de mis dos hijos que no se podían creer lo que estaban viendo. Le dí de comer, lo bañamos y, cuando la mugre hubo bajado bañera abajo, empezamos a investigar el sexo. Es jodido. De verdad. Que los gatos tan pequeños tienen dos bultitos que lo mismo podían ser una vulva que dos testículos. Así que decidimos que era una gata y la llamamos Lola. El jueves me llevé a Lola al veterinario a desparasitarla y vacunarla. - Pues va a ser que Lola es Don Manuel - me dijo el veterinario, muerto de risa - Bueno, siempre podéis llamarlo Lolo. Pero a mis hijos lo de Lolo no les gustaba, así que volvimos a casa con un gato sin nombre. - ¿De qué tienes cara, tú, gato? - le preguntaba el Terro al supuesto "Lolo". Los niños son de un cursi cuando se trata de poner nombres que asusta. Barajaron nombres del tipo de "Sol", "Luna", "Nube" y todo tipo de fenómenos celestes. - Lo llamamos Ramón - dijo mi santo. Lo de Ramón es una fijación, no os creáis , que también quiso que el Terro se llamase así. Sin conseguirlo, todo sea dicho. - Noooooo - coreaban mis hijos. Al final, el nuevo miembro de la familia, se llama Coque, como el carbón que se usaba hace dos siglos. Y es que cuando cierra los ojos, al acariciarle, es todo negro, "pequeño, peludo y suave, que se diría todo de algodón".