Crónica de la II Ciclomarcha Carlos Sastre

Por Alejandro

El 8 de agosto de 2010 teníamos una cita ineludible en El Barraco. La Fundación Provincial Deportiva Víctor Sastre organizaba la II Ciclomarcha Carlos Sastre. Un total de 122 kilómetros, con los puertos de Navalacruz, Barajas y San Juan de la Nava. Aproximadamente 2.000 kilómetros de desnivel acumulado, poco llano y unas bajadas para disfrutar. Como la cita era ineludible para allá nos fuimos.
La víspera del evento
La Ciclomarcha comienza el día antes. Es costumbre acercarse a recoger el dorsal, conocer las instalaciones y el lugar desde donde se va a dar la salida y llevarse algún recuerdo que la organización nos tiene preparado. A Barraco suele llegarse desde Ávila, atravesando el puerto de la Paramera, y desde el cruce con la carretera de Navalmoral ya nos encontrábamos con las flechas que indicaban por dónde discurría el último kilómetro y medio de la marcha, así que era difícil perderse. Siguiéndolas llegabas al Polideportivo donde se podía aparcar sin problemas. Todo estaba muy bien organizado, recibíamos un maillot conmemorativo de la Ciclomarcha que nos animaban a que portásemos al día siguiente (muchos preferimos guardar para otra ocasión y llevar nuestra ropa de todos los días), una caja de productos Zipvit con bidón incluido, el dorsal y el chip que teníamos que colocar en la bici. Los que teníamos dorsal por debajo de 76, además, recibimos un maravilloso teléfono móvil de esos que ya no quedan y que sólo sirven para llamar y recibir SMS. No nos dieron bolsa para guardarlo todo, pero uno se apañaba bastante bien con la que traía el maillot.
Además había juegos para los más pequeños, unas cuantas bicis Cervélo incluida la que utilizó Carlos en la última etapa del Tour, un stand de calzado deportivo, otro con piezas Rotor, otro con camisetas y sudaderas de recuerdo de las etapas que Carlos ganó en Tour y Giro, tazas y un trofeo. También estaba la gente de Smilekers con las equipaciones originales del equipo ciclista Cervélo, el casco, las gafas, etc.
La atracción de la tarde fue, como no puede ser de otra forma, la visita de Carlos. Nos aguantó pidiéndole que le firmásemos de todo: Los posters, el tríptico del recorrido, las camisetas, los maillots... Lo hizo por todas partes, y sobre todo en una oficina improvisada con una mesa y una silla en el pórtico de entrada del pabellón utilizando el rotulador que nosotros habíamos comprado para escribir en la ropa y que no se nos borrasen las firmas como el año pasado. Teníamos planeado traérnoslo para casa y presumir delante de las amistades "Este fue el rotulador que utilizó Carlos Sastre en la II Ciclomarcha" pero no se nos logró...
El día D
Mil inscritos... mil bicis, o casi. Adelanto que terminamos algo más de novecientos veinte. Ya media hora antes se veía a algunos con el dorsal puesto y pedaleando por allí, calentando motores para la que se avecinaba. Serían de esos que luego sacaron la media de treinta y seis y pico, supongo. A las nueve menos veinte ya había un montón de corredores preparados para salir, con los nervios a flor de piel. Los que llegamos más tarde estábamos bastante más relajados, conscientes de que eso de los treinta y seis y pico no iba con nosotros. Esperamos hasta que llegó Carlos que también este año se hizo un poco de rogar y arrancamos. Los chips se activaron a la salida de Barraco, y que yo sepa no hubo que lamentar incidentes importantes de inicio, nadie estaba dispuesto a romper el carbono gratuitamente.
La salida es rápida y el camino hasta el primer pueblo, San Juan de la Nava, pica un poco hacia arriba, lo que es una gran ventaja cuando uno vuelve por aquello de que pica para abajo. Una de las imágenes más bonitas de la ciclomarcha es aquella que se tiene cuando ves San Juan de la Nava allí arriba, la carretera que gira a la izquierda, tú estás a un kilómetro o más y ya no ves el coche que indica el principio de la marcha. ¡A qué velocidad salen estos tipos! Este año me permití el lujo de mirar hacia atrás y no se veía el coche escoba. Debía ir hacia la mitad...
