Creatividad | Puesta en perspectiva histórica de las Ciudades Creativas

Por Ecosistemaurbano

Investigador en el Laboratorio PACTE (Grenoble) y Director de la agencia Villes Innovations (Madrid, Grenoble), Raphaël Besson propone una puesta en perspectiva histórica de las ciudades creativas.

INTRODUCCIÓN

Desde mediados de los años 1990, la ciudad creativa polariza los debates sobre los lugares de saber y de innovación. Ya sean Nueva York, Chicago, París, Londres, Barcelona o Berlín, queda claro : la ciudad del futuro será esencialmente innovadora. Este fenómeno no se limita a los países europeos y de Norteamérica ; es particularmente masivo en Asia (Shangaï, Beijing, Bangalore) y en el Cercano Oriente (Dubai Smart City, Masdar). En Latinoamérica, adquiere una paulatina importancia, tal como lo demuestra el constante desarrollo de los distritos tecnológicos, del audiovisual y del diseño de Buenos Aires.

Para analizar estos fenómenos urbanos emergentes, los investigadores han producido una multitud de conceptos: ciudades creativas, ciudades inteligentes, smart cities, ciudades del saber, sistemas urbanos cognitivos (Besson, 2014), etc. Think tanks, Fundaciones y gabinetes de expertos fueron creados para proponer sus propios modelos y clasificaciones de las ciudades innovadoras y creativas. Frente a estas problemáticas, las instituciones públicas no quedaron mudas. Ya son numerosas las políticas públicas aplicadas a escala mundial (red de las ciudades creativas de la UNESCO), europea o nacional, con el reciente desarrollo de la estrategia “French Tech“.

Frente al desarrollo exponencial de las teorías y de las políticas públicas sobre el tema de las ciudades creativas, parece inevitable tomar la distancia necesaria e interrogar la historia. A través del análisis de diversos “lugares de saber ” que marcaron la historia (Jacob, 2007), pretendemos comprender las especificidades de los espacios de saber y de innovación contemporáneos (ciudades creativas, smart cities y Terceros Lugares).

LOS ESPACIOS DE SABER Y DE INNOVACIÓN A TRAVÉS DE LA HISTORIA. LA PREGNANCIA DE LA UTOPÍA INSULAR.

Desde la Antigüedad, las sociedades conciben espacios dedicados al conocimiento y a la innovación. Las bibliotecas de Alejandría o de Roma funcionaban como auténticos laboratorios. Allí es donde los sabios disponían de los instrumentos, colecciones, escritos de la Antigüedad griega y latina, así como los jardines zoológicos o botánicos necesarios a su trabajo. Estas bibliotecas desempeñaban un papel fundamental en la ideología universalista y la búsqueda de potencia de los Imperios. Si concentraban saberes procedentes del mundo entero, operaban esencialmente en un marco cerrado, bajo el control de los poderosos. Según el historiador Christian Jacob, la biblioteca de Alejandría no era ” un lugar abierto a todos los letrados y sabios del mundo entero (…), reservada a la élite admitida en el entorno más cercano del rey ” (Jacob, 2007). Hallamos pues esta idea de creación de espacios de saber y de innovación en la Edad Media, con la construcción de los monasterios. Su diseño se inspira ampliamente en el pensamiento teológico y en la utopía insular, que inducen un aislamiento de los investigadores y de los sabios del mundo exterior. La Verdad Absoluta debe transmitirse en toda autonomía en el seno del monasterio.

Abbaye Notre Dame de Sénanque.

A partir del siglo XII, esta filosofía insular inspira la construcción de las Universidades. Efectivamente, el conjunto de las primeras Universidades adoptó la figura arquetípica del claustro : entre ellas, cabe citar las de Bolonia (1088), Oxford (1167), Salamanca (1218), Valladolid (1260), París (Sorbonne, 1257), etc. En aquél entonces disponían de edificios independientes, alejados de la ciudad o inscritos en ella, pero aislados por muros perimetrales. Entre ellos, un ejemplo emblemático es el Palacio de la Sapiencia en Roma, cuya construcción fue iniciada por Giacomo della Porta, antes de ser modificada por el arquitecto Borromini en 1632. Este Palacio del Saber contaba en su patio central con un recinto cerrado al resto de la Ciudad.

Universidad de La Sorbonne.

