Crónica de noches improbables

Por Felipe Santos

Photo by Raymond Depardon

Todo ocurrió en dos noches. Así de simple. En una se construyó y en otra se tumbó. Entremedias, veintinueve años de tensiones que separaron familias y se cobraron vidas humanas. A veces la historia nos enseña que hechos aparentemente inocuos, pergeñados en unas pocas horas, acaban condicionando la vida de un país durante décadas. Esa es, sin duda, la historia del Muro de Berlín.

Dos noches detonadas por dos ruedas de prensa, que venían precedidas de un ambiente donde nadie era capaz de predecir lo que iba a ocurrir, pero que sus efectos fueron visibles en pocas horas. La primera de ellas se produjo dos meses antes de la noche en que se levantó el Muro. El 15 de junio de 1961, el máximo dirigente de la RDA, Walter Ulbricht, habló de la construcción de un muro sin que nadie le hubiera hecho una pregunta directa. Nadie se percató en aquel momento. Sólo algún periodista avispado acabó dándole vueltas a aquella enigmática referencia, pero lo añadió al cúmulo de sospechas que alimentaban la posibilidad de que algo gordo iba a ocurrir. Un muro parecía una empresa completamente descabellada. Tan sólo cuando aquella mañana del 13 de agosto fueron hasta la Puerta de Brandemburgo y vieron los primeros trabajos para cimentarlo, por fin ataron cabos. Los servicios de inteligencia no anduvieron más finos. Los norteamericanos pudieron anticipar un cierre de fronteras, pero nunca en pleno mes de agosto. Su apuesta era que las medidas de presión se anunciarían con motivo del siguiente Congreso del PCUS.

La segunda rueda de prensa fue la que, a las seis de la tarde, dio el jefe de prensa del Comité Central del partido, Günther Schabowski. Figuraba como último orden del día las nuevas normas para viajar al extranjero que había aprobado el Consejo de Ministros. Pero la confusión que arrojó la lectura de un comunicado, redactado con los confusos formulismos habituales, terminó por dinamitar una situación que iba ya por su tercera década. El comunicado que leyó el funcionario de Alemania Oriental hablaba de que esas normas, que posibilitaban “a todos los ciudadanos de la RDA abandonar el país a través de los pasos fronterizos de la RDA”, tenían “aplicación inmediata”, aún cuando la orden se iba a cursar al día siguiente, diez de noviembre. La presión de los berlineses orientales, espoleados por la interpretación de los medios occidentales de lo que aquel día dijo Schabowski, incapacitaron a las autoridades para intervenir, a pesar de que el Ejército se encontraba en alerta máxima. El resto fue la noche de fiesta más larga de la historia de Berlín.

El historiador británico Frederik Taylor, especialista en Historia de Alemania, cuenta en su libro sobre el Muro de Berlín una crónica detallada e intensa de aquellos días y de los años que transcurrieron entremedias. Junto con la nueva documentación procedente de los archivos de la antigua URSS y la RDA, compone un fresco que nos muestra la evolución de los acontecimientos desde los centros de decisión oriental y occidental.

El relato comienza desde los comienzos de la ciudad, en una introducción necesaria que ocupa casi un cuarto del libro. Un capítulo esencial para conocer los hechos que se sucederán a partir de mayo de 1945, cuando capitula la ciudad. Así, nos encontramos con un Berlín que, en sus comienzos, fue dos ciudades diferentes: Berlín y Cölln, que tenían la particularidad de estar asentadas sobre unos territorios arenosos, hasta su fusión en 1307. La dinastía de los Hohenzollern gobernaría la ciudad y sus alrededores durante quinientos años.

Berlín fue siempre una ciudad de inmigrantes, de refugiados. La historia desde el fin de la Guerra Mundial no cambiaría. Una ciudad de desplazados, donde además se ha dado la circunstancia de que sus máximos dirigentes en aquellos años cruciales procedían de otro lugar, como ocurrió con Ulbricht, Brandt y Honecker. Han pasado veinte años desde aquel 9 de noviembre donde la confusión burocrática y el aliento de los berlineses orientales terminaron por derribar el Muro. El camino de la reunificación sigue siendo largo, pero ya pueden vislumbrarse numerosos cambios. La capitalidad de Alemania ha vuelto a Berlín y la cancillería la ocupa por primera vez una mujer, que además procede de la antigua Alemania Oriental: Angela Merkel.

Taylor recuerda entre sus citas de apertura una que recuerda ese vínculo tenue entre aquellas dos noches en que se levantó y tiró un muro. Aquella última, en un bar de Berlín Oriental, un cliente anónimo se acodó en la barra y espetó a quien quisiera escucharle: “Así que (…) construyeron el muro para impedir que la gente se marchara, y ahora lo derriban para impedir que la gente se marche. Ya me dirás si es lógico”.

El muro de Berlín, de Frederik Taylor. RBA, Barcelona, 2009. 555 páginas. 28€

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Artículo publicado en Actualidad Económica, 20.11.2009

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