Cuando pasamos por Navalmoral Alejandro estaba allí viéndonos pasar. Luego me contó que estaba mareado de ver tantísimo ciclista. Ya se había visto algún pinchazo y alguna caída y uno pensaba aquello de "Virgencita, virgencita, que a mí no me pase". En San Juan del Molinillo me sentí como Andy Schleck, no por las piernas, sino porque se me salió la cadena del plato y tuve que pararme a colocarla.
Navalacruz
No, allí no estaban ni Iker ni Sara, o al menos no los vimos. Hasta el comienzo de la ascensión a Navalacruz el recorrido es bastante asequible. El puerto es suave al principio y se va endureciendo poco a poco, hasta los dos últimos kilómetros que resultan incómodos. Claro que, con treinta kilómetros encima, uno todavía tiene piernas para ello. En el tramo más duro fui hablando un poquillo con Víctor Sastre que marchaba en un coche de la organización y me contó que había quien les pedía más dureza. Para mí la marcha está bien como está, asequible para casi todos los públicos, y doy fe de que pasa factura al final. ¡Y vaya factura!
La bajada es de las de dar pedales y puede costar acostumbrarse al cambio de mover un desarrollo de 34-21 a 50-13. Es un buen momento para comer, beber y aflojar un poco las piernas. En el kilómetro 40 estaba el avituallamiento, donde se podía beber agua y coca-cola (ya dejé constancia de que faltaba bebida isotónica) y comer fruta. Me metí una botella de agua y un bote de coca-cola en el bolsillo del maillot y seguí mi camino hacia Barajas.
Barajas
Barajas es otra cosa. Un puerto de 5,6 kilómetros, con un desnivel medio del 6,6% y con tramos llanos o incluso que pican para abajo, lo que puede servir como indicador de cómo son los que pican para arriba. Además se sube casi en solitario, a esas alturas los de las medias de veintitantos ya vamos desperdigados y te va comiendo la moral. Algunas rampas eran de atragantarse, pero se salva con un 34-23 sin problemas, haciendo la mayor parte de la ascensión con 34-21. La bajada es mucho más pendiente que la de Navalacruz, y en ella te encontrabas con un bache traidor en el que agradecí la amortiguación que produce el poquito carbono que tiene mi bici. Las curvas peligrosas estaban bien señalizadas y al final había un tramo de tierra del que se nos avisaba y en el que un motorista de la organización nos hacía indicaciones. Le hablé del bache y me dijo que no lo habían visto.
La tierra "de nadie"
Tras el paso por Barajas, y hasta San Juan de la Nava, no había más puertos. 55 kilómetros de terreno quebrado, con repechos que ya iban siendo molestos por la distancia, y tramos de bajada en los que se superaban los 60 kilómetros por hora sin dificultad. En el kilómetro 80 estaba el segundo avituallamiento, donde ya disfrutábamos de bebida isotónica, agua, y fruta para comer. Desde allí hasta Navaluenga había una preciosa bajada camino de Burgohondo, en la que uno disfrutaba lanzando la bici y frenando en unas curvas por las que hay que pasar al menos una vez en la vida. Y en Navaluenga empezaba el infierno...