Desde el Renacimiento, el desarrollo de los gabinetes de estudios se inscribe en esta perspectiva insular. La descripción del studiolo del Renacimiento italiano (siglos XV-XVI) por el historiador Celenza, revela una práctica ascética del saber, ampliamente inspirada por el monaquismo cristiano. Según él, el studiolo representaba “un lugar de retiro, un centro de archivos privados donde refugiarse para leer y reflexionar con tranquilidad” (Celenza, 2007). En la dinastía de los Ming (siglos XVI-XVII), el gabinete de estudios estaba aislado de la ciudad, más próximo a la naturaleza, y ceñido por muros protectores, “contra el mundo exterior y vulgar ” (Schneider, 2007). Así pues, en un tratado redactado entre 1631 y 1634, el arquitecto Ji Cheng aconsejaba que los gabinetes de estudio, sean concebidos “sin demasiadas aperturas : limpieza y claridad consolidan el espíritu, mientras que una apertura al exterior demasiado grande cansa la vista

Encontramos este mismo modelo de retiro místico en el desarrollo de los primeros laboratorios, que no escapan a una visión sacralizada de la investigación. En la Venecia del Renacimiento, la entrada del laboratorio es sagrada. Así pues se dice que “nadie puede penetrar en los laboratorios de química de la Ciudad sin comprometerse a quedarse allí para siempre” (Schaffer, 1999). Según la etnóloga Sofía Houdart, en realidad los primeros laboratorios eran “espacios privativos y cerrados” (Houdart, 2007). En cuanto a los que se dedican al trabajo de laboratorio, a menudo asocian sus tareas a las de los santos de la Cristiandad y sus talleres a piadosos retiros de meditación; así pues acceder al conocimiento parece significar acceder a Dios. Luis Pasteur compara los laboratorios a “templos del futuro“. André Loir, su fiel asistente, insiste en el hecho de que “la entrada del laboratorio, herméticamente cerrada a todos aquellos que eran de fuera, resulta sagrada” (Schaffer, 1999). Frente a la presencia de otros lugares de saber como las bibliotecas, jardines, observatorios o museos, el modelo de los laboratorios se impuso realmente a finales del siglo XIX. El número de laboratorios de química, física o de electricidad crece entonces en Europa y Estados Unidos. A este desarrollo exponencial corresponde una transformación de los gabinetes privados en laboratorios modernos, más accesibles y abiertos a los ingenieros e industriales.

Un laboratorio francés en el siglo XIX.

A mediados del siglo XX, nuevos espacios de saber vuelven al leitmotiv de la insularidad. Tal es el caso de los campus universitarios, que se crean en lugares aislados y alejados de la emulación de las áreas urbanas. Ya sea en Chicago (universidad de Illinois de Walter Netsh), Berlín (Freie Universität de Candilis-Sosic-Woods), Bagdad (universidad realizada por Walter Gropius), o en Toronto (universidad de Scarborough concebida por John Andrews), los arquitectos-urbanistas organizan la vida universitaria de manera autosuficiente, fuera de las ciudades. De tal manera que la arquitectura de los campus se cierra, y se vuelve impermeable al mundo exterior. Según André Sauvage, se instalan progresivamente los denominados “campus monofuncionales”, que se caracterizan por “un entorno despojado, destinado a aquellos para quienes la cultura, el conocimiento debe ganarse no sólo por esfuerzos constantes, sino también renunciando diariamente a la ciudad ” (Sauvage, 1994)

El otro modelo que emerge en los años 60 es el de polo tecnológico, con algunos ejemplos emblemáticos como el de la Silicon Valley, la ZIRST de Meylan (rebautizada Inovallée) o el parque Sophia-Antipolis de Niza. Los polos tecnológicos se presentan como una zona simbólicamente cerrada, localizada en un espacio periurbano y organizado alrededor de centros de investigación, universidades y de PYMES dedicadas a las altas tecnologías, con una proximidad espacial destinada a asegurar un mecanismo de “fertilización cruzada”, propicia a la innovación. Evocaremos el modelo de las Ciudades científicas, desarrolladas en la URSS durante la Guerra Fría, bajo la influencia de los polos tecnológico. Los naoukograds eran secretos, aislados y cerrados por barreras superables hasta ciertos puestos de control. Estaban dotados de todas las funciones urbanas (espacios residenciales, cines, escuelas, tiendas, jardines de infancia…), así como de los recursos intelectuales y científicos excepcionales (centros de investigación dotados de los equipos más modernos, fábricas experimentales, universidades, polígonos de ensayos). Cada ciudad estaba situada sobre un sector tecnológico clave : electrónica, construcción aeronáutica, nuclear o industria aeroespacial. La existencia de los naoukograds, que rivalizaba con los centros tecnológicos y occidentales más grandes, ha sido revelada a rusos y al mundo entero sólo a mediados de los años 90 (Lappo, Polian, 2007).

