M. se había quedado dormida plácidamente en el sillón de la sala, frente al televisor. Hacía calor. No soplaba nada de viento; las hojas de los árboles estaban tan quietas que parecían prendidas en el aire con alfileres. Con las canas y los dolores en las articulaciones había llegado esa especie de predisposición a quedarse dormida casi en cualquier parte.
El sonido del timbre la despertó, aunque no del todo; a pesar de que su cuerpo se había puesto de pie y caminaba arrastrando los pies hacia la puerta, todavía no tenía plena conciencia de lo que ocurría a su alrededor.
Abrió la puerta para encontrarse con dos hombres y una mujer vestidos de uniforme militar. La mujer llevaba un sobre blanquísimo. Antes de que dijeran una palabra M. adivinó el motivo de su visita. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Él era su hijo menor y las guerras, todas, una desgracia.
Sintió un dolor agudo en el pecho que se extendía hacia el brazo izquierdo y dificultad para respirar. Poco después fue llevada al hospital.
L. una jubilada que vivía sola, regresaba a su departamento cuando vio, una vez más, a su vecina que le indicaba a un visitante que se estacionara en su puesto. Sintió como le hervía la sangre, se acercó rápidamente a la invasora, muy indignada, y entabló con ella una fuerte discusión. La vecina había tomado por costumbre utilizar el puesto de L. sin su consentimiento y L. no estaba dispuesta a tolerar semejante abuso.
En medio del altercado, L. empezó a sentir un dolor agudo en el pecho. Se ahogaba, no podía respirar y se le adormeció el brazo izquierdo. Además, se puso pálida. Se recargó de la pared mientras la vecina llamaba una ambulancia.
Infarto al miocardio.
M. y L. sufrieron una dolencia bastante peculiar, por decir lo menos, que fue descrita por primera vez apenas a finales del siglo XX., y que presenta todos los síntomas de un infarto, pero no lo es. Los ataques cardíacos son producto del bloqueo de la arteria cardíaca por un coágulo que se queda atascado cuando la grasa en las paredes de esta lo frena. Esta acumulación de grasa se llama ateroesclerosis. Las arterias de nuestras pacientes imaginarias no estaban bloqueadas, de hecho son mujeres saludables, no fumadoras y sin antecedentes de enfermedades cardíacas. Lo que les ocurrió fue el resultado de una experiencia estresante y súbita, conocida como el síndrome del corazón roto, que se caracteriza por un repentino y temporal debilitamiento de los músculos del corazón. Se focaliza en el ventrículo izquierdo y hace que este se dilate o abombe en la región inferior, mientras permanece angosto en la parte superior, lo que le da la forma de una vasija de barro utilizada por los pescadores de pulpo japoneses, de cuello angosto y fondo ancho, llamada takotsubo. Estos falsos infartos fueron definidos por vez primera en Japón en 1990, por Sato y cols, quienes los denominaron síndrome de takotsubo, aunque son conocidos por media docena de nombres más: disfunción apical transitoria, discinesia o disquinesia, síndrome de abalonamiento apical transitorio, síndrome del corazón roto o miocardiopatía por estrés.
Los poetas no han derramado tanta tinta en vano, al describir el dolor que causan las penas. al igual que un disgusto, un súbito ataque de ira, como el que se produce en una fuerte discusión, pero también una alegría, como una fiesta sorpresa o ganar la lotería. En este caso el padecimiento recibe el nombre de síndrome del corazón feliz.
¿Qué produce el síndrome del corazón roto?
estrés. Ante un evento repentino y muy estresante se produce la liberación súbita de altas dosis de catecolaminas, sustancias como la adrenalina, que en grandes cantidades tienen un efecto tóxico sobre el corazón. Afectan el músculo cardíaco, aunque, afortunadamente, de manera transitoria. El corazón se recupera completamente en cuestión de semanas y no requiere medicación.
Otra particularidad de esta dolencia radica en el hecho de que a las mujeres se les rompe el corazón con mucha más frecuencia (entre 70-95% de los casos) que a los hombres (entre 5-30%) y aunque se han presentado casos en mujeres más jóvenes, lo cierto es que la mayoría de las pacientes (78-85.7%) son mayores de 50 años.
Guerra de egos.
Pero las singularidades de este síndrome alcanzan un nivel superlativo al investigar acerca de su descubrimiento. Los biólogos y veterinarios conocían las cardiomiopatías asociadas al estrés desde mediados del siglo XX, e incluso habían desarrollado estrategias para su tratamiento, mientras que los cardiólogos estuvieron desconcertados con los pacientes que llegaban a los hospitales con todos los síntomas de un infarto que no era tal, hasta finales del siglo XX. Resulta ser que si bien en la Medicina su descubrimiento es reciente -1990- los veterinarios y biólogos habían notado que cuando un animal sufre una fuerte impresión o temor mortal, como cuando es capturado por un depredador, produce fuertes descargas de adrenalina, en cantidades tales que esta se convierte en veneno, dañando los músculos del animal, incluido el corazón. Esto se conoce como miopatía de captura y afecta a gran cantidad de animales, tales como alces, ciervos, gacelas, pavos salvajes, delfines, etc. Paradójicamente, la captura de animales para ser usados en estudios científicos reveló esta dolencia a los investigadores.
