Se debe hacer notar y subrayar que los esfuerzos de conservación global se requieren y se requerirán con respecto a todos los recursos naturales (no solo con los recursos energéticos).
Los suministros de la Tierra de vetas de alta calidad son limitados, y la escasez de un amplio abanico de minerales, incluyendo el fósforo, el coltán y el zinc se está ya produciendo o se espera en el curso de las próximas décadas si siguen los modelos de consumo. La deforestación, la pérdida de suelo debida a la erosión y el (en muchos casos) catastrófico e irreversible declive de las especies pesqueras en los océanos son también serios problemas que posiblemente socavarán la actividad económica y el bienestar humano en los años por venir. Por tanto, todas las suposiciones estándar que circulan sobre el futuro de la sociedad industrial están claramente abiertas a la duda.
La adaptación social a los límites de los recursos inevitablemente plantea la cuestión de la población. Cuando la población crece pero la economía sigue con el mismo tamaño, hay menos bienes económicos por persona. Si las constricciones energéticas y materiales imponen efectivamente un tapón al crecimiento económico la única forma de evitar la disminución continua en el acceso per cápita a los bienes económicos es limitar la población, por ejemplo, proporcionando incentivos económicos para las pequeñas familias en lugar de para las grandes (Nota : en los Estados Unidos las familias con más miembros se ven ahora recompensadas con menores impuestos), así como un acceso fácil a los métodos de control de la natalidad y el apoyo a las mujeres pobres para que obtengan niveles más altos de educación. Los políticos deben empezar a ver la disminución de la población como un objetivo, en lugar de como un impedimento al crecimiento económico.
En su libro Energía en la encrucijada, Vaclav Smil muestra la relación entre el consumo de energía per cápita y diversos índices de bienestar. Los datos parecen mostrar que el bienestar requiere al menos entre 50 y 70 GJ (Gigajulios) per cápita por año. A medida que el consumo por encima de este nivel se extiende ligeramente, también se extiende un sentido de bienestar, pero solamente hasta alrededor de 100 GJ per cápita, un “margen de seguridad” como si dijéramos. Es destacable, sin embargo, que por encima y más allá de este nivel de consumo, no hay aumento en la sensación de bienestar. De hecho cuanto más consumistas y ricos nos volvemos, menos contentos y satisfechos parecemos estar. Uno se pregunta si el esfuerzo necesario para extender la riqueza material y el consumo lleva incorporado las insatisfacciones en forma de pérdida de tiempo libre, presiones diarias añadidas, contacto familiar reducido, compromiso con la naturaleza y placeres personales. El consumo de energía de Norte América actualmente es de alrededor de 325 GJ por año. Usando estos indicadores como objetivos, y con una noción general de la cantidad total de energía que habría disponible a partir de las fuentes de energía renovables, debería ser posible establecer un objetivo para un tamaño de población y unos niveles de consumo que equilibrarían estos factores.
La conservación de la energía puede tomar dos formas fundamentales: restricciones y eficiencia. Restricción describe situaciones en las que los usos de energía simplemente se cortan (por ejemplo, podemos apagar las luces en las habitaciones cuando salimos de ellas). Eficiencia describe situaciones en las que se usa menos energía para producir un beneficio equivalente (un ejemplo relacionado sería el reemplazo de bombillas incandescentes con fluorescentes compactos o leds). Normalmente se prefiere la eficiencia, puesto que poca gente quiere abandonar beneficios tangibles, pero las ganancias en eficiencia están sujetas a la ley de rendimientos decrecientes (el primer diez por ciento de ganancia puede ser fácil y barato, el siguiente diez por ciento será algo más costoso, etc.) y hay siempre límites máximos a las posibles ganancias de eficiencia (es imposible alumbrar los hogares por la noche o transportar bienes con cero gasto de energía). Sin embargo, se podría conseguir mucho a corto plazo en eficiencia energética en todos los sectores de la economía. Las restricciones de uso es la solución más rápida y más barata a los problemas de suministro de energía. Dada la realidad de que el compromiso proactivo con la inevitable transición energética se ha retrasado demasiado, casi con toda seguridad tendrán que producirse restricciones (más que la eficiencia o el reemplazo con fuentes alternativas), especialmente en las naciones ricas. Pero incluso reconociendo esto, un esfuerzo proactivo será crucial porque una restricción planificada y gestionada llevará a una disrupción social mucho menor que con restricciones ad hoc, no planificadas, en forma de apagones eléctricos y crisis de combustible. La transición a una economía de estado estacionario requerirá una revisión de las teorías económicas y un rediseño de los sistemas financieros y monetarios
Estos esfuerzos casi con toda seguridad serán necesarios en cualquier caso si el mundo se recupera de la actual crisis económica. Una planificación realista del descenso de energía debe empezar en todos los niveles de la sociedad. Debemos identificar los bienes económicos esenciales (incluyendo obviamente alimentación, agua, cobijo, educación y sanidad) y desacoplarlos del consumo discrecional que se ha promovido en las últimas décadas simplemente para alimentar el crecimiento económico.