Freie Universität, Berlin.

Esta breve historia de los espacios de saber destaca una diversidad de formas, lugares y representaciones de los entornos más estimulantes en cuanto al conocimiento y la innovación. Esta heterogeneidad permite revisar en primer lugar que los espacios de saber no siempre se confundieron con el territorio de las ciudades ; también fueron pensados y construidos aparte o fuera de ellas (monasterios, gabinetes chinos de estudios, campus, polos tecnológicos) ; o en ciudades ya constituidas, tomando entonces la forma de cercados herméticos al resto de la ciudad (bibliotecas de la Antigüedad, universidades, laboratorios de investigación). A menudo, el desarrollo de los espacios de saber se hizo de manera autónoma y separada de sus territorios de anclaje. Con la hipótesis siguiente: el acceso al conocimiento implica separarse y extraerse de los tormentos de la vida social y urbana, y protegerse del mundo exterior. Cabe especificar que esta insularidad implicaba a la misma vez “hacer venir el mundo hacia sí mismo” (Houdart, 2007). Aquí radica una de las puestas esenciales de los lugares de saber, que procuraron concentrar el número más grande de colecciones, de escritos y los instrumentos necesarios para la inspiración y las experimentaciones.

Otra conclusión es que tales espacios de saber, permanecen estrechamente tributarios de una concepción en la que los procesos de innovación y de conocimiento incumben a una élite de investigadores y de creativos. En la Antigüedad o en la Edad Media, ciencias e innovaciones son la expresión de los hombres de Iglesia, de los sabios y catedráticos. Los modelos de los laboratorios de investigación, polos tecnológicos, campus universitarios, y más recientemente de clusters o polos de competitividad generan las innovaciones en las Universidades, los centros de investigación o las empresas. Estos modelos evocan muy superficialmente a los actores informales de la innovación, como los artistas, los habitantes ordinarios y los usuarios de las innovaciones.

LAS TRANSFORMACIONES CONTEMPORÁNEAS DE LOS ESPACIOS QUE SE DEDICAN AL CONOCIMIENTO Y A LA INNOVACIÓN. SMART CITIES Y CIUDADES CREATIVAS

Esta concepción de la investigación y de la creatividad es, hoy día, puesta en tela de juicio. El contexto de mutación de las economías y la importancia creciente de la economía y de las externalidades sociales o urbanas en los procesos de creación de valor (Boutang, 2008) tiene como consecuencia la transformación de nuestras representaciones de los espacios dedicados al saber. Asistimos a la emergencia de lugares nuevos, cuya especialidad es la producción de una innovación abierta y centrada sobre los usuarios. Los autores evocan las nociones de sistemas urbanos cognitivos (Besson 2014), de Terceros Lugares, de Living Labs y también de Fab Labs. Ahora bien, estos “nuevos y extraños espacios híbridos” (Veltz, 2010), transforman de manera fuerte nuestras representaciones tradicionales de los espacios del saber y la innovación.

Los espacios contemporáneos del saber propenden en concentrarse en el centro de las ciudades. El territorio metropolitano con sus líneas de investigación, sus universidades, sus centros de producción, su densidad, su diversidad social y funcional y sus diferentes amenidades, produce una serie de externalidades positivas esenciales para los procesos de innovación. Estas externalidades urbanas explican, en parte, la paradoja geográfica de las actividades de la nueva economía. Éstas, en vez de franquearse de las coacciones espaciales, tienden a concentrarse en los espacios urbanos de unas decenas o cientos de hectáreas, en distritos tecnológicos, cyber distritos, smarts cities o en barrios de las ciencias y de la innovación.

