La Rana de los Bosques del Norte de América tiene una capacidad sorprendente para sobrevivir al invierno.
Cuando los primeros hielos comienzan a crecer, en la rana, confinada en su habitáculo bajo tierra, comienzan a sucederse una serie de cambios. Así, el flujo sanguíneo empieza a llenar de glucosa (un anticongelante natural) todas las células del anfibio. Inmediatamente, la sangre se congela hasta llegar al corazón, el cual pasa, igualmente, a un estado de crionización.
Una vez en esta situación, el anfibio es el equivalente a un cubito de hielo con forma de rana. De hecho, si se pisara o arrojara al suelo se rompería en miles de pequeños fragmentos. Dentro de ella, no obstante, subsisten las células, desconectadas, independientes y estáticas, sobreviviendo de la glucosa.
Cuando el invierno pasa, unas fibras alrededor del corazón de la rana empiezan a cargarse de electricidad estática. Cuando están suficientemente llenas, la sueltan de golpe, provocando lo equivalente a un electroshock, que pone en marcha el corazón. Esto hace que el proceso se invierta y la rana sea, de nuevo, un único ser vivo con completa funcionalidad.