Cura de humildad

Por Drajomeini @DoctoraJomeini

 Tiene 75 años. El pelo teñido de rubio platino y cardado. Las uñas, pintadas de rojo. Y sujeta un bolso enorme con las dos manos, como si la protegiera del mundo. Tiene cara de dolor. De mucho dolor. De un 10 sobre 10. Leo la nota que me envía su médico de cabecera: "Poliartrosis. Remito para valorar infiltraciones. ¡No recetar opiáceos!". Me enfado. ¡Qué miedo le tiene la gente a los opiáceos! Por mi cabeza pasan muchas razones por las que el médico puede haber puesto aquello entre exclamaciones: no está acostumbrado al manejo, es una lata hacer recetas de estupefacientes... Hablo con ella mientras la exploro: vive sola. Sí, tiene hijos pero cada uno tiene su vida, ya sabe, doctora, El marido murió hace años. Hay días que no tiene moral para levantarse de la cama. Pero la zona que le duele no es candidata a infiltraciones. Le hago la receta de un opiáceo y una nota para su médico: "Es el medicamento apropiado para su tipo de dolor, dados los antecedentes y bla,bla,bla...". Cuando estoy a la mitad de la siguiente consulta, me toca a la puerta: - ¿Me he dejado aquí las recetas? - pregunta - Es que no las encuentro. Busco, pero no las encuentro yo tampoco, así que se las repito. Al cabo de un rato, la enfermera las trae. Estaban caídas en el suelo por fuera de la consulta. No pasan ni diez minutos cuando vuelve a tocar la puerta. - Perdone, doctora, es que las he vuelto a perder. La miro. La veo nerviosa. - Mire usted en el bolso. - Es que no sé si las metí allí. No lo recuerdo. Poco a poco, mi mente empieza a comprender el porqué de aquellas exclamaciones. Vive sola. Tiene despistes frecuentes que los opiáceos terminarían por convertir en desorientación extrema. La cojo de la mano y vuelvo a sentarla en la consulta. - La voy a volver a ver en una semana. Venga con uno de sus hijos. Ella asiente, avergonzada, pero cuando se va la que realmente está avergonzada soy yo. El médico de familia es el que mejor conoce al paciente. No hay que olvidarlo nunca. Nunca.