Crímenes en plena Guerra Fría: Gorky Park

Publicado el 15 febrero 2010 por 39escalones

Renko (William Hurt) es un oficial de la policía de Moscú con no demasiada buena reputación. Como hijo de un general de prestigio, se esperaba de él que fuera un modelo de conducta comunista y que sirviera a los intereses del partido y del país. Sin embargo, su carácter difícil, su poca adaptabilidad a la disciplina y a las “recomendaciones” de sus superiores y su desencanto con el país en el que vive hacen que permanezca en su comisaría resolviendo casos criminales de poca trascendencia en comparación con las grandes cuestiones políticas y militares del régimen. Con todo, gracias a su olfato como investigador y a su alto porcentaje de casos resueltos se ha convertido en una pieza respetable dentro del organigrama policial de la ciudad, lo cual le permite gestionar sus asuntos con cierta autonomía. Al menos hasta que una mañana aparecen tres cuerpos horriblemente mutilados y desfigurados en el famoso parque Gorky. A la dificultad de las labores de identificación de unos cuerpos que carecen de documentación y a los que se ha librado de aquellos rasgos que la permitirían o acelerarían, hay que añadir la desconcertante aparición de algunos restos de productos químicos y de polvo de oro, y también las súbitas y repentinas dificultades burocráticas que se derivan de la presencia de altos jerarcas del KGB, con los que Renko mantuvo rencillas pasadas, durante la inspección ocular que realizan los policías del lugar donde se encuentran los cuerpos. Renko comienza a percibir que hay algo importante, relacionado con aspectos políticos incluso internacionales, tras la brutal muerte de tres individuos que él sospecha extranjeros, occidentales para más inri, y que altos mandos de la policía y el servicio secreto soviéticos pretenden ocultar. En su investigación cuenta, sin embargo, con el respaldo del oficial superior (Ian Bannen), gracias al cual conoce a un americano (Lee Marvin) que le puede abrir las puertas del ambiente en el que parecían moverse los asesinados, en el que destaca la presencia de una joven estudiante amiga de ellos (Joanna Pacula).

El director de cine y televisión Michael Apted (Gorilas en la niebla, Acción judicial, Nell, Al cruzar el límite o El mundo nunca es suficiente) adaptó en 1983 la novela de Martin Cruz Smith, un best-seller con una mezcla de intriga, amor y espionaje en plena Guerra Fría, para ofrecernos la que, probablemente, es la mejor película de una carrera por otra parte no muy destacable. La película, quizá algo pasada de minutaje (poco más de dos horas) se abre con el acertado planteamiento del enigma policial y un adecuado manejo de los tiempos narrativos y del suspense, tanto en la presentación de los hechos como en la caracterización de personajes y el establecimiento de situaciones. Aunque en algunos aspectos de la trama los avances investigadores estén un tanto cogidos por los pelos (la recreación facial de los asesinados en moldes escultóricos a partir de los escasos restos en buen estado), los distintos elementos que van añadiéndose para tejer la enrevesada red de confusiones, equívocos, engaños y corruptelas en la que Renko va internándose, permiten disfrutar de una intriga interesante y, para el espectador occidental de los ochenta, habituado a imaginar lo que ocurría tras el telón de acero pero casi siempre sin verlo, incluso “exótica”.

En ese sentido, la recreación en Finlandia de los escenarios moscovitas resulta de lo más acertada, tanto a nivel de puesta en escena (uniformes, decoración de oficinas, despachos y hogares, vehículos utilizados, etc.) como de las localizaciones urbanas escogidas para el rodaje (con el punto a favor de la pertenencia de Finlandia a Rusia hasta 1918, razón por la que zonas enteras de Helsinki guardan estrechas similitudes arquitectónicas y espaciales con las ciudades rusas) y permite al espectador occidental, hecho responsable en buena parte del éxito de novela y película en los ochenta, adentrarse tras el otro lado de la Guerra Fría y vivir una intriga criminal con tintes políticos como las que llevaban toda la vida ambientándose en los países occidentales, pero con notas propias y diferenciales: el Estado totalitario, la existencia de una organización de espionaje fuertemente militarizada como el KGB y, por un lado, las carencias económicas y de desarrollo estructural de una sociedad a la vez antigua y moderna como la rusa, y por otro, el estado generalizado de corrupción en un sistema deteriorado e insostenible. A ello contribuye la elección del reparto, un Hurt tan hierático como de costumbre, un Lee Marvin siempre carismático, de una presencia poderosísima aun en su penúltima película, y un Dennehy tan eficiente como acostumbra, si bien el personaje de Joanna Pacula sea la excepción por el poco carisma de la actriz, su ausencia de carnalidad, y las debilidades de su escritura en el guión.

Con todo, el intrincado puzzle narrativo al que se añade la presencia de un americano que investiga por su cuenta (Brian Dennehy), policía de Nueva York, y que se alía con Renko para la resolución del caso (en claro simbolismo de la idea de entendimiento entre los pueblos frente a los comportamientos arbitrarios y totalitarios de los gobiernos, el aspecto políticamente más explícito y también, por desgracia, más torpemente mostrado de la película), pierde algo de fuelle en la segunda parte a medida que lo sucedido va relacionándose con el tráfico ilegal de arte sacro ortodoxo y se introducen las píldoras de romance y sexo que ligan el triángulo amoroso entre la joven estudiante, Renko y el magnate americano que interpreta Lee Marvin, para desembocar en un final convencional de persecuciones y tiroteos por la nieve que en poco hacen justicia al muy superior planteamiento de la trama y al interesante desarrollo de su primera mitad.