¿Lo que yo percibo es LA realidad o es MI realidad?
A todos nos gustaría creer y por lo tanto solemos creerlo, que el mundo es cómo nosotros lo vemos, oímos, olemos, tocamos y saboreamos o sea exactamente igual, como nosotros lo percibimos.
¿Y qué pasa con los demás? Pues, ellos creen lo mismo. Por eso nos cuesta tanto entender la otra persona, porque nuestro cosmorama es completamente egocéntrico. Ni podría ser de otra manera, ya que la diversidad humana está diseñada con tal perfección, que no permite ni la menor coincidencia en el ser y por consecuencia en la percepción de las personas. Esto quiere decir, que nunca jamás podré ver, oír, oler, tocar, saborear, pensar y sentir lo mismo que tú, porque mi percepción depende completamente de quién soy yo, está filtrada por mi carácter y experiencias, que naturalmente son diferentes que las tuyas. Cuando te cuento, que he visto un coche rojo en la calle, casi seguro, que la imagen que viene en tu mente será diferente de lo que yo tengo en la mía (diferente modelo, tamaño, estado del vehículo, un matiz de rojo distinto, etc.) aunque intente explicártelo de manera muy detallada. Siendo tu pareja, cuando te digo que te amo, solo conseguirás ver el reflejo deforme de ese amor en el espejo de tu ser, ya que tu propia interpretación de él nunca se acercará a la mía, como para poder percibir lo mismo lo que yo procuro transmitirte en este momento. Y no solo porque los sentimientos son abstractos y difíciles de describir, sino porque tu interpretación del amor se diferencia de la mía y tu (como yo y todos) mutuamente somos incapaces de tener y percibir sentimientos idénticos.
Una de las presuposiciones de La Programación neurolingüística justamente se refiere a esto; “La mapa no es el territorio”. Esta frase nos reafirma, que nuestra percepción del mundo es igual de valido como lo de los demás y en el mismo tiempo significa una gran responsabilidad hacia los demás también, ya que del mismo modo la realidad de las otras personas es totalmente conveniente e igual de aceptable como la nuestra. Por lo tanto no pasa nada por permitirnos mostrar tal como somos a través de nuestra forma de pensar, hablar y actuar, siempre y cuando con ello no perjudicamos a nadie. Y por supuesto –aunque nos cueste en el principio- debemos dejar de lado nuestra resistencia y aceptar que los demás tienen derecho de hacer lo mismo.
Pero no es suficiente entender que no tenemos ningún derecho de juzgar; hay que interiorizarlo, vivirlo, practicarlo de forma consciente para finalmente poder dejar de hacerlo. Ser libre de juicios no significa poder comprender a todo el mundo, ni estar de acuerdo con todos. Pero si aceptarlos y entender, que pensar y actuar de forma diferente no es indeseable, lo contrario, es algo admirable; es el fruto maravilloso de la diversidad humana.
La próxima vez, cuando estés a punto de “explotar” por creer que llevas razón y por sentir la necesidad de demostrárselo a la otra persona, detente por un momento y abre tu mente a nuevas perspectivas sin prejuicios y juicios recordándote de que TU mapa no es el territorio.