Las negociaciones de las Naciones Unidas sobre el cambio climático que han llevado hasta la cumbre del cima de Copenhague en diciembre de 2009, han presentado una oportunidad para que el mundo considere la centralidad de la conservación de la energía en el recorte de los gases de efecto invernadero, aunque esto apenas forme parte de la agenda oficial del clima de la ONU. Buena parte de la discusión política actual se centra de forma errónea en la expansión de las fuentes de energía renovables, con poca o ninguna consideración a sus límites ecológicos, económicos y prácticos. La eficiencia energética está recibiendo una atención creciente, pero debe ser vista como parte de una agenda de conservación clara dedicada a reducir la demanda global de energía.
Sorprendentemente, un reciente memorando de acuerdo EEUU-China sobre energía y clima listaba la conservación como su punto más importante entre las preocupaciones compartidas. Si las dos mayores consumidoras de energía del mundo creen de hecho que esta es su máxima prioridad, entonces es necesario que pase a primer plano en las discusiones globales sobre el clima. Sin embargo, el mandato de las charlas de las Naciones Unidas sobre el clima no incluye un proceso oficial multilateral para cooperar en el descenso de energía. Los negociadores expresan cada vez más su preocupación sobre el tema del suministro de energía pero no tiene un foro internacional en el que discutirlo.
La comunidad de seguridad nacional parece ahora tomarse en serio las amenazas tanto sobre el cambio climático como sobre la vulnerabilidad en el suministro de energía. Esto podría establecer un nuevo contexto para esfuerzos internacionales post-Copenhague que traten las preocupaciones colectivas para evitar conflictos violentos sobre recursos energéticos en disminución y desastres climáticos.
Nuestro futuro energético está definido por los límites, y por la forma en que respondamos a estos límites. Los seres humanos pueden ciertamente vivir con límites: la mayor parte de la historia de la humanidad ha transcurrido bajo condiciones de relativa éxtasis en consumo de energía y actividad económica; es solo en los últimos dos siglos que hemos visto tasas espectaculares de crecimiento en actividad económica, consumo de energía y recursos, y población humana.
Por tanto, la aceptación deliberada de límites no equivale al fin del mundo, sino simplemente a un retorno a un modelo más normal de existencia humana.
Debemos empezar a considerar que los modelos económicos hiperconsumistas y altamente indulgentes del siglo XX fueron una ocasión única y no se pueden mantener. Si la transición energética es gestionada sabiamente, casi con toda seguridad será posible mantener, en un contexto de estado estacionario, muchos de los beneficios que nuestra especie ha disfrutado en las últimas décadas –mejor sanidad pública, mejor conocimiento de nosotros mismos y nuestro mundo, y un acceso más amplio a la información y a los bienes culturales como la música y el arte-.
A medida que la sociedad adopte fuentes alternativas de energía, adoptará al mismo tiempo nuevas actitudes hacia el consumo, la movilidad y la población. De una forma u otra, la transición de los combustibles fósiles marcará un hito decisivo en la historia tan trascendental como la revolución agraria o la revolución industrial.
Fuente: Resilience.
C. Marco