Crónicas Afganas: El opio del pueblo

Por Antoniopampliega

Desde Kabul.

“Con los talibán esto no pasaba. Ahora los jóvenes no tienen esperanza en el futuro y tiran su vida…”, comenta Naqeebullah hijo de un adinerado médico de Kabul y que afirma que acude a lo que fue el corazón de la capital afgana para ayudar a los jóvenes a salir del infierno de la droga. “Yo estoy totalmente rehabilitado”, afirma pero las ojeras, los ojos inyectados en sangre y la ansiedad al hablar le delatan. Naqeebullah, como cientos de jóvenes, ha acudido en busca de su dosis de heroína para sobrellevar el mono.

Detrás de Eidgah, la principal mezquita del Kabul, y entre las ruinas que dejaron los Señores de la Guerra después de cinco años de interminable guerra las nuevas generaciones acuden en masa a comprar cigarrillos de opio y unos gramos de heroína que fuman- o se inyectan- allí mismo. Resguardados de los ojos curiosos del resto de la población y cobijados entre sus iguales se tumban al sol para adormilarse. Así pasan el día los drogadictos del principal productor de opio del mundo y Público estuvo con ellos.

“Venimos aquí porque no queremos que nadie sepa lo que somos. Es una deshonra para nuestras familias… No tenemos trabajo, no tenemos planes de futuro, no tenemos vida. Sólo nos tenemos los unos a los otros. Algunos podemos ir a dormir a casa pero la inmensa mayoría pasa aquí la noche. Cuando necesitamos dinero nos vemos obligados a robar. Somos malos musulmanes por no cumplir con los preceptos del Islam; pero nadie nos quiere ayudar a salir de este infierno. Muchos de nosotros estamos condenados a morir aquí” afirma Baghe Ali Mardan un joven que no tiene ningún problema en mostrarnos como se consume la droga en Afganistán.

Se levanta el ennegrecido calcetín de dónde saca un pequeño ‘saquito’ bien atado con una goma elástica. Lo abre con delicadeza, como si fuera un padre primerizo que tiene entre sus brazos a su hijo recién nacido. Del bolsillo saca un pedazo de papel plateado y una cajetilla de tabaco. Coloca la heroína sobre el papel y prepara un cigarrillo, un tubo hueco y un mechero. Las manos le tiemblan. El ansia puede con él. Respira hondo. Con la mano derecha sujeta un cigarrillo entre los dedos y con la derecha el pedazo de papel mientras con la otra enciende el mechero y lo coloca bajo el papel…

La llama calienta la droga que se va derritiendo poco a poco hasta convertirse en una gotita que se desliza de derecha a izquierda mientras Mardan, con el tubo hueco entre los labios, aspira el humo que se desprende de ella. A ratos da una calada al cigarrillo- hecho con opio… Así puede pasarse un par de horas. Luego, se recuesta sobre el suelo, se coloca una chaqueta en la cara y se duerme profundamente. Mientras el aspira el néctar de la adormidera a su lado tres compañeros dormitan. O eso creo. “Todos los días muere alguno de nosotros. Nos echamos a dormir y no sabemos si volveremos a despertar”, comenta un adicto al opio que ha acudido con un poco de dinero a ver que puede comprar para quitarse la ansiedad.

Cerca, muy cerca un policía- de uniforme y con la pistola aferrada al cinturón- hace su ronda. Va dando patadas en los pies a los que ve tumbados para despertarlos o a los que están consumiendo les tiende la mano pidiendo un soborno para no llevarlos a comisaria. “Los policías son los primeros que vienen aquí en busca de droga. Nos roban a nosotros para poder obtener su dosis. Son peores que nosotros”, afirma Naqeebullah en perfecto inglés. Se educó en una universidad de Nueva Delhi pero acabó metido hasta las cejas en el mundo de las drogas… “Tonterías de juventud”, comenta mientras me va mostrando cómo otros ‘compañeros’ consumen la mercancía.

Los precios oscilan entre los ocho céntimos de euro por un cigarrillo de opio y el euro y medio de un gramo de heroína y el papel plateado. Los camellos- que también la consumen- se muestran muy reticentes a hablar con nosotros pero un par de billetes de diez dólares les sueltan la lengua. “Nosotros no hacemos mal a nadie. Vendemos una mercancía porque otros la demandan. Unos venden lavadoras o teléfonos móviles; nosotros vendemos opio”, afirma Abdul.

Los drogadictos- cómo en todas las sociedades- son los marginados; no hay nadie que quiera hacerse cargo de ellos y las familias les suelen repudiar. Curioso que muchos de ellos pidan la vuelta de los talibán para que la droga desaparezca de las calles para dejar de consumir…