Dormir la siesta es un hábito que, para algunas personas, es un signo de debilidad o haraganería. Estudios científicos, sin embargo, demostraron que esta práctica trae enormes beneficios tanto en el rendimiento físico como en el rendimiento intelectual. Según uno de los informes publicados recientemente por la NASA, la duración ideal que debería tener una siesta está en torno a los 26 minutos.
Los beneficios que se pueden obtener con la incorporación de una siesta en la rutina cotidiana (de al menos 26 minutos) son múltiples. En primer lugar hay que mencionar el hecho de que dormir la siesta por las tardes es excelente para el sistema digestivo. Las paredes estomacales se distienden después de una siesta, renovando su vigor digestivo para las horas de jornada que aún quedan por delante. Una siesta de poco menos de media hora, además, mejora los niveles de atención de forma considerable (esto fue comprobado en pilotos de aviones, cuyo estado de alerta mejoró en hasta un 54%).
Una siesta por la tarde es algo recomendable tanto para los niños pequeños como para los jóvenes y adultos. Los niños menores de cinco años deberían dormir una siesta de forma regular para mejorar su desarrollo físico e intelectual. En el caso de los ancianos la siesta es una segunda instancia reparadora en el día (lo que le permite a la gente de edad tener más energías para el resto del día).
Es importante dejar en claro, de todas maneras, que dormir una siesta más larga de lo aconsejado podría tener efectos negativos sobre el organismo. La suma de la siesta y del sueño nocturno, por ello, no debería ser superior a las nueve horas al día (la cantidad de sueño recomendada, de todas formas está situada entre 7 y 8 horas diarias).