San Juan de la Nava
Un puerto sencillo, suave, aparentemente sin complicaciones, con un desnivel medio del 4,4% en algo más de 8 kilómetros. Hasta entonces la mañana había estado deliciosa, con poco calor, el cielo nublado, haciéndonos olvidar las amenazas de calor casi extremo que habían lanzado los hombres del tiempo. Pero cuando a la una menos cuarto de la tarde pasábamos por Navaluenga los de los 27 de media, más que negros nubarrones lo que empezó a amenazarnos fue un sol de justicia. Los 3 últimos kilómetros de San Juan de la Nava se hicieron eternos, con un calor que me hizo sudar tan copiosamente que asustaba, sin que corriera ni un poquitín de viento que hiciera que ese sudor se evaporase, y las pequeñas rampas de San Juan de la Nava parecían la Cueña les Cabres. Esos tres últimos kilómetros se hicieron larguísimos, los dos últimos inacabables, el último eterno, y si no hubiera sido por el ciclista con la equipación de Ciclismo a Fondo que me animó mientras hacía una foto no sé si no me habría bajado. ¡En un puerto tan fácil!
Salvé San Juan de la Nava, que el año pasado definí como un puerto para disfrutar, con muchísimo sufrimiento y un poco de miedo a un golpe de calor porque aquello no me parecía normal. Cuando llegué arriba pensé que ya sólo me quedaba la ascensión al polideportivo. Se habían acabado las cuestas, y ya sólo tenía que dejarme llevar. Eso fue lo que hice hasta que llegué a meta, donde en cuanto oí pitar al chip me bajé, le pasé la bici a Alejandro y casi prometo no volver a montar nunca más en mi vida (cosas que se dicen sólo en esos momentos).
Después...
Una sed horrible, pero allí había agua, toda la que quisiéramos. Un hambre horrible, pero había un montón de bocadillitos de jamón, tanto para nosotros como para nuestros acompañantes lo que siempre es de agradecer. Era fácil devolver el chip y recuperar en efectivo los 10 euros que habíamos pagado con tarjeta, el acceso a las duchas y servicios estaba bien señalizado, y aunque el agua estaba fría os aseguro que se agradecía al meterse bajo el grifo. Por cierto, un tirón de orejas para la señora que se nos metió en el vestuario masculino "con tól morro" y que seguro que no tenía nada que ver con la organización, iría a presenciar el especta-culo.
A muchos se nos solapó la comida con el sorteo, así que no sé si me tocaría algo porque me perdí la mitad y en la otra parte no me cayó nada. La carpa era pequeña para tanto comensal y la cola que se formó a eso de las tres de la tarde era larga, más si tenemos en cuenta que ya habíamos tenido suficiente sol en la ascensión a San Juan de la Nava. Confieso que me bebí tres cervezas y dos botellas de agua mientras comía. Por cierto, el trabajo de los cocineros, genial. Los macarrones, la carne, el melón, todo estaba buenísimo.
Y al final...
Pues volver a casa y esperar a que llegue el próximo año y nos toca el cuadro Cervélo. Quiero, sobre todo, agradecer a la organización, especialmente a Víctor, a Jesús y por supuesto a Carlos, cómo se desvivieron para darnos una espléndida mañana de ciclismo, de ese que está al alcance de casi todos los públicos, en el que quienes nos atrancamos subiendo San Juan de la Nava tras ciento quince kilómetros nos sentimos casi como si fuésemos unos héroes.
La Ciclomarcha, afortunadamente, es otro mundo, cicloturismo en estado puro. Si quieres correr corres, si quieres ir despacio puedes disfrutar del paisaje, la gente de la organización siempre está disponible, te tratan con una amabilidad exquisita, y el entorno merece la pena. Seguramente Carlos y la Fundación nos han marcado el camino que debería seguir el ciclismo en el futuro, entendido como un deporte para todos los públicos, en el que lo importante no sea regar de sangre la carretera ni dejar destrozados a los rivales o bajar a tumba abierta para que los demás se queden muertos de miedo. El ciclismo que casi todos podemos practicar, ese en el que no hay que llevar bicis de seis mil euros y en el que no importa llevar los bolsillos del maillot ocupados ni tapones en las válvulas de las ruedas, es el que da de comer a la industria de la bicicleta. Por supuesto que el deporte-espectáculo tendrá que seguir y que seguiremos necesitando ver las grandes batallas entre esos superhombres capaces de correr el Tour, pero ojalá sigamos reivindicando la bici como medio de disfrute. ¡Larga vida al ciclismo pacífico!