El tiempo le ha horadado el rostro mientras la vida le ha cuarteado la tez tiznándola del color de la tierra. Sus manos. Las manos de un campesino, cubiertas de callosidades, permanecen entrelazadas en su regazo. La espesa y enmarañada barba empieza a tornarse en color ceniza. Todo un lujo en un país como Afganistán donde la esperanza media de vida ronda los 44 años (según UNICEF). Sus ojos. Sus profundos y sabios ojos almendrados miran por la ventanilla del helicóptero. Está. Pero sin estar. Está. Pero no quisiera estar…
Sus ojos miran al infinito. Miran al desierto que inunda el mundo. Su mundo. Foto: A. Pampliega
A sus pies, su nieto. Permanece inmóvil. Intubado y en coma profundo desde que un IED le dejó en ese estado hace varios días cuando jugaba con otros niños. Una terrible explosión le destrozó la vida. El anciano mira su país desde el cielo. El sol ha comenzado a ponerse en la provincia de Kandahar. Un sol que lo tiñe todo de rojos y anaranjados. El anciano no reacciona. No se mueve… Vive pero sin vivir. A sus pies el horror. Un horror que no concibe. Que no logra comprender. Que se le escapa…
Evita mirar hacia el suelo. Sabe lo que allí le espera. Lo que se va a encontrar. Prefiere entrelazar los dedos de las manos. Cerrar los ojos y suspirar. No quiere buscar con la mirada el cuerpo inerte de su pequeño al que una máquina le mueve los pulmones y le aferra a este mundo. Ese anciano mira para otro lado. La realidad es demasiado dura para mirarla fijamente a los ojos. Una realidad que en Afganistán se mide por el número de muertos…
Unos muertos que en su mayoría suelen tener rostro de niño. Ellos son los más indefensos. Los que sufren las consecuencias. Sus cuerpos inertes en las camillas. Sus cuerpecitos manchados de sangre o destrozados por la enajenación de unos adultos más preocupados por ellos mismos que de mirar por el futuro de este país. Según un informe presentado por Naciones Unidas, el número de niños asesinados o heridos alcanzó el 55% en el primer semestre de 2010 respecto del mismo periodo del año anterior: 176 menores murieron y 389 resultaron heridos. Un desastre…
Su nieto permanece intubado y en coma profundo mientras un sanitario del equipo de Medevac de ISAF vigila sus constantes. El anciano prefiero mirar hacia otro lado. La realidad es demasiado dolorosa. Foto: A. Pampliega
Cuando la realidad es así de dura; mirar hacia otro lado se convierte en una necesidad. En la única salida para escapar de este sin sentido. Ahora, desde la distancia, entiendo a aquel anciano. Sentado. Con el rostro desconsolado. La mirada perdida y los ojos glaucos. Unos ojos que miraban al infinito. Un infinito que se dibuja en las dunas del desierto afgano…