Corrupción a todo color: Ligeramente escarlata (Slightly scarlet, Allan Dwan, 1956)

Publicado el 18 noviembre 2013 por 39escalones

Dos actrices de refulgentes cabelleras pelirrojas concentran toda la atención en esta adaptación de la novela de James M. Cain dirigida en 1956 por el “artesano” canadiense Allan Dwan: Rhonda Fleming y Arlene Dahl. Ambas presumen de curvas, sensualidad y armas de mujer en esta película de Dwan, uno de los cineastas más longevos y prolíficos de esa segunda línea de directores que desde los tiempos del cine mudo, a menudo dirigiendo a estrellas como Douglas Fairbanks o Gloria Swanson, ejerciendo de ayudantes de dirección de grandes maestros de la etapa silente, o descubriendo nuevos talentos como Rita Hayworth, Carole Lombard, Ida Lupino o una niña llamada Natalie Wood, lograron desarrollar una importante carrera a menudo confinada en los estrechos márgenes de la serie B, pero con pocos títulos estimables que exceden con mucho esa categoría. Uno de ellos puede ser este clásico de la literatura negra llevado a la pantalla a todo color y en la que esas dos cabelleras pelirrojas y sus espectaculares propietarias tienen mucho que hacer y que decir.

Como de costumbre, la trama es de lo más intrincada. Ben Grace (John Payne, inexpresiva y monolítica presencia frecuente en esa etapa de la filmografía de Allan Dwan) registra fotográficamente la salida de prisión de Dorothy Lyons (Arlene Dahl), una vulgar ladrona algo desequilibrada, a la que espera su hermana June (Rhonda Fleming). Ella, y no su hermana delincuente, es precisamente lo que interesa a Ben, ya que June es la secretaria -y se rumorea que bastante más que eso- del candidato a alcalde con más probabilidades de ganar las próximas elecciones en la localidad californiana de Bay City, el millonario Frank Jansen (Kent Taylor), sondeo que irrita especialmente al hampón Solly Caspar (Ted de Corsia) debido a que Jansen se ha erigido en adalid de la lucha contra la corrupción y el crimen organizado, que tiene en nómina no sólo al alcalde anterior, sino también a buena parte de la cúpula policial y judicial de la ciudad. Por ello, Caspar ha enviado a Ben a investigar los trapos sucios de Jansen, a fin de encontrar algo oscuro que le permita desacreditarlo o neutralizarlo. Sin embargo, como Ben no encuentra nada que poder usar, Caspar ha decidido eliminar a uno de los aliados más importantes de Jansen, el director de un periódico local que ataca sin cesar a Caspar y sus hombres. Ben, sin embargo, discrepa de esa decisión, y eso le ocasiona un enfrentamiento con Caspar que a punto está de costarle la vida. Resentido, Ben graba el asesinato del periodista y ofrece a Jansen, a través de June, la oportunidad de aprovecharlo en la campaña electoral. Como resultado, Jansen gana la alcaldía y Caspar tiene que huir. Pero Ben Grace tiene sus propios planes, y no pasan por eliminar la corrupción en Bay City, sino más bien por adaptarla a la nueva situación y hacerse con el monopolio en exclusiva… Dos circunstancias vienen a complicar los planes de Ben, ambas pelirrojas. June es la mujer sofisticada, encantadora y sensual, con buenas intenciones y sueños por cumplir; Dorothy es una loca que sólo piensa en satisfacer sus caprichos, el aquí y ahora. La mezcla de ambas es una bomba de relojería cuyo detonador es el retorno de Caspar.

