Si eres psicólogx o tus amigxs te hablan de sus movidas con sus respectivas parejas seguro que has oído esta frase o alguna bastante similar bastantes veces. “No hay ninguna pareja como la nuestra”. Claro. Seguro. Suelo decir que de lo bueno no se habla. Eso es deformación profesional. Pero las cosas que están bien, lo mejor es no tocarlas. Y si hablas de ellas seguro que alguien te acabará sacando alguna pega que te hará dudar. “Nosotrxs nos divertimos más”, “Follamos más” o “Nuestro último viaje ha sido mejor”.
Pero a lo que íbamos, tienes delante a una pareja jodida, a alguien a quién le acaban de dar boleto o que se está planteando una retahíla de dudas sobre su relación actual. En algún momento dirá esa frase. Y claro, es que estar bien es muy fácil. Estar bien es bastante fácil en el cine, cenando o encerrados en un hotel realizando funciones vitales. Ahí estás bien, no, muy bien. Por eso a veces la gente piensa que lo que tiene con su amante es mejor que lo que tiene con la pareja a la que lleva viendo años, décadas o mucho tiempo en definitiva. Ahí radica la primera duda. ¿Es mejor compartir todo con alguien o solamente lo bueno? Ambas elecciones me parecen bien. Pero hay que elegir. Desgraciadamente.
Segunda duda. Que cuando estés bien, estés muy bien no es motivo suficiente para aguantar mucho de lo malo. Hay cosas malas, factores externo inevitables con los que hay que convivir y que afectan prácticamente a cualquier pareja. Pero hay cosas que no. Hay situaciones provocadas. Hay que ponerse unos límites que no hay que sobrepasar. Que te sean infiel, que te mientas, te insultes, te peguen, realmente lo que sea. Pero algo. Hasta aquí y nada más. Eso debe ser innegociable. Porque acabará explotando antes o después. Muchas vidas acaban yéndose por el sumidero por el mero conformismo del “cuando estamos bien, estamos muy bien”. Pero ¿y lo malo?
Cuando respondas a ambas, serás feliz en pareja. O no. Que garantizar la felicidad es territorio exclusivo del coaching.