Dentro de esos espacios, la producción de conocimientos nuevos se concibe menos en los “lugares de retiro o refugios protectores” (Perroux, 1967) que en los espacios abiertos que podrían estimular los encuentros informales entre actores heterogéneos (investigadores, empresarios, artistas pero también usuarios de innovaciones). Esta dinámica de apertura y esta implicación de los actores informales en los procesos de producción de conocimientos debería permitir un ensanchamiento del perímetro de las miradas para, in fine, generar innovaciones más potentes y originales. Los arquitectos-urbanistas en carga de la concepción de estos lugares duplican de ingeniosidad para organizar espacios suficientemente densos, mixtos, lúdicos y modulables y así crear un ambiente creativo listo para liberar el imaginario y la innovación ascendente. Se observa particularmente una tendencia de abandono de despacho individual en beneficio de una combinación de despachos en espacios abiertos, de lugares que facilitan el trabajo en equipo para realizar proyectos, salas de reuniones y espacios de diversión.

Espacio de coworking, Hub Madrid.

La tercera característica de los espacios contemporáneos que se dedican al conocimiento es que se concibe menos en lugares solemnes que en los espacios informales que se dedican a la vida comunitaria. Los espacios que se dedican al conocimiento se organizaban en torno a espacios nobles como la Biblioteca Central, el Gran Anfiteatro o el laboratorio de investigación. Ahora bien, se opera un desplazamiento muy marcado hacia todo lo que corresponde a la vida social: las cafeterías, los espacios públicos, los lugares para la restauración o para el ocio aparecen como lugares estratégicos para pensar los procesos creativos. Según el arquitecto Christian de Portzampac, “la innovación no se puede realizar en laboratorios separados del mundo. Tiene que hacerse en los lugares intermedios (…) en lugares abiertos al público”. Así se van construyendo nuevas representaciones de lugares de conocimiento y de innovaciones como lugares de vida lúdicos y de convivencia. Evoquemos el ejemplo de la sede social de Google en California, el Googleplex, del que André Gorz nos dice: “uno puede hacer las compra, dejar a sus hijos a la guardería o la de la empresa, dejar a sus ancianos a personal especializado. Uno pude practicar diversos deportes, meditar, dormir la siesta, ir a la peluquería, al dentista, almorzar, esculpir, pintar, etc. Las relaciones entre los colaboradores son cordiales e igualitarias y se prolungan “fuera del trabajo” (Gorz, 2004).

Life in the Googleplex.

Uno de las puestas de Googleplex es reducir las inhibiciones vinculadas a una estructura jerárquica de trabajo que favorece así los intercambios informales, la circulación de conocimientos tácitos y por fin las dinámicas de innovaciones. En el seno de Googleplex, ya no existe pérdida de tiempo: “la vida entera forma parte del trabajo, el trabajo es la vida entera” (Gorz, 2004). Esta supresión progresiva de las fronteras entre tiempo de trabajo y tiempo libre, debe garantizar una “movilización total” de los creadores de Google (Gorz, 2004) : su inteligencia, su creatividad o para decirlo de otra forma su “fuerza de invención” (Negri, 2008).

Coworking Zonaspace, St. Petersburg Russie.

Otra especificidad de los espacios contemporáneos del saber está vinculada con el estatuto del conocimiento, que es pensado menos “por si mismo” que en una perspectiva de creación de valor económico. Evocaremos en particular las declaraciones del director del Centro de innovación de Grenoble MINATEC, Jean-Charles Guibert : “el fin de todas las actividades iniciadas en MINATEC es la innovación. El objetivo no es investigar para investigar, sinó ayudar a nuestros campeones industriales a desarrollarse, a crear empleos y a ser actores del desarrollo económico local, nacional e internacional” (Guibert, 2011).

