Crónicas Afganas: Los ojos de la guerra

Por Antoniopampliega

Desde Kabul.

Grandes, pequeños, ovalados, rasgados… Almendrados como la tierra del desierto, azulados como el cielo que cubre la tierra, verdes como el trigo que crece en el valle de Bamiyán… Pastunes, hazaras, uzbekos, tayikos… Da igual la etnia, su color o su forma. Sus ojos son testigos del horror de la guerra pero su sonrisa nos devuelve- a los que cubrimos las zonas de conflicto- esa humanidad que hemos perdido después de ver las atrocidades que somos capaces de cometer los adultos.

Todos, sin excepción, tienen un brillo que los hace especiales. Únicos. Una vitalidad que contrasta con el país. Una chispa que hace décadas se perdió por estos lares. Quería que la última entrada de este blog estuviese dedicada a los más desfavorecidos por las guerras. Los que más las sufren. Ellos. Los niños de la guerra.

Un simple vistazo. Unas pocas horas. Sirven para darse cuenta de que estos niños están hechos de una pasta especial. Desde el quicio de una puerta, ocultos tras el burka añil de su madre, entre la rendija de los dedos de una de sus pequeñas manos… sus ojos tienen una vitalidad incomparable. Siempre dispuestos para observar al extranjero. Esos ojos que son capaces de acaparar la fuerza de todas las miradas del mundo. Esos ojos que abren portadas y que llenan periódicos. Sus ojos. Los ojos de los niños afganos. Unos ojos que vierten una alegría que choca con tanta destrucción y tanto sin sentido.

Esa vitalidad y esa alegría son contagiosas. Son ellos, los niños, los que ayudan a que el día acabe con un pequeño guiño. Con una gotita de esperanza en un mar donde reina la incertidumbre por los años venideros. Una sonrisa rasga sus labios. Sonrisa que devolvemos con gusto… Detrás de esos ojos se esconden historias sobre la guerra. Imágenes que jamás conseguirán borrar de su mente y que les acompañarán el resto de su vida. Esos ojos, a pesar de todo, siguen teniendo un brillo especial. Ese brillo que sólo se encuentra en los lugares más tristes del mundo. Ese brillo es Afganistán y, en mi corazón, me llevo un poquito de este país… ¡Hasta la próxima!