Desde Marjah.
Una gran bola de fuego que surge desde el horizonte empieza a verter luz sobre Afganistán. Los tímidos rayos iluminan los cercanos campos donde se cultiva la adormidera- de aquí se extrae el 40% del opio que se consume en todo el mundo. El sol recorta las figuras de los marines de la compañía Alpha que amparados en los espectros nocturnos han tomado posiciones en un pequeño pueblecito a escasos tres kilómetros de la ciudad de Marjah. Inteligencia a informado que existe presencia talibán en varias de estas casas su misión es detenerlos para sacarles toda la información posible.
Una treintena de marines, a las órdenes del veterano capitán Havens, se encuentran parapetados contra los frágiles muros de adobe. Los vehículos pesados han tomado las principales vías de huida mientras que los francotiradores se han posicionado en el tejado de las casas cercanas para repeler algún posible ataque y dar cobertura a sus compañeros. Llegó el momento. El capitán coge el auricular de la radio y da la orden. La operación comienza… Los marines toman rápidamente posiciones en la casa y con una patada en la puerta entran en la vivienda. Se escuchan gritos seguidos de lloros pero ningún disparo. Son segundos de incertidumbre…
A los pocos minutos dos fornidos marines sacan en volandas de la casa a un asustado hombre que les suplica en dari. Lo colocan en el suelo mientras un tercer marine le apunta a la cabeza con un M4. Le ponen las esposas para inmovilizarlo mientras varios soldados continúan en la casa buscando armas o explosivos con los que fabrican los IED’s. Las lágrimas caen por las mejillas del hombre mientras intenta explicarles- sin éxito- que no es un talibán. Los lloros no surten efecto, los soldados miran con indiferencia al detenido que arrodillado y maniatado parece más frágil todavía.
El alboroto ha despertado a los vecinos de este pequeño pueblecito perdido en mitad de la nada. Ojos curiosos observan a través de las ventanas lo que ocurre en el exterior. Los más atrevidos se aventuran a salir de sus casas pero rápidamente los marines los disuaden para que se queden dentro y no salgan. Un mal movimiento interpretado como una amenaza les puede costar la vida; por lo que la inmensa mayoría deciden meterse en sus casas.
A los diez minutos sale del exterior de la casa el sargento Stevens y tras una breve con el capitán Havens este se acerca al afgano que sigo llorando desconsoladamente. “Sentimos mucho este mal entendido. Habíamos recibido informes que ubicaban varios insurgentes en su domicilio”, se explica Havens mientras un traductor transmite sus disculpas al granjero que mira perplejo al marine sin entender nada.
“Son fallos que debemos evitar a toda costa. Estamos aquí para ganarnos el apoyo de la población civil y así lo único que conseguimos es enemistarnos con ellos y que apoyen a los talibán”, comenta el capitán mientras explica al temeroso granjero los procedimientos que debe realizar para que el gobierno afgano le pague los desperfectos ocasionados en su casa por los soldados norteamericanos. El granjero deberá presentar una solicitud por escrito ante el gobernador del distrito… Curioso, sobre todo cuando la mayoría de los habitantes de Marjah no saben escribir su nombre.