La primera sensación tras el visionado de la película es que, en manos de otro director y con otro reparto, el resultado habría dado mucho más de sí. Una vez superado el planteamiento inicial, repleto de expectativas favorables y promesas apetecibles, el material criminal se entremezcla de manera demasiado ampulosa y rígida con el drama sentimental, sin que uno ni otro terminen de explotar ni ligar adecuadamente, y sin que el conflicto traspase verdaderamente la pantalla para implicar al espectador. Probablemente, las limitaciones de John Payne como protagonista, su atractivo impersonal y su falta de carisma, tienen mucho que ver. Lo mismo sucede con el villano, De Corsia, un histórico del cine de intriga que no logra componer aquí sin embargo un gángster con auténtica dimensión más allá de los lugares comunes, del estereotipo casi caricaturesco. Ni Jansen ni el amigo policía de Ben, Dave, resultan personajes bien construidos, quedándose en la mera etiqueta, en un breve apunte moral cuyo papel en la trama no es que sea reducido, sino meramente circunstancial, simples herramientas necesarias para que puedan articularse los giros que pide la trama. Esta falta de profundidad y de desarrollo acertado del argumento, unida a cierta morosidad y al estatismo de las composiciones y las situaciones (apenas hay secuencias de acción antes del tiroteo final, no hay persecuciones, momentos de suspense ni una intriga auténticamente construida sobre la base del descubrimiento o la captura de un delincuente), hace que los 94 minutos de metraje puedan resultar densos y ralentizados, poco dinámicos. Como contraste, en otros momentos el guión avanza de manera excesivamente precipitada (el cambio en la relación entre June y Ben, por ejemplo, desde el primer instante desagradable en que se conocen hasta el momento de su primer morreo, de manera un tanto casquivana, por cierto, si pensamos en el personaje de ella…), con un abuso de sobreententidos más que de elipsis. El drama o incluso el melodrama sentimental ganan la partida a la vertiente negra del asunto, y por eso la novela de Cain queda convertida, a grandes rasgos, en una historia de redención personal en la que cada una de las pelirrojas simboliza un camino vital para el personaje de Ben Grace, que le ofrece distintas opciones, cada una con sus pros y sus contras (la vía de la delincuencia organizada, con sus trampas y sus lujos junto a la chica del gángster, o la de una vida tranquila y feliz pero pobre con una mujer a la que amar), y cuya puesta en escena alterna unos pocos decorados y localizaciones en interiores (la casa de Caspar, la casa de la playa, la casa de las Lyons, tres despachos y para de contar) que confieren a la cinta un aire teatral casi casi claustrofóbico, sin transiciones que ayuden a oxigenar o a alterar esa percepción de rigidez y estatismo.

Esta esquematización del desarrollo narrativo (ni siquiera llega a existir un verdadero triángulo amoroso entre Jansen, June y Ben, ni tampoco entre June, Dorothy y Ben) deviene inevitablemente en una falta de garra de todo el conjunto, que sólo viene compensada por dos factores: la formidable presencia de ambas actrices, Fleming y Dahl, que, si bien dan vida a personajes cuyas evoluciones resultan por momentos aceleradas o incomprensibles, sí aportan en cambio sus poderosas presencias, en ocasiones, únicamente en el caso de June, de un romanticismo casi podría decirse que empalagoso, pero trocado luego en un desengaño entre furioso y conmovedor construido con notables elegancia, estilo y fuerza; y además por la secuencia final, la reunión violenta de todos los personajes en un único escenario sobre el que se produce la eclosión de esa idea de redención, de forma un tanto precipitada y repentinamente sanguinolenta. Esta película negra en technicolor, producida por RKO, renuncia a explotar en todas sus posibilidades las corruptelas y los otros temas ligados al género negro por excelencia y cede su espacio al drama de sentimientos con trasfondo criminal, y aunque se deja ver con agrado gracias a la colorista fotografía de John Alton, al oficio de Dwan y al dúo femenino protagonista, no permite hacerse una idea exacta de los turbios ambientes, las amenazas veladas, las asfixiantes atmósferas y los peligros acechantes que contiene la novela de Cain, unos de los grandes del género traducido aquí a imágenes sin demasiada fortuna por un Allan Dwan que, demasiado lírico en una historia que exige quizá otros puntos de vista más convenientes, apenas disfruta de tres o cuatro tomas en las que soltarse la melena. Cosas del bajo presupuesto.