Esta dilatación, semejante en mucho a la que experimenta el canal del parto en la mujer para dar vida nueva a una nueva criatura, conlleva un inevitable desgarro interior, que se manifiesta en nuestro frágil ser exterior a modo de una enfermedad. También puede comparse este proceso al que experimentan los niños cuando sus tiernos cuerpos crecen. Los sudores y el dolor les acompañan hasta que estos cesan y puede contemplarse una criatura renovada, purificada y transformada y, hasta cierto punto distinta, aunque en esencia es ella misma.
Las circunstancias de la vida a menudo reúnen elementos suficientes para provocar este desgarro. Lejos de interpretar esos elementos como contrarios a la naturaleza y al bien de la persona, el alma deseosa de Dios verá la ocasión de asirse con más fuerza al Amado y a su voluntad amorosa para con ella, con el fin de dejarse amar por El. No hay propósito más sublime ni más puro que éste en la vida del hombre.
La unidad de alma, mente y cuerpo provoca que el ser entero experimente esta transformación. No cabe duda de que la mente se revelará ante estas circunstancias. Sólo el consciente podrá entender que se trata de una situación buena y aún necesaria para lograr una mayor plenitud amorosa de vida. Pero el inconsciente podría revelarse y podría adquirir protagonismo. Aparecerán sombras del pasado, represiones y otros fantasmas que podrían asustar a la persona. Mas, ánimo, porque esto es bueno y necesario. Sólo centrate en Dios y El te guiará en todo momento hasta una dicha mayor que la que has vivido hasta ahora."JAVIER CH.