Hablamos de programas como Masterchef junior o La Voz Kids y lo primero que deberíamos acordar es que una cosa es un programa “con” niños y otra cosa un programa “para” niños; lo segundo es que cuando llegamos a la instancia “junior”, “kids”, etc., el formato ya está agotado y se trata de rematarlo.
Pero, ¿Que tan grave puede ser para estos niños plantarse frente a supuestos poseedores de un saber y un arte X, como cantar o cocinar, para ser juzgados delante de millones de personas, a cambio de 5´de gloria y un cheque de agradecimiento por los servicios prestados?, Pues, puede ser muy grave o solo una anécdota dependiendo, como siempre, de la historia , ¿o histeria? personal y familiar.
Vamos por partes, jugar, aprender, competir y perder no tiene nada de malo, pero hacerlo en un contexto de exposición mediática y a horarios no aptos para menores aporta poco a la típica discusión sobre motivación asociada a habilidades como organización del espacio y el tiempo, motricidad fina, asertividad, creatividad y lo que quieran exponer como razones formales para justificar el predominio de la competencia por sobre el aprendizaje y el disfrute. Esto sin tomar en cuenta la impostación obligada en la forma de hablar y actuar que parece buscar borrar diferencias entre el mundo adulto y el infantil con efectos espeluznantes.
En definitiva, son productos comerciales y poca cosa más. Como siempre, la culpa no es del cerdito sino de quién lo alimenta; ¿Por qué querría un padre o una madre tratar a su hijo como un “producto” sino es por una proyección de sus propias necesidades narcicistas? ¿Dónde queda el respeto por el otro y la responsabilidad en la crianza? .
Por otra parte, ¿Por qué hacer un programa sobre niños que cocinan y no sobre niños plomeros o mecánicos? es tan bizarra una propuesta como otra. Personalmente nunca he conocido niños que espontáneamente se esfuercen en cocinar más allá de la típica “ayuda a mamá a pelar las patatas”.
Debemos aceptar que el mundo está lleno de niños y jóvenes persiguiendo el sueño del estrellato con la ilusión de poner su vida de 0 a 100 en 10 minutos y sin chaleco salvavidas. La tendencia a sobrevalorar la fama suele ser el resultados de los deseos no realizados de sus propios padres o de su propia visión del éxito a partir de los modelos propuestos en los medios de comunicación.
Si en la lista de Forbes figuran muchos You Tubers, jóvenes que suben videos repetitivos y precarios a You Tube, cosechan miles de “likes”y llenan estadios, la ilusión de la fama instantánea, exenta de esfuerzo y límites, aparece como un valor en un escenario de imágenes líquidas y volátiles.
En el caso de los niños actores de ficción, que trabajan como actores y cumplen horarios extenuantes, compiten en castings, deben coordinar sus horarios entre el trabajo y el estudio y ejercitan una prematura adultez; habrá algunos que pasen por la experiencia sin daños y lleguen a ser adultos reinventándose en ese mundo o no y otros que sufrirán efectos de largo plazo en su desarrollo. ¿Y de qué depende que suceda una cosa o la otra?
Básicamente, de la motivación tanto del chico como de sus padres, de su edad, del tiempo en que esté expuesto a esta experiencia, del nivel de compromiso que se le exige, del ambiente en que lo obligan a trabajar y de lo que gane.
Los niños que se dedican a actuar, muchas veces son sobreprotegidos y eso tiene consecuencias en el aprendizaje las reglas sociales mínimas del día a día. Suelen sentirse raros cuando estan entre sus pares “normales”después de haber pasado por el entorno lucrativo y cambiante del show bussiness.
Pero la lista de víctimas prematuras de adicciones, depresiones, incluso suicidios es larga entre aquellos niños prodigio tentados por las candilejas. El síndrome “Lindsay Lohan” es un clásico entre estos jóvenes que tienen que enfrentar una exposición temprana a situaciones de adultos como el rechazo, la competencia, los celos, la mirada del Otro; viviendo en un círculo de pensamientos obsesivos sobre el éxito, las expectativas familiares y la construcción de una autoestima poco saludable.
¿Cuáles serían los indicadores de riesgo? pues aquellos que sugieran cambios en las conductas debidos al estrés; por ejemplo, en niños pequeños, hasta 7 u 8 años, volver a chuparse el dedo o la aparición de enuresis, llantos inmotivados o miedo a ser abandonados cuando se los deja solos. En el caso de púberes o adolescentes, la tendencia a cambiar de amigos, aislarse, desarrollar algún trastorno alimentario o dormir en exceso, cortarse, o tomar alcohol indica que no están soportando bien su vida frente a las cámaras.
¿Y de qué depende que suceda una cosa u otra? básicamente de la capacidad de los padres para establecer un apego seguro y respetar los límites que impone la individualidad del hijo. Desde ya que un niño de 6 o 7 años, no puede decidir si quiere trabajar como actor, como no puede decidir si quiere invertir en la bolsa; otra cosa es que tomar clases de teatro, danza o canto formen parte de sus actividades extraescolares. El trabajo infantil es trabajo infantil siempre y como tal pocas veces es una decisión propia. Todo lo demás es ruido.
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