Los prejuicios médicos también chocan entre la medicina y la psicología. A menudo los cardiólogos solo se concentran en aspectos tangibles de la enfermedad, tales como la formación de placa arterial o la rotura de las arterias, ignorando la sensibilidad por considerarla fuera de lugar en su diagnóstico. Sin embargo, eso está empezando a cambiar, gracias a la labor de personas como la cardióloga y psiquiatra Bárbara Natterson-Horowitz quien es asesora del zoológico de Los Ángeles. Ha estudiado las similitudes que existen entre humanos y animales y afirma que: "para muchos médicos, la idea de que las emociones pueden causar eventos fisiológicos en el corazón era vista de la misma manera que la sanación con cristales o la homeopatía". Sostiene que los doctores tienen que buscar un enfoque más amplio y que los pacientes humanos se beneficiarían de la observación de las enfermedades de los animales y de las estrategias desarrolladas por los veterinarios para enfrentarlas.
Por otra parte, el estudio de eventos donde resultó involucrado un gran número de personas al mismo tiempo, en momentos puntuales de la historia, arrojó más luz sobre el tema y logró establecer como un hecho la relación entre las emociones y la salud. Los investigadores Jeremy Kark, Sylvie Goldman y Leon Epstein observaron que el 18 de enero de 1991 murieron por problemas cardíacos más judíos que en cualquier otro día, de cualquier otro mes, de cualquier otro año, ¿la razón? ese día empezó la Guerra del Golfo Pérsico y 18 misiles fueron lanzados desde Irak hacia Israel. Lo mismo pasó el 17 de enero de 1994, pero esta vez en otro continente y bajo circunstancias totalmente distintas, cuando ocurrió el terremoto de Los Ángeles, un sismo de magnitud 6,8, uno de los más fuertes ocurridos en una ciudad norteamericana. En esta ocasión, el New England Journal informó sobre el incremento de muertes asociadas a episodios cardiovasculares ocasionados por el estrés ese día en particular.
Es importante señalar que estudios recientes sugieren la existencia de alteraciones en el sistema nervioso central como posibles causas del síndrome del corazón roto. La revista "European Heart Journal" presentó los resultados de un estudio que demuestra que la comunicación entre las zonas del cerebro responsables de procesar las emociones y regular las funciones involuntarias del organismo, tales como los latidos del corazón, la respiración, los procesos digestivos, etc en aquellas personas que padecen este trastorno es diferente a la de las personas sanas.
El doctor Christian Templin, del hospital Universitario de Zurich, parte del equipo que llevó a cabo esta investigación, explicó que este estudio contó con la participación de neurocientíficos y cardiólogos. Observaron a 54 personas, 39 sanas y 15 pacientes con este síndrome. Mediante el uso de resonancias magnéticas compararon la forma cómo se comunican cuatro regiones específicas del cerebro, que a pesar de estar separadas entre sí comparten información, porque están conectadas funcionalmente. En los pacientes con el síndrome, la comunicación entre estas zonas asociadas al procesamiento de las emociones y el sistema nervioso autónomo, encargado de controlar el funcionamiento de los procesos involuntarios del cuerpo, había disminuido en comparación con los pacientes sanos. Templin explica además que se piensa que las regiones estudiadas son las que controlan nuestra respuesta al estrés, por lo que cabe suponer que la disminución en la comunicación observada entre ellas puede afectar negativamente la respuesta del organismo de los pacientes ante el estrés y los predispone de alguna manera a desarrollar esta anomalía.
La investigadora Jelena Ghadri , quien también formó parte del equipo de investigación, subraya que gracias a este trabajo se pudo demostrar que existe una relación entre el cerebro y el corazón y que ahora la ciencia cuenta con una perspectiva más amplia sobre este tema, y es un punto de partida para continuar el estudio del síndrome del corazón roto y llegar a comprenderlo, para desarrollar estrategias preventivas, terapéuticas y de diagnóstico, para mejorar la atención y el tratamiento a los pacientes.
Volviendo a nuestra historia, me complace informar que M. y L. se recuperaron completamente del infarto que nunca sufrieron. Sus corazones recuperaron su forma normal en poco tiempo y no les prescribieron ningún medicamento de manera preventiva, porque, si bien el hecho de que nos hayan roto el corazón una vez puede predisponernos a sufrir de nuevo este tipo de episodios, no es frecuente que ocurra, pero, sobre todo, porque no hay manera de predecir lo que nos depara el futuro. Las decepciones, los disgustos, el dolor, las emociones fuertes son parte de la vida y muchas veces llegan a nosotros de forma inesperada.
M. encontró en el cariño familiar el mejor antídoto contra la depresión y las amistades que hizo en un grupo de apoyo la ayudaron a superar la peor experiencia que un ser humano pueda enfrentar. Alcanzó una actitud serena y se volcó a ayudar a personas en situación similar a la suya.
L., por su parte, decidió que quería disfrutar la vida, lo poco o mucho que le quedara. Hizo las paces con su vecina e iniciaron una bella amistad, buscó ayuda profesional para cambiar ese rasgo de su temperamento, las explosiones de ira, que bien pudieron haberle costado la vida, si el suyo hubiera sido un infarto fulminante, en lugar de un corazón roto.