La última especificidad de los lugares de conocimiento contemporáneos es que tienden a transformar sus espacios en verdaderos laboratorios de experimentación y de puesta en escena de nuevas tecnologías. Es cierto que la integración de las innovaciones en la fabricación de las ciudades es un fenómeno antiguo. La construcción de Alexandría en 331 a.C, fue según Christian Jacob, una “construcción sabia en la que la geometría, las técnicas, la racionalidad urbanística desplegaron dispositivos innovadores” (Jacob, 2007). La concepción urbana de los arquitectos de principios del siglo XX como Raymond Hood, Le Corbusier o Franck Loyd Wright, estaba impregnada de innovaciones tecnológicas: la finura de las torres ponían en escena los nuevos materiales de construcción como el acero, el hormigón armado, los nuevos modos de transporte rápidos se valorizaban con la presencia de ascensores, de trenes metropolitanos, de automobiles, de máquinas volantes etc. Si bien es verdad que los avances técnicos siempre interesaron el desarrollo de las urbes, los espacios de innovación contemporáneos como las smart cities o los barrios tecnológicos no se conforman con integrar las últimas innovaciones. Intentan también ponerlas a prueba, evaluarlas ante los usuarios y los habitantes ellos mismos. En Barcelona, por ejemplo, el proyecto 22@Urban Lab, pone el barrio de Poble Nou a disposición de las empresas innovadoras para someter a un test en situación efectiva la realización y los usos de tecnologías puntas en fase de pre comercialización. Estas tecnologías interesan a los sectores de los desplazamientos (vehículos eléctricos, sistemas de detección de plazas de aparcamiento) o del medioambiente (sensores que optimizan la colecta de los residuos o sistemas de regadío, farolas equipadas de sensores de presencia, etc.).

Media Tic Building (22@Barcelona).

CONCLUSIÓN

Desde los años 60, sociólogos, economistas e historiadores establecen un vínculo fuerte entre ciudades, conocimientos e innovaciones. Segun Le Goff, las ciudades desempeñaron históricamente un papel “de agente de civilización” (Le Goff, 1977), Jean Rémy compara las ciudades con “incubadoras de productos nuevos ” (Remy, 1966) ; en cuanto a Jane Jacobs, considera la diversidad social de las ciudades como principal fuente de innovación (Jacobs, 1969). El economista François Perroux piensa la ciudad como “una fábrica de ideas nuevas (…) el lugar de contactos frecuentes y densos, entre los espíritus inquietos que dibujan mundos nuevos sin parar” (Perroux, 1967).

Así pues este análisis del substrato urbano como espacio del saber y de la innovación no es nuevo. Nunca ha sido tan actual como estos últimos años, asociado al desarrollo de las estrategias de las ciudades creativas y smart cities. Los distritos tecnológicos, los Terceros Lugares, los barrios creativos así como la innovación, cuestionan los siglos de interpretación de los espacios de saber como los lugares aislados, cerrados y alejados del bullicio de la vida social. El conocimiento del mundo así como la creatividad solo parecían poder producirse por un aislamiento y un repliegue sobre sí, a la imagen de “Démosthène” “que se encerraba en un lugar de donde no pudo ni oír ni mirar, por temor a que sus ojos lo fuercen a pensar en otra cosa ” (Houdart, 2007).
Frente a siglos de historia de lugares protectores de saber del resto del mundo, parece legítimo interrogar la tendencia actual a sobre estimular los contactos, la apertura, las colaboraciones y los intercambios continuos de informaciones entre los trabajadores cognitivos. ¿ Los Terceros Lugares, smart cities así como “la intensificación de la estimulación nerviosa” que estos espacios inducen, realmente son los lugares más en condiciones de suscitar el conocimiento y la innovación? ¿ El desarrollo de la investigación y de la creatividad no necesitaría también lugares de retiro, y “refugios para los creadores científicos, técnicos y estéticos” (Perroux, 1967) ? De manera extraña las bibliotecas son ausentes de las reflexiones sobre la economía y la sociedad del conocimiento ; ¿ no serían, finalmente, los últimos “refugios protectores” para la investigación, y por consiguiente, lugares de saber que deben ser preservados de cualquier veleidad de transformarles en “labs” u otras “bibliotecas numéricas 2.0” ?

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Raphaël Besson

Experto en socio-economía urbana y doctor en urbanismo, Raphaël Besson es director de la Agencia “Villes Innovations” (Madrid, Grenoble). Villes Innovations es una agencia especializada en los temas de la ciudad innovadora y creativa, con un enfoque pluridisciplinario (investigación, consultoría estratégica, conferencias y enseñanza, centro de recursos). Asociado al laboratorio Pacte (Universidad de Grenoble), sus investigaciones se centran en el desarrollo económico de los territorios, los sistemas de innovación abierta y la cuestión de las ciudades innovadoras y creativas. En su trabajo de tesis, ha elaborado la noción de Sistemas Urbanos Cognitivos, a través del estudio de grandes proyectos urbanos localizados en Buenos Aires, Barcelona y Grenoble. Por supuesto, en sus investigaciones, Raphaël Besson es atento a la durabilidad de los modelos de desarrollo local.